Me desperté húmeda, como si me hubiera acostado encima del cubata que no derramé ayer antes de echarme a dormir. Luces, sombras, claroscuros, rincones y trampas de la imaginación me llevaron anoche a descargar toda mi libido sobre las amoratadas puntas de los penes de varios de mis amigos.
Había dormido todo este sábado para poder salir despejada por la noche y poder aguantar hasta la madrugada. Otra vez había quedado con Moni. Me dijo que me iba a dar una sorpresa… y así fue. En estos instantes aun siento los espasmos del último orgasmo que recuerdo.
Mi primera idea fue pensar que la gente de aquella fiesta no era más que una banda de niñatos aburridos, cansados de haber probado todo y deseosos de nuevas experiencias… pero mi idea cambió en cuanto apagaron la música. Nos tumbamos todos en una serie de colchonetas para hacer yoga. A los pocos instantes empezó a sonar una música muy lenta, suave, tipo new age. Alguien nos daba instrucciones: “inspirad-expirad-inspirad-expirad”. En cada inspiración el ritmo se iba acelerando. Yo me sentía cada vez más mareada.
Poco a poco iba notando que se me rompían mis fronteras, me separaba de mí misma. Oí que alguien decía que nos quitáramos la ropa… no tuve ningún reparo, al revés, incluso fue una bendición… me sentía libre, sin ataduras artificiales pegadas a mi cuerpo. El director de la fiesta aceleró aún más el ritmo de la respiración hasta que de repente nos obligó a parar.
En este instante no me pertenecía. Me levanté, vi que otros también estaban de pie moviéndose, acariciándose, saltando sobre sí mismos. No podía controlarme. Inicié mi ritual masturbatorio íntimo pero esta vez delante de todos. Me agaché, abrí las piernas y empecé a acariciar mi clítoris solo con la palma de la mano. Cuando sentí las primeras gotas cálidas sobre mi mano, como siempre, me introduje el dedo pequeño entre los labios de mi vulva, haciéndolo girar hacia uno y otro lado, aleatoriamente… como a mi más me gusta.
No me percaté en ese momento de que alguien me estaba acariciando el ano circularmente. Me relajé y me abrí aún más. Sentí los dedos de mi amigo dentro de mi espalda. Sin darme cuenta de nuevo, otro amigo estaba manipulando su pene delante de mi cara… me abalancé como una posesa hacia él. Le lamí hasta que el chico me dijo basta.
Para ese momento los dedos se habían convertido en pene… dos penes. Me relajé todavía más y me abrí lo máximo que pude. Brinqué, salté intentando hacer explotar los testículos de mis amigos. Me sentía libre… volaba, viajaba por aquellas nubes que siempre veía en otoño al atardecer en mi barrio. Gritaba, gemía al haber entrado en contacto con mi ser espiritual, con mi yo verdadero. Me sentía poseída por mí misma.
Creo que todos sentimos nuestras más íntimas profundidades… todos viajamos al centro de nuestro ser, donde no hay límites; donde el reflejo de nuestras vidas pasadas queda incrustado como pequeñas esquirlas de cristal. Aún sigo sintiendo todos los penes, todos los testículos, las manos… de aquellos seres volátiles, descarnados, sin pellejos superfluos. Perdonadme… voy a vestirme.
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