tag:blogger.com,1999:blog-39957338971241682472024-02-19T04:59:23.860+01:00El ojo y la agujaVMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.comBlogger38125truetag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-69536272671814028702012-06-29T11:00:00.001+02:002012-06-29T11:00:11.653+02:00La perla negra. Por M. J. Sánchez (2ª Parte)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMq9MNwx4LYY19aXbkBI78tLZ1Rcf2Ov2ZzwbdLJLY5eyF2XI9ZLP7ftyD1ylbcEy6PEFrR7_PUTD9iez_J74HBwTcp9X2xx7BFortxBLDUGZUsFOTtGigyKjNlt1A7VDuCv-JiWzdm2g0/s1600/perlas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMq9MNwx4LYY19aXbkBI78tLZ1Rcf2Ov2ZzwbdLJLY5eyF2XI9ZLP7ftyD1ylbcEy6PEFrR7_PUTD9iez_J74HBwTcp9X2xx7BFortxBLDUGZUsFOTtGigyKjNlt1A7VDuCv-JiWzdm2g0/s1600/perlas.jpg" /></a></div><br /><br /><div style="text-align: center;"><b>6</b></div><br /><br /><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: 100%; ">Quedaba un día para el examen. Como un reo que camina por el corredor de la muerte camino del final inapelable, esa noche, Clara se dio un baño relajante de espuma, se depiló cuidadosamente, se lavó el pelo y lo alisó; también se vistió y perfumó con esmero.</span></div><div style="text-align: justify;"><br />Delante de la puerta de Javier, volvió a dudar una vez más. Revisó los zapatos de tacón alto, con medias finas de verano, el sobrio conjunto de blusa y falda negros que se había puesto aquel primer día de hacía meses, ahora, casi una eternidad.<br /><br />Jamás se maquillaba, pero también lo había hecho. Y algo más. Se había puesto un antifaz.<br /><br />Lo vio palidecer cuando abrió la puerta. No dijo nada. Posiblemente se le habían atascado las palabras en la garganta. Clara se abrió el escote de la blusa despacio, en mitad del pasillo. Debajo llevaba un corsé de látex que empujaba sus pechos grandes hacia arriba, tan comprimidos que parecían a punto de estallar.<br /><br />El joyero palideció aun más si eso era posible, se apartó a un lado y le hizo un gesto para que pasara. Clara avanzó por el pasillo de un piso mucho más grande que el suyo, decorado, como era evidente, por un interiorista. Cuadros auténticos, iluminados de forma indirecta, muebles de anticuario, la sutil opulencia de quien tiene dinero y sabe cómo gastarlo. Por un momento se sintió aturdida. Le dio ganas de dar media vuelta y echar a correr, pero no podía. Tenía que hacer aquello como fuera.<br /><br />Percibía su presencia a la espalda como un calor; cuando llegaron al salón y se dio la vuelta, vio una gota de sudor descender por la sien del joyero. No sólo ella estaba asustada, también él.<br /><br />Clara terminó de desabotonar la blusa y la dejó sobre una silla. Abrió la cremallera de la falda y con un contoneo de caderas, la dejó caer al suelo. Luego salió del círculo que había dejado y soltó el bolso encima de la mesa del comedor. El corsé de látex comprimía sus formas convirtiéndolas en un juego de líneas voluptuosas. Javier paseó la mirada por el cuerpo de la chica y luego por las piernas, armadas con medias finísimas, un liguero fastuoso y un tanga diminuto. Cerró los ojos y Clara vio como se aferraba discretamente al pomo de la puerta.<br /><br />—Teníamos que hablar —dijo ella con voz insegura.<br /><br />Él asintió con lentitud y luego buscó una silla donde sentarse. Las piernas no parecían sostenerle, pues se dejó caer en ella.<br /><br />—Temía que terminara pasando algo así —murmuró con su voz grave y se pasó la mano por la frente.<br /><br />—No quiero nada de ti —respondió ella a la defensiva.<br /><br />Él la miró, con una tristeza insondable en la mirada. En ese momento, Clara comprendió. Había confundido con cansancio lo que era, simple y llanamente, una tristeza que parecía casi infinita.<br /><span style="background-color: white;"><br /></span><br /><span style="background-color: white;">—Sí. Si estás aquí es porque hay algo que quieres de mí. Y podría darte cualquier otra cosa, menos eso. —La voz se le rompió al final de la frase y tragó saliva apresuradamente.</span><br /><br />Las cosas no eran cómo ella había pensado. Lo mismo había metido la pata. Estaba horrorizada.<br /><br />Él continuó.<br /><br />—Estos meses han sido para mí como volver a vivir. Estaba… —dudó visiblemente—… muerto. Lo mejor que me ha pasado en la vida ha sido que tú te trasladaras ahí al lado, aunque fuera por poco tiempo. Me has devuelto algo de dignidad… —volvió a vacilar—… y de hombría.<br /><br />—Pero, ¿qué es lo que te pasa?<br /><br />—Creo que necesito beber algo. ¿Quieres tú?<br /><br />—Sí. Lo mismo que te pongas.<br /><br />Javier se acercó al mueble y regresó a la silla, donde se sentó pesadamente, con un whisky escocés en la mano, tras ofrecerle a ella otro. Clara bebió un trago del suyo. El sedoso sabor a humo se le coló por el cuerpo de manera desvergonzada y le dio calor. Sentía los músculos rígidos, como cuando se acostó con Carlos por primera vez. Todos sus fantasmas habían vuelto de golpe y parecían competir, según parecía, con los que también poseían la vida de Javier.<br /><br />—Soy divorciado —comenzó él—. Mi mujer y yo nos adorábamos. Vivíamos el sueño de la familia feliz. Creo que habrás visto a mis hijas. Son unas chicas estupendas. Mi mujer no lo es menos, salvo que es católica, mucho —Bebió un largo trago para darse ánimos y continuó—. En la cama las cosas fueron de mal en peor. Yo no quería separarme, ¿sabes? La quería, es una mujer entrañable. Pero yo tenía mis necesidades y ella… bueno… ella no…<br /><br />—¿No pensaste en pedir ayuda, en…?<br /><br />Javier hizo una mueca.<br /><br />—No conoces a mi mujer. Cualquier mención a la palabra sexo es pecado. Incluso busqué un cura para que hablase con ella, pero fue aún peor. Al parecer le dijo que hiciera todo lo que yo le pidiera sin rechistar y yo pensé al principio que ella había cambiado, y… —Sacudió la cabeza—. No fue así. La pobre lo soportó como pudo y el día que yo me di cuenta, pues…<br /><br />—Os separasteis, entonces —le apuntó ella.<br /><br />—No fue sólo eso —añadió él en un susurro ronco—. No he podido volver a acostarme con nadie desde entonces. No… —Hizo un gesto expresivo con las manos—. Hasta aquella noche que te vi sin que te dieras cuenta, porque esa noche tú no sabías que yo estaba mirando, ¿no?<br /><br />Clara negó con la cabeza y él suspiró.<br /><br />—Pues hasta esa noche.<br /><br />—¿Te empalmaste al verme?<br /><br />Javier la miró horrorizado.<br /><br />—¿Es necesario ser tan explícita? —gruñó tras darle un sorbo al licor.<br /><br />Ella bebió a su vez. Diferentes generaciones. A ella hablar de sexo no le parecía difícil, lo que le asustaba era fracasar a la hora de practicarlo.<br /><br />—¿Y después… te corriste?<br /><br />Él asintió y se estremeció.<br /><br />Clara estuvo a punto de soltar una carcajada. Se apoyó en la mesa que había frente a la silla donde se había sentado él y se le escapó una risita. Luego le dio un trago al whisky. El joyero la miró con cara de pocos amigos.<br /><br />—¿Te parece gracioso?<br /><br />Ella negó con la cabeza y se mordió los labios.<br /><br />—Qué va… —se quitó el antifaz y se le quedó mirando a los ojos—. Estaba pensando qué dos patas para un banco.<br /><br />—¿Tú también?<br /><br />—Fue mi primer orgasmo, el de la ventana —confesó en tono vacilante, avergonzada.<br /><br />Javier resopló.<br /><br />—Eres muy joven, Clara. No veo cual es el problema. Tienes toda la vida por delante. Eres muy guapa —Le sonrió—. Seguro que hay alguien… —Se quedó callado de pronto—. Hubo alguien con quien no te fue bien, supongo.<br /><br />Fue el turno de ella de asentir.<br /><br />Ambos se bebieron de un trago lo que quedaba en el vaso. Clara le pidió el suyo y lo llevó hasta el mueble, donde buscó la botella escrita en gaélico y sirvió otros dos vasos generosos. Cuando se dio la vuelta, sorprendió la mirada hambrienta del joyero. Se echó una ojeada con disimulo. El corpiño de látex, el liguero, los glúteos desnudos… Realmente había que tener un buen problema para no… Bebió despacio de su vaso antes de acercarse a él.<br /><br />—Sí hubo alguien. Me hizo odiar el sexo. No me gustaba nada.<br /><br />Javier se encogió de hombros.<br /><br />—No lo puedo entender. Eres la fantasía de cualquier hombre hecha realidad.<br /><br />Clara soltó una risita.<br /><br />—No tanto. Al menos hasta que recibí tu regalo. ¿Por qué una perla?<br /><br />—No es complicado —repuso el joyero con un encogimiento de hombros—. Me dedico a ellas. Aunque vendo también otro tipo de joyas, estoy especializado en perlas. Y además…<br /><br />—¿Qué?<br /><br />—Las perlas tienen todo lo que me gusta de las mujeres. El brillo, el misterio, la calidez —Se ruborizó—. Todo esto te deben parecer tonterías.<br /><br />Clara se le había quedado mirando fascinada. De pronto, se sentía como aquella primera perla. No le parecía una tontería en absoluto.<br /><br />—Regalártela —continuó él con visible esfuerzo, azorado—, fue una verdadera estupidez por mi parte. Al día siguiente estaba tan… —dudó—… agradecido. No sabes lo que supuso para mí volver a ser un hombre. —Tragó saliva con dificultad.<br /><br />—Pues para mí la perla fue un desafío. Era como si alguien me apreciara de verdad por primera vez. Alguien que no se burlaba de mí. Me sentí libre. Ese día descubrí que el sexo, así, sí me gustaba.<br /><br />—Ya —comentó él con aire derrotado—. A distancia, como a mí.<br /><br />—No exactamente —sonrió ella con una expresión pícara—. Si no, no estaría aquí…<br /><br />—Pues mala idea —repuso él con sequedad—. Dudo que para mí haya algo más.<br /><br />—¿Has probado…?<br /><br />—Sí, prostitutas, psicólogos, amigas comprensivas, médicos, todo.<br /><br />Se hizo un silencio prolongado, incómodo. Javier le daba vueltas al vaso entre las manos, con expresión concentrada y aturdida. Clara le quitó el vaso de la mano y se colocó a sus espaldas.<br /><br />Él volvió la cabeza.<br /><br />—De verdad, no merece la pena intentarlo, créeme.<br /><br />“A veces, las cosas que compras en los sex shops tienen su gracia”, pensó, “y otras veces, son condenadamente útiles”.<br /><br />Con un gesto rápido, cogió la muñeca del hombre y le cerró una esposa forrada de terciopelo negro, tiró del brazo y le colocó la otra de modo que quedó sentado con los brazos esposados a la espalda.<br /><br />—¡¿Qué haces?! —medio preguntó y medio exclamó él.<br /><br />—Siempre merece la pena intentar las cosas, créeme —afirmó ella.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">7</div><br /><br />Javier parecía estar al borde de las lágrimas. Su desesperación inundaba la habitación como un potente gas venenoso.<br /><br />—No sabes lo que haces… No me avergüences, te lo suplico. Estos días he disfrutado como un chiquillo, he sido feliz por primera vez en mucho tiempo… No me estropees eso, por favor… Ten compasión…<br /><br />Clara le abrió la bragueta de un tirón y él hizo ademán de incorporarse de la silla esposado y todo. Ella le dio un empujón y le obligó a sentarse. El joyero giró la cabeza a un lado, con los ojos cerrados.<br /><br />—No me hagas esto… —volvió a suplicar.<br /><br />Ella respondió en tono autoritario.<br /><br />—He aprendido algo de lo que ha pasado entre nosotros, y es que el sexo nunca es sólo sexo. Es algo más, del mismo modo que las perlas son algo más que el desecho de un animal o un adorno pasado de moda. Todo depende de quién las lleve, cuando y porqué. El sexo depende de las personas, lo hacen las personas, es diferente según quienes lo practiquen.<br /><br />—No va a funcionar —insistió él, tozudo.<br /><br />—Funcionará. Y ahora abre los ojos, ¿vale?<br /><br />Javier la obedeció de mala gana. Clara se había vuelto a colocar el antifaz.<br /><br />—Piensa en la ventana. Estás tranquilo en tu salón. He abierto las cortinas y he encendido la luz. No me conoces. Soy la vecina nueva de al lado, que sólo va a estar un tiempo, antes de que vuelva la coñazo de siempre.<br /><br />Él sonrió a su pesar.<br /><br />—No es un coñazo. Es encantadora.<br /><br />—Porque te riega las plantas, ¿no?<br /><br />—Sí —respondió él, desafiante.<br /><br />—¿Cuántas mujeres responsables, buenas y encantadoras hay en tu vida, Javier?<br /><br />Él la miró con cara de pocos amigos.<br /><br />—Las necesarias.<br /><br />—Buena respuesta. Pero… ¿y las otras?<br /><br />—¿Qué otras?<br /><br />—Las que te gustan. Las que abren las ventanas y llevan ropa picante. Las que se desnudan, las que te hacen soñar y llevan tus perlas…<br /><br />—Vale, para —la cortó él—, te he entendido, no soy idiota, ¿puedes soltarme?<br /><br />Clara negó lentamente.<br /><br />—Ni lo sueñes.<br /><br />Se descalzó, puso un pie entre sus piernas y se soltó uno de los cierres del liguero.<br /><br />—A quien se le cuente esto, señor… —rezongó él por lo bajo. Sin embargo, esta vez, una mirada ávida quedó clavada en los deditos gordezuelos y las uñas pintadas bajo la fina malla negra.<br /><br />—Así me gusta, míralo bien. Es bonito, ¿verdad?<br /><br />Él asintió de mala gana.<br /><br />—Recuerda que estás mirando por la ventana.<br /><br />—No estoy mirando por la ventana —repuso con sequedad.<br /><br />—¿Cómo que no?<br /><br />—Si estuviera mirando por la ventana no tendría las manos atadas a la espalda.<br /><br />—¿Y dónde las tendrías entonces?<br /><br />Javier apretó los labios, tozudo.<br /><br />—¿Aquí? —Clara pasó una mano por la portañuela abierta del pantalón y él dio un respingo—. Pero si no te he tocado…<br /><br />Él suspiró.<br /><br />—Está claro que si no colaboro no me dejarás en paz, ¿no?<br /><br />Clara estiró el pie y hurgó con los dedos en sus calzoncillos.<br /><br />—No.<br /><br />—¿Qué quieres que haga?<br /><br />—Que te relajes y pienses en la ventana.<br /><br />—No puedo.<br /><br />—Verás como sí.<br /><br />Se bajó la media despacio y cuando la extrajo del pie, la pasó una y otra vez entre sus piernas, hasta dejarla húmeda.<br /><br />Porque estaba mojada. Javier sudaba y el olor a sudor limpio la estaba poniendo a tono. También el brillo codicioso que intentaba ocultar en la mirada. Y el miedo. Jamás se le habría ocurrido que el miedo ajeno fuera un afrodisíaco tan poderoso. Se sentía capaz de romper todos los límites, de arrojar por la borda todo lo que había creído ser hasta ese momento para ser otra. Una desconocida con antifaz que follaba con un hombre casi desconocido.<br /><br />Le ató la media humedecida en torno a la cabeza, tapándole los ojos. Javier jadeó. El olor lo desquiciaba. <span style="background-color: white;">Olía a sexo de mujer, a mujer excitada. La leve humedad le impregnaba los poros con aquel aroma hasta prenderse como una llama en su interior.</span><br /><br />Clara comprobó los progresos. Tenía un pene bonito, bien formado, pero aun reposaba en su mano inerte. En ese momento, dio un pequeño saltito y se estiró un poco, como si se estuviera desperezando. Sonrió. Lo acarició cariñosamente y el joyero dejó escapar otro jadeo.<br /><br />—Me estás matando.<br /><br />—Qué dices, pero si no hemos empezado.<br /><br />Él inspiró aire con lentitud.<br /><br />—¿Qué vas a hacer ahora? —inquirió con desconfianza.<br /><br />—Voy a quitarme la otra media.<br /><br />Javier dejó de respirar para oír el suave sonido de fricción de la media al deslizarse por la pierna.<br /><br />—Son de seda, ¿verdad? —preguntó con la voz débil.<br /><br />—Sí.<br /><br />—Lo he notado, son… —Tragó saliva—. ¿Qué estás haciendo ahora?<br /><br />—Estoy pasándome la media por el coño, para mojarla bien.<br /><br />Inspiró aire de golpe y se quedó paralizado.<br /><br />—¿Lo oyes? ¿Te gusta? —preguntó ella.<br /><br />—Sí —susurró él con la voz estrangulada—. Puedo… puedo…<br /><br />—Puedes pedir lo que quieras.<br /><br />—Quiero probarlo —dijo con voz ronca.<br /><br />—¿Probar, qué?<br /><br />—Oh, por Dios…<br /><br />—¿Qué, Javier?<br /><br />Él jadeó cuando ella alargó el pie desnudo y lo deslizó más adentro por la abertura de los pantalones.<br /><br />Armándose de valor, él respondió.<br /><br />—Quiero probar la media.<br /><br />Clara rió entre dientes.<br /><br />—Está muy mojada.<br /><br />—Lo sé —respondió él con un hilo de voz.<br /><br />Con cuidado, lo amordazó con la media. Javier intentaba controlar la respiración pero sólo consiguió un jadeo ahogado. El sabor dulce, como a especias, le inundó la nariz y la boca y lo intoxicó con su intensidad.<br />Ella le desnudó de cintura para abajo y le despojó también de los zapatos y los calcetines.<br /><br />Ya libre de estorbos, se arrodilló en el suelo y contempló frente a frente a su enemigo. Le acarició despacio la parte interior de los muslos y le fue describiendo todo lo que estaba haciendo, al menos, hasta que le distrajo acariciándole los testículos y se metió el pene en la boca. Era de buen tamaño en reposo, pero rápidamente comenzó a estirarse y crecer dentro de su boca. Lo frotó con la lengua, succionó despacio, degustándolo como una fruta y se entretuvo en pasar la punta de la lengua por el glande hasta que oyó un gemido desesperado de Javier.<br /><br />Era como lo había pensado, un gemido ronco. Empezó a temblarle el cuerpo, una serie de escalofríos discontinuos. Mientras lo chupaba se pasó los dedos por la vulva. La tenía empapada. Jamás había hecho una mamada en su vida, había aprendido mirando las películas, pero no se le había ocurrido que le pudiera gustar. Volvió a meterse el pene en la boca y succionó con más fuerza a lo largo de toda su superficie, mientras el sabor ligeramente salado se abría camino poco a poco a lo largo de su lengua.<br /><br />Pronto no pudo seguir. Javier jadeaba desesperado y el pene había adquirido unas proporciones que le impedían tenerlo entero en la boca. Lo fue extrayendo despacio y se detuvo al final, lamiendo el glande y concentrando la punta de la lengua en el pequeño agujerito por donde se desprendía aquel jugo blanquecino y sabroso.<br /><br />Se apartó para coger aire y examinó su obra. El pene de Javier se extendía oscuro, grueso y firme como una estaca. Sonrió. Después de todo, puede que no fuera tan difícil…<br /><br />Suspiró y luego le quitó las medias. Javier pestañeó y aspiró aire como si se estuviera ahogando.<br /><br />—¿Cómo te encuentras? —preguntó ella.<br /><br />Él bajó la mirada hacia su regazo y alzó las cejas sorprendido.<br /><br />—¿Cuándo se ha puesto así?<br /><br />—¿No lo has notado?<br /><br />—Sí, pero… No me lo podía creer…<br /><br />Negó con la cabeza y luego alzó los ojos febriles hacia el rostro de la chica.<br /><br />—Quiero comerte los pechos, Clara. Desátame, por el amor de Dios, y déjame que…<br /><br />—De eso nada.<br /><br />Se abrió despacio la cremallera que cerraba el frontal del corsé, y liberó los pechos de su confinamiento. Luego, se sentó a horcajadas sobre él y le acarició la nuca mientras se sumergía a lengüetadas entre sus tetas, avaricioso… Cuando le succionó un pezón, le tocó a Clara el turno de gemir.<br /><br />De allí pasó al cuello hasta que ambos se hundieron en un beso hambriento, ansioso, que los dejó sin resuello.<br /><br />—¿Me vas a soltar ahora?<br /><br />Clara, entre jadeos, negó con la cabeza y se incorporó. Javier dejó escapar un quejido.<br /><br />—No, ahora, no me dejes, no…<br /><br />Se desprendió del tanga y se puso en pie, para que su coño quedara a la altura de la boca del joyero, que aprovechó la ocasión para hundir la lengua en su interior. Primero la paseó por los bordes rasurados, suaves como el satén, de los labios y luego, rebuscó entre los pliegues hasta encontrar el clítoris.<br /><br />Clara se quedó casi sin fuerzas. Se apoyó en los hombros de él, pero sabía que no iba a poder aguantar mucho así. Le apartó la cabeza y deslizó el cuerpo por la camisa hasta que encontró el glande y consiguió introducírselo en la vagina.<br /><br />Ambos gimieron a la vez. Clara volvió a alzarse y a dejarse caer de nuevo y él ayudó incorporándose un poco en la silla.<br /><br />Era enorme. Clara se sentía tan llena que parecía que iba a estallar pero la sensación de tirantez fue cediendo hasta dar paso a una de plenitud que la reventó por dentro en un estallido terrible. Se corrió hasta que el placer se volvió doloroso y contrajo la vagina con tanta fuerza que Javier se corrió a su vez con un gemido salvaje y gutural que parecía venir del fondo de su cuerpo.<br /><br />Se quedaron quietos unos momentos, mientras recuperaban el ritmo natural de la respiración. Clara pestañeó. Sentía como el pene de Javier se iba encogiendo en su interior y la invadió una cierta decepción.<br /><br />Él la miró a los ojos y sonrió por primera vez de verdad, sin restricción de ningún tipo.<br /><br />—Abrázame fuerte, Clara —susurró.<br /><br />Ella lo abrazó con fuerza y sintió el peso de su cabeza sobre el hombro.<br /><span style="background-color: white;"><br /></span><br /><span style="background-color: white;">Cuando lo retiró, las lágrimas resbalaban por sus mejillas.</span><br /><br />—Javier, no llores, ha estado muy bien… —murmuró mientras las lamía y las besaba a la vez.<br /><br /><span style="background-color: white;">—No pasa nada —repuso él—, es sólo alivio. Ahora quítame esto y hagamos las cosas como hay que hacerlas.</span><br /><br />Clara soltó una carcajada y se levantó, no sin esfuerzo.<br /><br />Horas más tarde en la cama, sucios pero saciados, Clara comentó con voz soñolienta:<br /><br />—Estoy destrozada. Y mañana tengo el examen.<br /><br />—Oye, debías habérmelo dicho…<br /><br />Clara se rió.<br /><br />—No me habría perdido esto por nada del mundo.<br /><br />Javier tiró de ella y la puso sobre su cuerpo.<br /><br />—¿Seguro?<br /><br />—Sí —respondió ella—. Nada de nada. Ni que me follaras a cuatro patas tampoco. Tu mujer no sabe lo que se ha perdido.<br /><br />Él le tapó la boca, pero no pudo evitar sonreír.<br /><br />—Qué manía, usar esas palabrotas… ¿A qué hora te examinas?<br /><br />Clara bostezó.<br /><br />—A las cuatro de la tarde. Qué locura.<br /><br />—Bueno, ya me organizo yo. Iré a trabajar por la mañana mientras tú duermes. Te dejaré el despertador puesto y el almuerzo en la cocina; no creo que pueda volver a tiempo para almorzar contigo, mañana tengo mucho jaleo.<br /><br />—Vale —susurró ella, medio dormida ya.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><b>8</b></div><br /><br />Al día siguiente, Clara se despertó con la hora justa de arreglarse. No le apetecía ducharse en una casa extraña, así que se puso la falda negra y la camisa y se encajó los zapatos. Hizo un lío con lo demás y se lo puso debajo del brazo. Esperaba, con un poco de suerte, que nadie la viera salir de casa de Javier. Qué apuro.<br /><br />Le dio la risa. Después de todo lo que había hecho, cómo le podía avergonzar que la vieran salir de su casa tan desarreglada. Total, no pasaba nada, sólo habían follado, algo que la gente normal suele hacer sin mucha <span style="background-color: white;">alharaca.</span><br /><br />O no.<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span><br /><br />Estaba a punto de salir por la puerta cuando se acordó de que Javier le había dicho que le dejaría el almuerzo en la cocina.<br /><br />Sobre la mesa, primorosamente arreglada, había una flor roja, un plato cubierto con papel de aluminio y, al lado, un sobre cuadrado de color crema, que para ella era más que familiar.<br /><br />Lo abrió. Dentro, estaba la consabida bolsita, de la que salió una enorme y bellísima perla negra. De una redondez casi perfecta, pendía de una fina cadena de oro blanco rematada en un cierre con dos solitarios brillantes.<br /><br />El texto, con su caligrafía anticuada, decía:<br /><br />“Conseguirás todo lo que te propongas. Sólo es un maldito examen.”<br /><br />Clara se echó a reír. Y con la perla apretada dentro del puño salió disparada hacia su apartamento.<br /></div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-19202098660742687002012-06-25T11:00:00.003+02:002012-06-25T11:46:23.673+02:00La perla negra. Por M. J. Sánchez (1ª Parte)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMeMEL-ZBwUgI5695RAYGbrBr2xK652xiKXfFEN_YCJ5e7RYnuyN9ABG_StRwTW5qGUAuOGh-LEqWmcGHb9vpjfpAwgbzlDnV1zCjPGkL7t6ESC9TaaneKxroy-3KiniRHgDXGkOXB8RHv/s1600/8604186-perlas-negras-sobre-fondo-blanco.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMeMEL-ZBwUgI5695RAYGbrBr2xK652xiKXfFEN_YCJ5e7RYnuyN9ABG_StRwTW5qGUAuOGh-LEqWmcGHb9vpjfpAwgbzlDnV1zCjPGkL7t6ESC9TaaneKxroy-3KiniRHgDXGkOXB8RHv/s1600/8604186-perlas-negras-sobre-fondo-blanco.jpg" /></a></div><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="background-color: white; text-align: justify;"><b>1</b></span><br /><span style="background-color: white; text-align: justify;"><b><br /></b></span></div><div style="text-align: center;"><div style="text-align: justify;"></div><br /><div style="text-align: justify;">Su madre las guardaba en una bolsita de terciopelo rojo. Las acarició lentamente, mientras intentaba por todos los medios no echarse a llorar. Dentro, las bolitas satinadas se deslizaban con suavidad, sin ofrecer resistencia apenas. Su madre se lo había explicado: las perlas, cuanto más áspera es la superficie, más calidad tienen.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estas no estaban mal del todo pues no tenían la superficie tersa de las de plástico del todo a cien. Unas Majóricas que su abuelo le había regalado cuando aprobó las oposiciones de magisterio. Se las había dado para que le dieran suerte. Las sacó de la bolsa y dejó que la sarta se deslizase por la palma de su mano. Tenían un tacto delicioso, cálido, y un brillo nacarado como si las hubiera encendido un arcano fuego marino.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Suspiró.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al menos no había llorado en toda la mañana. Había estado tan ocupada con la maleta, el viaje en autobús y todo el ajetreo que no había tenido tiempo de pensar en su reciente ruptura. Sin embargo, las perlas le recordaron el día que Carlos la llevó a cenar a un sitio bueno y ella, equivocadamente, se las pidió prestadas a su madre. Se había reído de ella y había comentado: “Ay, mi maestrita”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Maestrita. Cuantas veces la había llamado así. Odiaba el diminutivo que rebajaba su dignidad hasta convertirla en qué… Una marea de lágrimas le inundó los ojos y difuminó el contorno cremoso de las perlas, hasta fundirlas en una masa láctea. Sí, la maestrita decente, la que le había costado la misma vida acostarse con él y luego le había decepcionado con su sosería…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y es que había ido a la cama como a un tribunal. Cuando se lo contó a su madre entre sollozos, ésta la abrazó con fuerza y le dijo que no se preocupase. Le hizo las preguntas pertinentes sobre si había tomado “precauciones” y luego, de manera vacilante, entró en el tema de si “le había pedido algo raro”. Ella negó entre hipidos. Simplemente, era una sosa en la cama. Ese había sido el veredicto del tribunal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En fin, cosas de la vida. Al final había aparecido una chica mejor que ella, más guapa, más alta, más lanzada y la había eclipsado sin remedio. Intentó hablar con él, recordarle los años que habían pasado juntos desde que terminaron los estudios, él ingeniería, y ella… bueno, magisterio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La maestrita.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Suspiró de nuevo, una aspiración temblorosa de aire seguida de una espiración entrecortada. Estaba enamorada y le habían roto el corazón. Eso no volvería a suceder. Era medio frígida, le costaba un montón correrse y la mitad del tiempo que pasaba en la cama con Carlos no sabía qué hacer. Los besos estaban bien, incluso muy bien, pero jamás conseguía relajarse lo suficiente para sentirse a gusto. No volvería a acostarse con nadie jamás. Lo mismo debería probar con mujeres, a lo mejor era lesbiana.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Guardó la sarta de perlas en la bolsita. Había pensado ponerse las perlas para el examen, para que le dieran suerte y, sobre todo, para sentir cerca a su madre, como una presencia benigna que propiciara las preguntas que le harían aprobar, pero ya no podía ni mirarlas sin oír la risita desdeñosa de Carlos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ay, mi maestrita.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se miró al espejo. Estatura normal. Pelo, normal. Cara, “salaílla”, decía su prima. Qué cabrona. Como ella era guapísima, creía que podía despreciar a las que no habían nacido con sus rasgos… Obedeciendo a un extraño impulso, se sacó el jersey por la cabeza. Aun llevaba una camiseta de tirantes, pues era finales de marzo y aunque la primavera venía adelantada, hacía algo de fresco para ir a cuerpo. Debajo, un práctico sujetador blanco. Se pasó las manos por las copas. El pecho, tú ves, eso sí lo tenía bonito. Era lo único que había celebrado el ingenierito, como lo llamaba cuando le pillaba valiente. Se desabrochó el corchete de la espalda y lo dejó caer al suelo. Luego, se pasó las palmas de las manos por las pesadas y redondas tetas, cremosas y finas bajo los dedos, con los pequeños botones marrones que flotaban en aquella marea de deliciosa carne fresca. Las acarició despacio mientras se observaba con expresión soñadora, hasta que los botoncitos se endurecieron y cambiaron de color tomando un intenso color morado. Se mojó los dedos y los frotó despacio. Ahora brillaban ligeramente a la luz apagada de la tarde, como si los hubieran pulido hasta darles brillo. Sonrió aprobadora. Qué bonitas eran.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El suspiro que escapó de sus labios ahora fue distinto. Más suave y lleno de deleite.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se bajó los pantalones cortos. Tenía la piel firme y el cuerpo elástico. Había hecho ballet cuando niña y el ejercicio le había moldeado las carnes hasta dejarlas bien prietas, aunque sus formas redondeadas no le habían permitido seguir una carrera en la que sólo podían participar los palos de escoba. Les dio una patada que los envió al otro lado de la habitación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las braguitas tenían unos elegantes filitos de encaje, la única coquetería que se permitía en la lencería. Las acarició con afecto. También eran blancas, como el sujetador, y tenían el mismo aspecto práctico. Se las bajó despacio por las piernas; las tenía demasiado cortas, era una pena. Y mucho culo. Los glúteos eran respingones, cosa que odiaba en especial, porque no quedaban bien con los pantalones de pinzas, pues siempre le marcaban arrugas. Frunció el ceño ligeramente mientras se los masajeaba despacio. Un par de kilos menos le irían bien.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El ligero calambre que le recorrió el vientre la distrajo de la contemplación ensimismada y calculadora de su cuerpo. Pasó dos dedos por la abertura de la vulva. Se lo había afeitado todo porque a Carlos le gustaba así. Ahora se veía tan descarnado, tan al aire… Con el coño desnudo tenía aspecto de guarrilla y por eso se había cuidado mucho de que sus hermanas no la vieran desnuda y su madre tampoco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando sacó los dedos, los tenía mojados. Se los quedó mirando sorprendida. ¿Flujo? Pero si aún no le tocaba la regla… El calambre se repitió, acompañado de una sensación extraña en la vagina, como si se fuera a hacer pipí… Volvió a meter el dedo en la abertura y rozó un trozo de carne muy sensible que hizo que se encorvase ligeramente. Sabía lo que era el clítoris, pero jamás se lo había tocado. Carlos sí que lo había hecho, pero con tanta fuerza que le había dolido. Ella había hecho lo imposible por no quejarse, pero le había costado un esfuerzo ímprobo. Ahora, estaba completamente mojado y su dedo se deslizó a lo largo arrojando una catarata de extrañas y nerviosas cosquillas por el vientre y los muslos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cerró las piernas y su dedo quedó atrapado dentro. Al sacarlo, la sensación se intensificó y le provocó un intenso escalofrío. Se tapó los pezones con las manos. Los tenía tan sensibles que casi dolían, así que los frotó con suavidad para calmarlos y aquellos extraños estremecimientos se prolongaron.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le costaba respirar, pero no podía dejar de hacerlo. Abrió las piernas como pudo y paseó los dedos por la abertura profunda que dejaban los dos labios de la vulva. El flujo, con un olor ácido a especias, inundó la habitación y le provocó un jadeo. Hundió los dedos en la carne caliente de la vagina y sintió un cosquilleo intenso bajo el ombligo, una pesadez enorme en los pechos…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las piernas apenas la sostenían, así que se dejó caer sobre la cama encogida en posición fetal, con los dedos profundamente hundidos en el coño, mientras se frotaba rítmicamente los pechos, amasándolos enteros.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y entonces pasó algo increíble. Se corrió con una fuerza desaforada, angustiosa, como si la hubiera atravesado un rayo. Jadeó y gritó con fuerza, tumbada de espaldas, con los ojos cerrados, una mano pellizcando los pechos y la otra, sumergida entre sus piernas abiertas frente a la ventana abierta, por donde la discreta brisa de la tarde se coló para refrescar los flujos candentes del primer orgasmo de Clara.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><br /><div style="text-align: center;"><b>2</b></div><br /><br /><div style="text-align: justify;">Estaba avergonzada, no se podía decir de otra manera. ¿Qué bicho le había picado la noche anterior?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Caminaba con paso decidido por la calle. El frigorífico del piso estaba vacío y tenía que llenarlo, antes de sacar los temas y ponerse a estudiar en serio. Sin embargo, le costaba concentrarse en la lista mental de la compra que había elaborado. La inquietante sensación de la noche anterior la había anonadado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creía haberse corrido antes, pero estaba claro que jamás había sido así. Había sentido cierto placer cuando se había acostado con Carlos, por supuesto, pero el escozor y la incomodidad le habían impedido pasarlo bien.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bueno, y quizás había algo más.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por primera vez también, se permitió pensar en que a lo mejor Carlos era un tipo prepotente y engreído, tan egoísta, que a la hora de ir a la cama era como si se acostara consigo mismo… La imagen le provocó una carcajada espontánea. Luego, frunció el ceño. Ella también había estado sola la noche anterior. Pero había sido algo sincero. El orgasmo le había dejado una agradable sensación en todo el cuerpo, como un recordatorio, y no había habido víctimas inocentes de su placer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estaba deseando repetir esa noche de nuevo. Suspiró profundamente, renovada por dentro. Quizás se debía a la primavera, o a haber cambiado de ciudad. Una de sus amigas se había marchado de viaje de estudios a París, durante la primavera y el verano, y le había ofrecido el piso por si quería encerrarse a estudiar. Le pareció entonces una gran idea, pues su casa era una especie de hotel enloquecido. Su madre, al principio, había torcido el morro, pero luego se había resignado al comprender que le vendría bien un cambio de aires.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando regresó, cargada de bolsas, se paró un momento ante al escaparate de una joyería que había frente a su edificio. Era una zona elegante de la ciudad y la calle tenía un montón de tiendas a las que ella jamás podría entrar. Se quedó mirando el cristal pues había cosas preciosas. Un objeto le llamó la atención: un collar de perlas australianas preciosas, sólo que en vez de estar sólidamente unido, las perlas estaban sueltas y, al lado, un cartelito informaba de que se montaban hilos del largo que el cliente deseara. Fantaseó unos instantes con uno muy largo que le llegara hasta el ombligo, para ponérselo también dando dos vueltas, y pensó que opinaría su madre de ellas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">“Qué lástima, hija, que sean tan caras”, diría. Sonrió. Su madre adoraba las perlas, igual que ella. Se prometió a sí misma comprarle unas con el primer sueldo que ganara y se preguntó como de largo podría ser el collar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cántaro cayó, pobre lechera. Primero tendría que aprobar las malditas oposiciones. Con un resoplido, volvió a cargar las bolsas y entró al vestíbulo del edificio. Abrió de manera mecánica el buzón, no porque esperase nada, sino para sacar la publicidad. Había varios folletos de hipermercados y una carta de la compañía eléctrica. Cuando fue a cerrar la puertecilla metálica, se detuvo, y metió la mano por última vez. Había algo, un paquetito.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En la parte más visible, alguien había escrito con una caligrafía anticuada: “A la nueva inquilina del 3ºC”. Supuso que sería alguna cosa relativa a la comunidad, la metió en el bolsillo y entró en el ascensor. Al llegar a su piso, las puertas se abrieron automáticamente con un retemblido. Fuera, en el rellano, había un señor maduro, de unos cincuenta y tantos bien llevados que le sonrió amablemente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿La ayudo, señorita?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le dio un poco de corte, pero le sonrió y respondió que sí. Las bolsas pesaban una barbaridad. El hombre colocó algunas en la puerta de su casa y luego se despidió con una sonrisa educada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras buscaba las llaves se preguntó cómo había sabido donde tenía que poner las bolsas… No se lo había preguntado. Supuso que su amiga habría informado a los vecinos de su visita. Ella lo habría hecho, desde luego. Total, de no hacerlo así, al día siguiente lo habrían cotilleado todo, así es este país.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dejó lo que había comprado en la cocina y luego sacó el paquetito para abrirlo. Era un sobre cuadrado de papel bueno, grueso, de color crema. Le dio varias vueltas y cayó en el “nueva”. ¿Y si era para ella? La curiosidad la venció y abrió el sobre con manos algo nerviosas. Dentro, había una bolsita de terciopelo azul muy pequeña. Soltó el lacito que la cerraba y una gruesa y solitaria perla rodó por la palma de su mano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Era bellísima. De forma irregular, con un brillo sutil y a la vez profundo, irisado. ¿Qué era esto? Volvió a mirar la nota: “A la nueva inquilina del 3ºC”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Conectó el ordenador y abrió el chat. Qué bien, su amiga estaba en línea. Se saludaron y la chica le preguntó cómo le iba en la casa. Volvió a agradecerle que se la hubiera prestado y ella le recordó que regara las plantas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Luego, con cierto titubeo, le explicó que había encontrado un paquetito con una perla en el buzón.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">“—¿Una perla, dices?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Pues no se me ocurre… Bueno, en la planta vive un joyero, el dueño de la joyería que hay frente al edificio. Es un hombre muy amable. Le regué las plantas de su casa cuando estuvo en el extranjero en una feria y me regaló un anillito muy mono. Lo mismo alguien se ha confundido de buzón y era para él.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Clara no tecleó el mensaje del paquetito. Durante unos minutos se sintió turbada, casi paralizada e incapaz de escribir nada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella no había hecho nada que justificara un regalo de agradecimiento. De pronto, la sensación de una brisa fresca sobre su coño ardiente y mojado la hizo ruborizarse y el corazón le dio un salto en el pecho. Salió corriendo hacia el dormitorio y abrió la ventana. Justo enfrente estaban las cristaleras de una terraza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le temblaron las rodillas, mientras el corazón comenzaba una galopada feroz en su pecho. Medio mareada, regresó al salón donde estaba el ordenador y se sentó en la silla. Su amiga había tecleado:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">“—Bueno, guapa, no me puedo parar más. Cuídame bien las plantas y también al vejete joyero. Es encantador y más de una vez me ha salvado de un apuro. Si se te atasca el calentador, llámalo a él, siempre me lo arregla. Un besazo.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Clara no veía apenas las letras. Tenía la perla en la mano, que se había entibiado al contacto con su piel. Una perla preciosa, perfecta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le dieron ganas de hacer las maletas en ese mismo momento. El viaje la había vuelto loca, o la pena. Lo mejor que podía hacer era regresar a su casa, con su madre y sus hermanas, a rodearse del cariño familiar para sanar el corazón roto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero eso sería engañarse a sí misma.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No era tan tonta, ni tan joven, para comprender que la responsabilidad de la ruptura no era sólo suya. Se había echado todas las culpas desde el primer momento, por no ser más guapa, ni más alta, ni más… Bueno, le faltaba experiencia. Pero tampoco estaba segura de que acostarse con un montón de tíos fuera a cambiar mucho las cosas. Había algo que iba mal, no sabía qué, algo que la noche pasada había cambiado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Abrió la mano y miró la perla. Era bellísima.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tomó la decisión en un momento. No regresaría a casa. Sería una cobardía. Esa perla no era una amenaza por parte del “vejete encantador”, más bien parecía un desafío. Y parecía que el sexo a distancia no se le daba tan mal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se había sentido como una convidada de piedra en la cama de Carlos; pero en la suya se sentía poderosa, valiosa, sensual, como esa perla.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Armada con esa decisión, cogió el bolso y salió de nuevo a la calle.</div><br /><br /><div style="text-align: center;"><b>3</b></div><br /><br /><div style="text-align: justify;">“No puedo creer que vaya a hacer esto”, pensó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se había vestido para la actuación y acechaba por las cortinas del dormitorio el momento en que se encendieran las luces del salón que daba a la terraza del apartamento vecino.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le temblaba todo y casi no podía respirar. Había decidido mil veces echarse atrás y mil veces había vuelto a mirar por la ranura entre las cortinas. Hasta se había tomado dos copas de vino.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Había ido de compras. Jamás le había preocupado la lencería, así que no sabía la cantidad de modelos, tipos, colores, estilos, que había. Se había vuelto medio loca hasta encontrar algo atrevido que no la hiciera sentirse incómoda. Luego se había lavado el pelo, algo laborioso pues lo llevaba largo y se lo había alisado, de modo que a la espalda le colgaba una larga cortina negra de aspecto sedoso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La ropa había sido algo más complicado. No podía ser cara, así que había tenido que rebuscar entre la ropa de calidad para encontrar algo razonable. Al final se había venido con lo que vestía ahora: una camisa entallada y una falda estrecha, ambas negras. Combinaban a la perfección con lo que llevaba debajo, que era lo que importaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La luz se encendió de pronto y el corazón le dio un salto en el pecho. Las cortinas que daban a la terraza se abrieron y por las puertas cristaleras salió el hombre que la había ayudado a cargar las bolsas al salir del ascensor. Lo observó minuciosamente, sin perder detalle. Era alto, con el pelo entrecano, ancho de espaldas; tenía un poco de barriguita, pero casi no se le notaba. Estaba examinando sus plantas; las inspeccionaba y les quitaba alguna hoja seca. De pronto, sin aviso, alzó la mirada y la clavó en Clara.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Casi le dio un infarto. Luego recordó que las cortinas estaban echadas y él no podía verla. A esa distancia no podía decir de qué color tenía los ojos y eso le incomodó. Iba a desnudarse y masturbarse para un hombre del que no sabía ni cómo eran sus ojos, ni su nombre, aunque eso era más fácil de averiguar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un completo desconocido. Aquella sensación de poder regresó de nuevo y le devolvió la valentía. Esperó. Él se giró y volvió a desaparecer tras los cristales. Posiblemente la estaría vigilando como ella a él y la idea la excitó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sólo tenía esa noche, pues al día siguiente, sabría quien era y ya no sería igual.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esperó hasta que el regresó con lo que parecía una bebida en la mano. Se paseaba inquieto por la terraza y miraba de vez en cuando hacia su ventana. Clara sonrió. Ya lo tenía.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Salió de la habitación. Cogió su bolso y volvió a entrar. Esta vez encendió la luz, arrojó el bolso descuidadamente sobre la cama y abrió las cortinas. Había desabotonado la camisa un poco más de lo habitual, para que quedase al aire el canalillo que, ahora, con la lencería nueva, parecía más bien el Cañón del Colorado. Sonrió sin poderlo evitar y se desperezó con los ojos cerrados. Cuando los abrió de nuevo, el vecino había desaparecido, había apagado la luz del salón y corrido las cortinas. Se habría escondido tras ellas. A la luz del crepúsculo no se veía mucho, pero le pareció apreciar el brillo del reflejo de un cristal. Lo mismo hasta tenía binoculares. El pensamiento la asustó durante un instante, pero luego la animó. Había cuidado hasta el último detalle.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le temblaron las manos un momento cuando las acercó al escote de la blusa para desabotonarla. Dudó un segundo. Sin embargo, con una media sonrisa y mucho cuidado de no mirar hacia el balcón del vecino, comenzó la tarea.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El sujetador había costado una pasta, pero la verdad era que lo valía. No sólo por la profusión de lacitos y puntillas que enmarcaban sus preciosos pechos y los elevaban hasta convertirlos en dos globos perfectos, sino por los detalles en azul intenso que contrastaban con el blanco nacarado de la piel y la resaltaban. Se entretuvo unos minutos arreglándose el pelo ante la ventana con los brazos levantados, para que no se perdiera ningún detalle.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Luego se dio la vuelta y se bajó la cremallera de la falda por detrás. Era la primera vez en su vida que se había puesto un tanga, negro y azul, a juego con el sujetador. La delgada tirilla que le cruzaba la vulva la estaba volviendo loca con el roce desde hacía un rato y a estas alturas estaba completamente empapada. Se había puesto encima un liguero que no abrochaba muy bien. Esperaba que no se atascara. Echó las manos hacia atrás y se masajeó perezosamente los glúteos. Estaban duros por el ejercicio y respondieron a la presión juguetones, rodando despacio bajo la carne. Al moverlos, la tirilla del tanga se le hundió un poco más y creyó que se iba a correr en ese momento. Pero la sensación pasó y añadió tirantez a su vientre. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todavía tenía para un rato, había que esperar un poco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Suspiró. Estaba muy, muy caliente. Sentía el fuego esparcirse debajo de su piel, incendiando los poros uno a uno. Comenzó a transpirar y las perlitas de sudor añadieron brillo a la piel. Se sentía única, una estrella en un escenario.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una estrella que comenzaba una actuación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Apagó la luz del techo del dormitorio y encendió las que había a los lados de la cama de matrimonio. No andaba muy cómoda con los tacones altos, pero eran necesarios. Al andar, meció lentamente el culo, se suponía que los tacones eran para eso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Cómo estaría él? Se le escapó una mirada hacia la ventana. ¿Tendría el pene grande y grueso? ¿Se estaría masturbando mientras la miraba? La idea hizo que un rubor ardiente ascendiera por su escote y le coloreara discretamente las mejillas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No sabía que fuera tan guarra, la verdad. ¿Qué estaba haciendo? La idea del caballero canoso al otro lado de las cortinas con la mano en torno a un pene grande, rojo como la grana, frotándoselo arriba y abajo con urgencia, la descolocó un momento. Comprendió que aquello no era sólo un juego solitario, no era ya sólo su juego. Había alguien más en aquella cama, de nuevo, alguien ajeno como lo había sido Carlos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Con una diferencia. En esta nueva situación, ella tenía el mando, ella decidía lo que había que hacer. Y eso lo convertía todo en algo distinto, más turbador, más excitante. Quería probar aquello que había visto siempre a escondidas, que había leído a escondidas, aquello que no se había atrevido a soñar a la luz del día.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se giró hacia la ventana y abrió los cierres que sujetaban la media. Apoyó la pierna en un escabel que había a los pies de la cama y la desenrolló hasta sacarla. Se encajó de nuevo el zapato de tacón y repitió lo mismo con la otra pierna. Cuando terminó, desenganchó el cierre del liguero.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Luego, con una sonrisa tímida, las colgó en el alféizar. En ningún momento intentó hacer contacto visual con las cortinas echadas del salón del apartamento vecino. Como si las tendiera a secar; falta les hacía.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aunque no estaban tan mojadas como el tanga. Se volvió de espaldas y ofreció de nuevo los glúteos a la mirada del joyero. La prenda se cerraba en la parte de atrás con un pequeño enganche que soltó con ambas manos, pues le temblaban y no se sintió capaz de hacerlo con una. Con el culo libre, se dio media vuelta y tiró del triangulito que cubría su sexo desnudo, dejando que la tira de tela recorriera con lentitud los labios de la vulva.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando la sacó, estaba completamente empapada; la probó con la punta de la lengua y el sabor de su coño le gustó. Deslizó la lengua entre los labios y pasó la tira lentamente a su alrededor. Sabía muy bien. Ahora se arrepentía de aquella vez que Carlos quiso comérselo y ella, avergonzada, se lo impidió. No entendía por qué quería hacer una cosa así. Lo había visto en las películas y le había repugnado. Ahora, chupó la tirilla y la degustó con una sonrisa. Qué tonta había sido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sentía los pechos pesados, con los pezones tan duros que casi le dolían. Tiró las braguitas mojadas al suelo y caminó desnuda de cintura para abajo, pero con el sujetador aun puesto, hasta acercarse a una de las mesitas de noche de dónde sacó la perla.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se volvió hacia la ventana y primero se la metió en la boca, donde entró en contacto la superficie fría e indiferente con los jugos ardientes de su sexo. Cuando alcanzó la temperatura adecuada, sacó la lengua con la perla encima y la cogió de allí, para que el joyero viera que era su regalo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Luego, la deslizó despacio por el trazo oscuro, lleno de sombras, del canalillo, hasta que quedó bien aceitada por la piel y el ligero sudor que lo cubría. Se bajó luego los tirantes, sacó los pezones, los frotó alternadamente con la perla. Los estremecimientos y los escalofríos ahora ya se sucedían de forma continuada. Gimió, al principio con el quejido suave de un gatito; luego fue ganando cadencia y ritmo conforme una espiral tensa como un alambre retorcido le quemaba las entrañas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ya no podía sostenerse en pie. Retrocedió despacio hasta dejarse caer de espaldas en la cama y luego alzó las piernas y pegó los tacones a los glúteos. El frescor de la noche le acarició el coño de manera perezosa, pero lejos de apaciguarlo, avivó el fuego que la quemaba. La vulva roja, abierta, húmeda, ardió a la vista del hombre que la consumía al otro lado de la ventana.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una mano, la que llevaba la perla, abandonó los pechos y descendió hasta el clítoris, enhiesto y firme. Lo frotó delicadamente con la perla. A los lados, a lo largo, en la diminuta punta roja.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Clara rugió al correrse, un rugido casi animal, que la vació por dentro hasta dejarla limpia. Creyó oír otro rugido como eco del suyo, pero, agotada, pensó que lo mismo era un espejismo de su imaginación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><br /><b>4</b><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;">Cuando a la mañana siguiente no vio nada en el buzón, pensó que igual él no había estado en el salón y ella había montado todo un espectáculo para el cielo de la ciudad y unas tristes cortinas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sin embargo no había sido en balde. Se sentía liberada por completo. Carlos había desaparecido de su mente y en su lugar había dejado una hembra desmadrada, salvaje, con un ansia inagotable de sexo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Visitó por primera vez en su vida un sex shop. Compró un montón de cosas, amparada por el anonimato de una ciudad desconocida. Lejos de distraerla, el cuerpo satisfecho demandaba actividad durante el día, motivo por el cual le cundió el estudio de los temas de las oposiciones. Cuando habló con su madre por teléfono se mostró animada y ella le comentó lo bien que le había venido cambiar de aires. Clara sonrió al oírla decir aquello.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras, vigilaba atentamente cada tarde el balcón del vecino, pero éste se mantuvo escrupulosamente cerrado y oscuro, así que esas noches, decepcionada, se dedicó a ver películas eróticas. Pensó en salir y buscar a alguien con quien follar, aunque no le apeteció. Le gustaba la mujer que había en su dormitorio, pero no creía que nadie pudiese apreciarla de verdad. Ni siquiera el joyero había estado a la altura. Su silencio lo había dejado claro. Sin embargo, no dejaba de mirar atentamente el correo todos los días. La esperanza se resistía a morir. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un día encontró tres hermosas perlas en su buzón, sin indicación alguna. Ese día se llevó un susto al tocar el paquetito al fondo del buzón, pues ya no lo esperaba. Eran más o menos del tamaño de la otra, pero éstas tenían un matiz rosado y una superficie pura, casi sin mácula. Buscó en internet y lo que encontró la dejó aturdida. No eran unas perlas cualquiera, debía haberlas ido a buscar fuera de la ciudad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esa noche el balcón volvió a tomar vida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Clara había preparado todo con gran cuidado. Quería superarse a sí misma. Se había comprado un precioso deshabillé de color blanco, con una gasa espumosa y alegre. Además, llevaba una preciosa gargantilla de terciopelo negro de la que pendía un camafeo. Se peinó con un moño alto para dejar el cuello al descubierto y se puso unas preciosas braguitas negras de encaje con una cremallera para dar acceso al coño.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esa noche fue una noche de pechos. Se quitó lentamente el camisón espumoso, después de haber jugado con él a conciencia, se frotó los pechos con aceite perfumado, rodó las perlas por ellos, hasta que estas se contagiaron del brillo de la piel y añadieron sus propios ecos nacarados. Dejó caer dos gotitas de miel sobre los pezones, los frotó delicadamente y luego se chupó los dedos, golosa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para terminar, afirmó un pie en el alféizar de la ventana y se masturbó con un consolador por primera vez en su vida. Abrió despacio la cremallera de las braguitas, metió primero un dedo, luego dos. Frotó con esmero el interior, hasta que chisporroteó de pura excitación. Luego, jugueteó con la punta del consolador rozando el clítoris con la goma cálida, hasta que lo introdujo, vibrando, una y otra vez en su interior. Disfrutó mucho.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todo para su joyero.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al día siguiente, fueron cinco las perlas.</div><br /><br /><b>5</b><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;">Los días pasaron veloces, entre el estudio y las noches tórridas frente a la ventana. El verano se acercaba, implacable, y con él, los temidos exámenes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las cosas habían ido cambiando poco a poco. Se habían encontrado algunas veces en el descansillo, o en el ascensor. Ambos habían disfrutado igualmente del secreto compartido. Se saludaban con un punto de ceremoniosidad, él le cedía el paso en las puertas o le llevaba las bolsas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aunque ya no era joven, mantenía un aspecto saludable y ágil. Clara lo observó con detenimiento en esos breves encuentros. Le gustó especialmente la voz. Tenía un tono grave que había incorporado a sus ensueños eróticos: cuando se corría, lo oía pedir más con aquella voz viril, enronquecida, más y más. Solía llevar ropa cómoda, vaqueros usados y camisetas cuando estaba en casa, camisa y traje de chaqueta cuando iba a trabajar. Le sentaban bien esos trajes tan serios. Lejos de envejecerlo, hacían un agradable conjunto con su cuerpo fuerte y bien proporcionado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un día, al coger unas bolsas del suelo, sus manos se rozaron y ambos intercambiaron una mirada escandalizada. Clara se ruborizó y le hizo gracia comprobar que él también.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Era como un coqueteo adolescente, pero ella no tardó en comprender que las cosas no podrían seguir así. Pronto llegaría el día de los exámenes y cuando los hubiera terminado, tendría que regresar a su casa. Volvería después si aprobaba el primero, pero ya no podía justificar el querer estar sola para estudiar en una ciudad ajena. Su madre y sus hermanas la echaban de menos, incluso amenazaban con venirse a acompañarla las semanas anteriores al gran evento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A Clara se le hizo un nudo en el estómago. No las quería allí bajo ningún concepto. Por otro lado, esto le hizo pensar en el futuro. ¿Qué iba a hacer en su casa? ¿Volver a languidecer deprimida y vacía? ¿Liarse con algún otro Carlos que la hiciera infeliz?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si salía bien, la destinarían a algún pueblo lejano, casi con toda seguridad. Allí no podría encontrar otro joyero, ni masturbarse delante de las ventanas. Le dio un ataque de risa al pensar en lo que pensarían los padres de sus alumnos futuribles. Vaya con la maestrita.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Recordar la palabra favorita de Carlos para dirigirse a ella la deprimió más aún. ¿Qué le esperaba en la vida? ¿Un maestrito? ¿Podría comportarse en la cama de otra persona como lo hacía ante la ventana? ¿Podría compartir el placer con alguien, alguna vez?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La duda la carcomía. Quería una relación completa. Los espectáculos ante la ventana ya no la satisfacían del todo y estaba desarrollando una extraña obsesión por el pene del joyero. Lo espiaba con ojeadas de refilón cuando se encontraban al salir o entrar en el edificio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y no sólo era el pene. Le gustaban sus ojos de aspecto fatigado, con bolsas, pero con aquella expresión sabia y dulce que ponía al darle los buenos días. Y la sonrisita cómplice que pugnaba por ganar todo el espacio de su boca y empujaba con timidez una de las comisuras hacia arriba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Quería poseer a un hombre. No sabía si al joyero o a algún otro. ¿Y si en realidad todo esto se lo provocaba él? ¿Y si cuando se acostara con otro aparecía de nuevo la seca maestrita vergonzosa y frígida?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tenía un buen lío en la cabeza y sólo una manera de poderlo resolver. Pero le daba miedo. Sacó todas las perlas que tenía y las puso encima de la cama. Eran muy bonitas. Se dio cuenta de que tenían un tamaño parecido, aunque los tonos y las características de cada una eran diferentes. Unidas en un collar darían lugar a una variedad como la de un acorde musical: muchas notas juntas en armonía.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tenía que tomar una decisión, pero siempre lo dejaba para más adelante, sin embargo el día fatídico se acercaba de manera implacable. Y con él, aumentaron los nervios, la ansiedad ante el examen. Y sucedió algo más por lo que dejó de acudir a la ventana y eludió encontrarse con el joyero en la escalera. Con Javier.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Porque tenía nombre. Y una colección de hijas monísimas, más o menos de su edad, que habían ido a verle unos días, en los que ella les observó comer en el salón y jugar a las cartas por las noches. Él había salido al caer el sol a la terraza y había mirado con nostalgia hacia su ventana. Clara le observaba desde detrás de las cortinas, sin valor para enfrentar aquellos ojos reflexivos, cansados.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las chicas se marcharon y durante la semana siguiente ella se sumió en la tristeza y la incertidumbre. Lo veía pasear por la terraza, nervioso, a la hora habitual de sus encuentros. Pero ella no salía, ni le dio ninguna explicación. Jamás habían hablado, así que no tenía por qué dárselas. Sintió un inexplicable rencor, producto de la frustración y el jarro de agua fría que le habían administrado aquellas chicas encantadoras, tan parecidas a sus propias hermanas. O a ella misma.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y sin embargo, la obsesión crecía en su interior. Quería clavarse dentro aquel pene, aquel hombre, pero le aterraba no poder olvidarlo cuando se marchara. Después su vida le parecería un desierto, aun más vacío de lo que le había parecido hasta ese momento.</div></div>Unknownnoreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-59903542190327626552012-06-22T11:00:00.002+02:002012-06-22T12:11:34.133+02:00Todo empezó con un chat. Por Pity Saint James.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj2SLjKXD0mLgdLoi0nPNiAEV3aovRKbuT6offIQIUTDXuzI7n4Wpqv6Z1XXpPr6LhPDD5NaxDHIOesFU8Y24Yb_Y084P5vxbRqD5e8ooTRaB4Jz9IgUm6H9LShfOw8bmQgxmLY4KZl6Pw/s1600/cibersexo2.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 276px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj2SLjKXD0mLgdLoi0nPNiAEV3aovRKbuT6offIQIUTDXuzI7n4Wpqv6Z1XXpPr6LhPDD5NaxDHIOesFU8Y24Yb_Y084P5vxbRqD5e8ooTRaB4Jz9IgUm6H9LShfOw8bmQgxmLY4KZl6Pw/s400/cibersexo2.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5756801811977462354" /></a><br /><div><span style="text-align: justify; font-size: 100%; ">Todo empezó con un chat.</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Había descubierto el interés por las redes sociales hacía tiempo pero, lejos de sentirlas como una necesidad afectiva, las utilizaba como medio de comunicación para sus problemas profesionales. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Comunicaba casi siempre intentando hacer llegar a sus compañeros de trabajo la información necesaria para estar al tanto de las tareas cotidianas que la empresa para la que trabajaba como comercial requería. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De pronto, unas facturas sin pagar que precisaban ingreso urgente a través del banco; los pagos a acreedores que se habían quedado olvidados en el cajón de su mesa; la reunión urgente con el gerente de la empresa y otras actividades tan poco lúdicas como aquellas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un día apareció en la pantalla de su ordenador un pequeño recuadrito en el ángulo inferior izquierdo de la pantalla en la que unas palabras invitándola a hablar le llamaron la atención. Contestó sin mucho interés con un simple<i> "¡Hola!",</i> y a partir de ahí se desencadenó una serie de diálogos apenas interrumpidos por la necesidad de atender las demandas de clientes y trabajadores que la llevaban del correo electrónico al teléfono de forma intermitente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Apareció un deseo recóndito que pareció despertar de lo más profundo de su cerebro como una revelación destacando sobre todo, la curiosidad por lo que aquel tipo de conversaciones virtuales le pudieran aportar. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todo siguió con normalidad aburrida propia de su trabajo, que más se parecía al de un contable hasta que a la otra persona del otro lado de la pantalla se le ocurrió escribir <i>“oye, quiero conocerte”</i>. No supo entonces que el término conocerte se refería concretamente a <i>“quiero follarte”, </i>lo cual supuso una desconexión automática de la red para evitar la sospechosa mirada de la gente que la rodeaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estar trabajando en serio y sentirse en ese momento espiada y provocada por un desconocido del que apenas tenía una ligera idea de cómo era físicamente a través de la foto que aparecía en la página del chat, la turbaba demasiado como para continuar con aquello durante su horario laboral.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se olvidó del asunto durante unas horas hasta que por la noche, mientras navegaba por Internet a la búsqueda de información sobre la Bolsa, volvió a recibir un inquietante mensaje en el que la invitaban a participar en una nueva conversación a través del chat. No pudo resistir la curiosidad y volvió a contestar nuevamente con un simple "<i>¡hola!",</i> desencadenando a partir de ese momento una vorágine de intercambio de frases insinuantes que la estaban poniendo cachonda. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se olvidó de todo lo que tenía que hacer: de las cuentas, los números que tanto la desquiciaban, los objetivos de la empresa y el proyecto que sin falta tenía que presentar en la Junta Directiva a la semana siguiente, pues nada más abrir el ordenador allí se encontraba con su admirador informático que la llamaba para mantener una conversación de lo más excitante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Siempre había pensado que las relaciones establecidas a través de las redes sociales eran causa de múltiples problemas en el núcleo familiar, ya que se había dado el caso de que hombres y mujeres habían dejado a sus mujeres o maridos para entregarse a otras relaciones adúlteras que acababan con la pareja legalmente establecida. Por esto el miedo era aún mayor. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero siguió prestando atención a lo que este chico le decía. En la ventanita del chat se produjo una conversación interrumpida apenas por el pitido sordo de un correo entrante que no tenía más remedio que abrir, para después de leerlo, entregarse absolutamente de nuevo al chat:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él: <i>me pareces una chica encantadora </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>no me conoces casi nada…</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él: <i>sí que te conozco, estás deseando de que alguien te pegue un achuchón</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella:<i> ¿tanto se me nota?</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él: <i>aunque lo disimules…; de todas formas y aunque no tuvieras ganas, yo sí, contigo… jajaja</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella:<i> me estás abrumando</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El: <i>si te molesto, no tienes más que decírmelo</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>no, no por favor, me gusta que seas directo</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él:<i> ¿podremos vernos algún día?</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>oye, ¿pero tú no estás casado?</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El: <i>sí, pero en mi relación de pareja no tenemos problemas;</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"> ……el está escribiendo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>somos muy liberales y nos respetamos mutuamente</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>es la primera vez que me pasa esto…</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El: <i>mentirosa, seguro que te lo han propuesto más veces</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>mmmmm</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El:<i> tienes que vivir la vida</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: e<i>stoy de acuerdo, pero así sin más…</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El: <i>quítate la mordaza y libera tus emociones</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>no sé, nunca había estado en una situación así; para mí el sexo requiere contacto físico, conocer, flirtear… pero me gusta la propuesta </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él: <i>el sexo a secas no es tan malo y además no importa cómo lo practiques</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: entiendo, me pides sexo ¿solo eso?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él: <i>claro, solo eso y ni más ni menos que eso, que te quites las bragas y folles conmigo hasta la extenuación</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">……el está escribiendo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Ale, ya lo he dicho</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>por Dios, ¡qué heavy!</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El: <i>déjate de mostrarte tímida que sé que no lo eres tanto… el otro día vi como me mirabas</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">……el está escribiendo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i> y noté un destello extraño en tus ojos que me solicitaba algo..y estoy dispuesto a dártelo</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella:<i> lo siento tengo que irme, me abro más tarde, bye</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El:<i> eso es lo que quiero que te abras. Chao amore</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Así siguieron varias sesiones hasta que llegó un punto en que ella consiguió presentarse ante él prácticamente desnuda, mintiendo, a veces, sobre su aspecto físico en ese momento. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>llevo un camisón de “piel de ángel” que se me resbala solito </i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">El: <i>mejor sin camisón</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>te vas a enterar, hoy he ido a depilarme el chichi</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">El: <i>me encantan los coños depilados, lamerlo así es mucho más placentero para ti y para mí</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>me estás poniendo tan cachonda que tengo el clítoris como el gálibo de la ambulancia...</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">Él: <i>¿te estás haciendo una paja?</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>¿y qué si lo hago? Jajaja</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">……ella está escribiendo</div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>No lo hago, pero podría hacerlo…</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;">El:<i> hagámoslo juntos mientras hablamos</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: <i>noooooooo, no estaría cómoda y estaría fingiendo</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El:<i> ¿has fingido alguna vez?</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella: no pienso contestar a eso</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">……ella está escribiendo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Cuando quedemos, verás si finjo o no…</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y entre esas dedicatorias y el deseo de la curiosidad que tanto la pierde acabaron entablando una cita que en cierto modo era a ciegas. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella se preparó a conciencia evitando pasar el día con el estrés habitual; se sacudió el cansancio con una siesta reconfortante y, cuando despertó, se metió en la bañera, en cuya agua había puesto una buena dosis de espuma; mientras tomaba el baño y percibía todas las sensaciones que la levedad del agua templada le provocaban, comenzó a pasarse las manos por entre los pechos, manoseando los pezones hasta convertirlos en dos piezas duras y prominentes; se sintió tan excitada que decidió continuar explorando su cuerpo como cuando de adolescente se masturbaba a solas; ahora era un poco diferente, pues conocía su cuerpo y las zonas donde el placer era más intenso; también sabía prolongar su estado de excitación lo suficiente para llegar al clímax en el momento que a ella le apetecía. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Así, bajó su mano derecha hacia el pubis y se acarició ligeramente el monte de Venus perfectamente depilado y tan suave que parecía el tacto de la seda; con la mano izquierda continuaba acariciándose los pechos y ya un cierto resquemor en su vulva la estaba llamando para que fuera más allá con la mano, que se introdujera sus dedos en la rajita cálida de su sexo para dilatar la vagina y conseguir el placer; jugueteó un rato con su clítoris, llegando a mostrarse tan grande y tan sensible que cualquier roce, incluso el del agua, le hacía vibrar; siguió hurgando hacia dentro y apretando su mano contra las paredes del <i>chumino</i>, volteándola y moviéndola de delante a atrás siguió excitándose hasta que sintió un súbito calor que la enrojeció hasta arriba y la sometió a la vibración espasmódica de un orgasmo. Recordó, entonces, que tenía un vibrador guardado en el armarito del baño. Aquel vibrador con el que a su pareja le gustaba jugar metiéndoselo por el culo bien lubricado con aquellos productos que compraba en el sex shop, pero estaba lejos de alcanzarlo por lo que simplemente confió más en su mano. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Chorreando agua y fluido vaginal salió despacito de la bañera y continuó bastante excitada ante la perspectiva de volver a mantener relaciones sexuales con un hombre después de casi un año sin haberlo hecho. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Había roto con su pareja unos meses antes porque él le confesó que le gustaban más los hombres. Aquello, que ya lo había sospechado, ante la insistencia casi enfermiza de su pareja por practicar el sexo con otro hombre junto a ella, en un intento de convencerla para practicar un trío, no tuvo más remedio que reconocer el trasfondo de su orientación sexual, cayendo esa revelación como una losa sobre la conciencia de ella dando paso a un sentimiento de desprecio por todos aquellos hombres que se le acercaban.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Durante ese tiempo había explorado otros mundos llegando a tener relaciones lésbicas con una conocida de un pub de ambiente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El plan de esa tarde iba a hacer que volviera a reconciliarse con los tíos y casi tenía la esperanza de no necesitar de nuevo el uso del consolador. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se arregló con esmero eligiendo aquel sujetador escondido entre sus ropas que por incómodo no utilizaba y aquella braguita brasileña, que se le metía entre la raja del culo y la incomodaba cuando iba a trabajar sobre todo al sentarse y tenía que ir tirándose del elástico de la ingle para acomodársela mejor. Era tan bonita, con el encaje rosa chicle que se le quedaba bien pegadito a la piel…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se maquilló discretamente y se untó todo el cuerpo con el aceite perfumado con olor a jazmín que tanto le gustaba, deteniéndose en la hendidura rosada de su íntima locura. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se encontraron en la puerta de un pequeño palacete reconvertido en hotelito de tres estrellas con tanto encanto que al estar inmerso en el ambiente otoñal parecía más una estampa del romanticismo que un simple espacio físico para conocerse de la forma más prosaica que ella jamás hubiera soñado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella se había puesto un jersey de cuello alto color negro y una falda también de color negro, ajustadísima, que le marcaba el contorno del cuerpo pudiendo presumir de tetas y culo; no obstante, su aspecto externo no dejaba adivinar cual sería la ropa interior que calzaba en aquella tarde. Tenía un aspecto casi normal, casi de chica decente y trabajadora; es posible que nadie pudiera adivinar cuál era el propósito de su espera. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando él vio a aquella mujer esperándolo sentada con las piernas cruzadas sobre el banco que había en la calle, rodeada de miles de hojas secas que los servicios de limpieza no habían tenido la precaución de limpiar, y con la luz dorada del atardecer de una ciudad del sur lamiéndole los rubios cabellos rizados que enmarcaban un perfil de su cara nacarado y con unos grandes ojos almendrados ribeteados de kohl negro que le daban cierta expresión felina, notó una repentina erección que le obligó a tirarse de la pernera del pantalón para disimular su excitación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Apenas se hablaron siguiendo a la mirada de deseo de ambos un beso prolongado boca contra boca en el que la lengua fue la principal protagonista recorriendo los labios de ambos en un reconocimiento inicial del cuerpo del otro para pasar más tarde a otras cosas. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Perdieron la noción del tiempo desde ese momento y se fueron abrazados por la cintura donde ella notaba la presión cálida de una fuerte mano varonil que la contoneaba al ritmo que su deambular le confería. Ella se dejó llevar por una sinfonía de emociones arrastrada por los deseos de aquel desconocido que ya desde el principio le pareció conocer de toda la vida y que a través del chat le había prometido una experiencia excitante. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sus manos cálidas la rodeaban con ternura y percibían la vibración juncaril de su talle acentuada por el temblor suave que la excitación le provocaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De pronto se dieron cuenta que fueron caminado directamente hasta la casa de ella. No había nadie pero un olor a flores que procedía de la sala de estar, una mezcla entre claveles, jazmines y nardos que envolvían el ambiente y provocaba cierta turbación de los sentidos, como si hubieran tomado alguna copa de más, y empezaron a acariciarse lentamente. Él la besó de forma descarada introduciendo su lengua en la boca de ella, que rápidamente se hizo a ella aceptándola con agrado y respondiendo mezclando sabores y explorando la boca de ambos para reconocerse mutuamente; el cuello, tan rígido siempre por culpa del estrés de la vida cotidiana, era el punto flaco de ella y la más mínima caricia que con dulzura recorría su nuca le hacía erizarse el vello; cuando él entendió que la zona erógena de ella estaba localizada en esa zona comenzó a besarla y lamerle tras las orejas, la nuca, el cuello, y bajó por su espalda hasta toparse con el sujetador de encaje y raso de copa baja que le insinuaba un canalillo interesante entre dos pechos turgentes de talla cien. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le desabrochó el sujetador y ella notó una cierta liberación del corsé que la apretaba y se volvió hacia arriba poniendo al descubierto sus tetas. La areola turgente y prominente propia de la excitación hizo que llamara la atención del hombre deteniéndose en lamer los pezones durante un espacio de tiempo que a ella le pareció infinito mientras bajo sus bragas, de encaje rosa chicle y raso, sentía la humedad incipiente de la excitación sexual. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A partir de entonces, la situación que estaban viviendo, los introdujo de repente en un ritmo frenético de deshacerse de ropas, besos, abrazos y tocamientos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella paró en seco y volviéndose hacia él prolongando sus delgados brazos y apretándolos contra su tórax le indicó que necesitaba ir más despacio. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La humedad de sus partes íntimas se había hecho casi insoportable percibiendo cómo el líquido espeso que manaba de su coño la empapaba entre la braga, incomodándola. El olor de sus propios fluidos se entremezclaba con el perfume de la loción que había utilizado después del baño y el olor del sudor del hombre, produciéndole una amalgama de emociones cada vez más excitante. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De pronto sintió cómo la mano de él se introducía por debajo de su falda, intentando encontrar el objeto de su deseo; apretó su culo con la mano y ella dio un respingo que no sabía interpretar si de placer o de falsa decencia. Ella sentía como el pulso se le había acelerado, latiéndole el corazón desbocado con un chute de adrenalina que la hacía aún más atractiva. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Parecía una gata encelada con las pupilas grises dilatadas, el pelo revuelto y atacando con abrazos, tirones de pelo, chupeteo del cuello y arañazos a la piel de la espalda de ese hombre que venía a reconciliarla con el mundo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A la par, él se soltó la camisa, y ella comenzó a tocarle la bragueta percibiendo que debajo había una polla erecta que no recordaba desde hacia mucho tiempo; evitó comparar pero no tuvo más remedio que sonreirse recordando la mierda de picha que tenia el mariconazo de su pareja de antes. Le entró una urgencia de contactar su sexo con la verga de aquel macho hasta entonces virtualmente conocido. Comprobó que era real y que la polla del tío estaba tan dura y tan tiesa que no le hubiera importado metérsela directamente en la funda suave de su vagina si no hubiera sido porque su amigo el sexólogo le dijo en una ocasión que todo acto sexual debía de ir acompañado de un juego previo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Observó que no estaba circuncidado, por lo que tomó la <i>enorme manguera</i> entre sus manos y, tras acariciarla suavemente sintiéndola crecer aún más y endurecerse hasta el extremo, le bajó el capullo apareciendo un glande inmenso, lubricado, enrojecido tendiendo a amoratado por la excitación, que le incitaba a chuparla; se la introdujo en la boca y con lametones más intensos a veces, menos fuertes otras, rodeando la punta y lamiéndola con la lengua, acariciándola con fuerza desde la base hasta la punta a la vez que a pequeños sorbitos la chupaba, él se sentía cada vez más excitado pidiéndole que parase a intervalos para evitar correrse antes de tiempo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él consiguió quitarle por fin la ropa y de un tirón le arrancó la braga quedando al descubierto su sexo. Él la miró sorprendido pues no había cosa que más le gustase que ver el coño de una mujer depilado, y ella lo estaba totalmente, presentando un sexo como el de una niña prepúber. Deseó entonces tumbarla y comerle a besos<i> la conchita</i> en un arrebato de excitación imparable pero ella nuevamente volvió a enlentecer el ritmo para evitar llegar a alcanzar el clímax antes de tiempo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él se paró, recreándose en el coño de ella, comenzó acariciando la parte interna de sus muslos, besando despacito y lamiéndola a intervalos, hasta que fue ascendiendo lentamente para llegar directamente a la cueva profunda donde el placer es más intenso; abrió los labios y allí encontró la perla maravillosa, el rubí centelleante del clítoris, lo lamió levemente, descargando en ella una corriente casi eléctrica que le provocó una sensación de placer inmensa deseando que él se acercara aún más y la penetrara ya, con una urgencia hasta entonces desconocida; pero él se separó un poco de ella, y volvió a abrirle los labios introduciendo su lengua por entre la rajita moviéndola en un sentido y en otro, subiendo un poco para alcanzar levemente el clítoris, con lo que ella percibía pequeños espasmos en su cuerpo que la excitaban cada vez más. Así siguió un buen rato hasta que cuando él comprobó que ella estaba más excitada y al borde del orgasmo se separó lentamente para ver el efecto que su caricia había provocado en ella. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El hombre paró en seco el ataque orgásmico que se le venía encima y comenzó a acariciarle los ojos, los pechos con la suavidad de una persona que conoce bien el cuerpo femenino mientras ella se dejaba hacer mordiéndole apenas el lóbulo de las orejas y tocándole en los huevos notando como la erección de la verga se acentuaba aún más.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De pronto ella sintió cómo un deseo urgente de estar llena de él, la descontrolaba obligándola a aceptar de inmediato la entrada del cuerpo del otro en el suyo propio y con un movimiento rápido consiguió ponerse encima y a horcajadas, se introdujo la polla en la abertura sonrosada de su conejito depilado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El ritmo, primero cadencioso, después más rápido mientras él le acariciaba el clítoris, en un magma de fluidos que se solapaban en el olor excitándolos aún más, cambiando la postura para hacerse más cómoda, lanzándose a una vorágine de emociones y gritos apenas amortiguados por la necesidad de evitar que la oyeran los vecinos del piso de al lado, parando a intervalos manteniendo de esta forma el deseo extremo de llegar al orgasmo, se mantuvo al menos durante media hora hasta que por fin en un derroche de sentidos: olor, calor, sabor, ella sintió una oleada de fuego que la inundó entera y unas contracciones en su vulva que se irradiaban hacia su abdomen descargándola de toda la presión y de toda la ansiedad que la situación le había provocado desde el principio. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El, percibiendo como se corría, aguardó acariciándola suavemente en la espalda controlando el deseo irrefrenable de explotar dentro, y notando los espasmos de la vagina en su falo, volvió a moverse dentro de ella apenas cambiando de postura: ella con las piernas bien elevadas y él en un movimiento casi vertical hacia su vulva, moviéndose con fuerza hacia delante sintiendo la presión que las paredes del chocho hacían sobre su verga y excitándose aún más por esto. Ella había aprendido a controlar esta presión de forma que cuando él avanzaba hacia ella, contraía los músculos de la vagina y apretaba con fuerza el miembro haciendo mucho más placentero el acto; él no paró hasta que un derroche de esperma la invadió toda ya no humedeciéndola, sino mojándola literalmente. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Permanecieron abrazados un rato mientras ella percibía aún los espasmos a intervalos cada vez más largos de su abdomen, sudorosos, sedientos y tranquilos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Recogieron un poco las cosas que habían quedado desperdigadas por la habitación y se sirvieron una copa de ron miel con nata y canela que ella había aprendido a hacer en uno de sus muchos viajes por trabajo que dejaban un resquicio para el divertimento. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tras una pequeña pausa en la que comentaron banalidades que en muchas ocasiones eran mentira, se fueron introduciendo en la vida del otro, creándose una historia paralela sobre la que se iba a articular su relación más tarde. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Serían amantes, sólo eso y nada menos que eso…</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-59671188210683693982012-06-18T11:00:00.001+02:002012-06-18T11:00:04.219+02:00Ir de compras. Por Carolina Pastor Jordá.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRo5_rAypMcWGBMWSO2faOVOwa9CJel5I_f9bpmKHZrNQOymtPgl0VjKdNNu2o1EzeEoF9UprrDHLBTRkL6N_6qsAa6BsJhJ0_p8nhG8L1Rm1FNR-1U8meR2tKiTMDy5dIMxL2dRpvDiX1/s1600/probador.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRo5_rAypMcWGBMWSO2faOVOwa9CJel5I_f9bpmKHZrNQOymtPgl0VjKdNNu2o1EzeEoF9UprrDHLBTRkL6N_6qsAa6BsJhJ0_p8nhG8L1Rm1FNR-1U8meR2tKiTMDy5dIMxL2dRpvDiX1/s1600/probador.jpg" /></a></div><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;">—¿Y ahora qué, mamá? —preguntó hastiado Alejandro. Habían recorrido minuciosamente cada rincón de cada planta de aquellos grandes almacenes y no podría aguantar mucho más tiempo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Vamos a acercarnos un momento ahí —contestó ella con la vista puesta en su objetivo—. Necesito comprar ropa interior. ¿Vienes?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Me queda otra opción? —inquirió el chico, mientras se distribuía las bolsas en sus manos inflamadas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Puedes quedarte ahí sentado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Está bien —dijo Alejandro, haciendo malabarismos con las bolsas—, pero no tardes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Victoria se despidió de su hijo y se dirigió con paso decidido hacia los estantes de lencería. Primero se probaría sujetadores tanto para ella como para su hija, que le había pedido uno de ésos que realzaban los pechos, un <i>wonderbra</i>.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La mujer miró a ambos lados antes de coger de forma disimulada un par de esos sujetadores. Eran de color negro, elegantes. El ancho de la espalda parecía el adecuado, y la copa… Puede que también.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Escogió otro par de sostenes, esta vez para ella, ocultó los dos wonderbra bajo estos, y fue directa hacia la zona de probadores. Al encontrarse todos desocupados, entró en el más cercano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Comenzó a desabrocharse la camisa blanca por la parte superior. Aunque cada botón se desprendía de su pequeño agujero con facilidad, se detuvo en el más bajo, jugueteando un poco con él antes de liberarlo de su prisión.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se quitó la camisa y la dejó colgada, para a continuación deshacerse de su gastado y viejo sostén.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estaba intentado precisamente unir el broche de uno de los sujetadores negros cuando oyó unas risas a volumen demasiado elevado por el corredor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Un poco más bajo, que nos van a oír! —murmuró una voz femenina.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Pero no ves que no hay nadie? ¿Hay alguien? —gritó una voz masculina tras la cual se hizo el silencio durante unos instantes—. ¿Ves? Nadie.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Pero mira que eres tonto —le riñó ella, más juguetona que enfadada—. Oye, ¿y si nos metemos en este probador unos… no sé… diez o quince minutos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Me parece una idea estupenda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A Victoria le había dado una vergüenza terrible delatarse, y ahora, la pareja se había instalado a una pared de contrachapado de distancia. Además, por mucho que le costase admitirlo, sentía una morbosa curiosidad por lo que iba a acontecer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A su lado habían comenzado los besos… Se imaginaba que algunos serían en la boca, por ese sonido húmedo tan característico que se produce cuando dos labios y dos lenguas entran en contacto y se entrelazan buscando Dios sabe qué. Pero otros debían ser en el cuello, en la oreja... puede que en la clavícula.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Dani… ¿Llevas… llevas protección? —susurró la chica, aunque escuchó esas palabras como si se encontrase con ella en el probador.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El sonido de los besos quedó interrumpido por la pregunta de la joven.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Mira en tu bolso, creo que te metí algunos ayer por la noche —contestó él, y tras eso, Victoria oyó a la chica, cuyo nombre aún desconocía, rebuscar entre sus cosas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Sí que hay, Dani!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Perfecto... Y quédate así, no te muevas ni un poquito —añadió él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Así? ¿Inclinada?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, Andrea. Justo así. —Victoria comenzó a imaginarse a la chica, Andrea, inclinada sobre el bolso que habría dejado encima del asiento del probador nada más entrar. En su imaginación, ella vestía una minifalda de cuadros escoceses y un cinturón de falso cuero negro, casi más ancho que la propia falda—. ¿Te gusta?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella no respondió, o tal vez lo hizo pero Victoria no consiguió oírlo. Así que pegó su oreja a la fina y brillante madera que la separaba de la pareja, deseando conocer lo que le estaba haciendo el chico a la chica, mientras un pequeño chisporroteo de excitación nacía en la parte más inferior de su vientre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Están tan duros que podría morderlos… —murmuró él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ni se te ocurra. Y ya podrías dejar de sobarme y pasar a cosas más interesantes, que no tenemos mucho tiempo…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Como quiera la señorita —dijo, y se debió apresurar, pues ella soltó un quedo gemido de placer difícilmente contenido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Victoria, continuaba con el oído pegado a la pared. Hacía unos instantes que había comenzado a sentir cierta inquietud bajo su pecho: el corazón se le aceleraba y comenzaba a sentir cierta humedad allá donde no debería haberla. Definitivamente, su imaginación, unida a las palabras de sus «vecinos», le estaban jugando una mala pasada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«¿Quién me lo iba a decir?», pensó ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Más… más adentro —aulló la voz de la mujer, y un fuerte golpe sacudió la madera sobre la que se apoyaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Era capaz de ver en su mente cómo la chica seguía encorvada sobre la silla, y cómo él introducía, al principio lentamente, varios dedos de su mano, ávidos de carne, por la pequeña rendija que quedaba libre entre las piernas de la mujer, mientras con la otra mano sujetaba con firmeza sus caderas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La joven intentaba silenciar sin demasiado éxito sus gemidos… cada vez más audibles y rítmicos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Dani…Dani… quítate eso ya —consiguió articular Andrea.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La mano de Victoria se había ido dirigiendo casi en contra de su voluntad hacia su ingle… Su mente le prohibía seguir bajando, pero un burbujeo constante y cada vez más fuerte parecía haberse instalado en lo más profundo de su pubis instando a su propio cuerpo a aliviar su creciente excitación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sus pensamientos se nublaron en cuanto escuchó el sonido de la ropa cayendo al suelo, seguido de risas ahogadas. Victoria llevaba pantalones, pero podía introducir perfectamente su mano por debajo de la tela…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué te parece? —inquirió él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Me parece que tienes que acercarte más… que te tengo que poner… eso…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Pero sólo si lo haces como tú sabes —retó la voz masculina.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Su mano parecía haber ganado la batalla y descendía bajo el suave lino de sus pantalones, decidida. La humedad se había extendido por las braguitas que llevaba, y con la mente fuera de juego, sus dedos presionaron, sin penetrar hacia su interior, la parte más sensible de su cuerpo… Sentía algo similar al dolor… «Pero es tan dulce…».</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Recobró la razón al notar la primera embestida a su espalda. Casi podía sentir el dispuesto miembro del chico dentro de ella, penetrando hacia lo más profundo de su vientre, a pesar de que sus dedos seguían debatiéndose entre el placer y la cordura.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Con la segunda acometida, su mano presionó con más fuerza entre sus piernas… El deseo crecía en su interior como si se desatase una tormenta, mientras que a su lado lo saciaban, ya sin disimulo. Los dos se habían entregado de forma completa y jadeaban siguiendo un compás predecible y en extremo placentero para los tres.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lentamente se iba acercando al culmen… Lo sentía en su espalda y en su interior, más dilatado a cada momento… Estaba tan cerca, que su columna se arqueó sobre la madera y sus labios se entreabrieron dejando escapar un susurro apenas contenido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llegaba…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Mamá? ¿Mamá, te falta mucho?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En el probador, a su lado, se oyó un gran estrépito seguido de insultos y maldiciones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No, hijo. Enseguida termino —contestó ella, introduciendo por fin sus suaves y delicados dedos hacia dentro—. Enseguida termino…</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-63458389067641240302012-06-15T11:00:00.001+02:002012-06-15T12:24:49.458+02:00Cita en el hotel. Por Víctor Alós Yus.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEipf5p-bMuCGxSiU-1fBREjNjdWvXike7Xy4Agq2tP_v852E5ourMpu8ZrEC2oBci9eEnswosIx_KAfkEdDULfSaw1jlk9yMmdrY6HJCUMgHYhO-YIsIRFgmsXG5ZY2RqrSI543QMUm8QxO/s1600/beso.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="311" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEipf5p-bMuCGxSiU-1fBREjNjdWvXike7Xy4Agq2tP_v852E5ourMpu8ZrEC2oBci9eEnswosIx_KAfkEdDULfSaw1jlk9yMmdrY6HJCUMgHYhO-YIsIRFgmsXG5ZY2RqrSI543QMUm8QxO/s400/beso.jpg" width="400" /></a></div><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;">Estuvieron hablando un buen rato.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">La cosa no estaba del todo clara, desde luego.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Unas veces era ella la que no quería continuar con esos cafés furtivos.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">En otras, él la alentaba a seguir caminos opuestos, a distanciarse.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">En todas, el otro aseguraba que no podría soportar, en esos momentos, alejarse de su pareja clandestina.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Y todavía no había ocurrido nada entre ellos. Nada más que miles de confidencias, de las que no se hacen a cualquier persona y que consiguieron que su acercamiento fuera más intenso cada vez.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Se miraron durante unos segundos, y lo tuvieron claro. Algo tenían que hacer.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuchichearon un momento.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella parecía que no aceptaba lo que él acababa de sugerir.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero se levantó con él y subieron hasta la recepción.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Cogieron una habitación y se dirigieron al ascensor.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Él temblaba. Ella más.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">No es que él estuviera más tranquilo, es que podía controlarse mejor.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando se cerraron las puertas del ascensor, la besó apasionadamente. Sus manos buscaron su cuerpo y ella se entregó totalmente.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Apenas 25 segundos, lo que tardó el ascensor en detenerse.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Llegaron frente a su habitación con las manos cogidas, los corazones desbocados y la respiración entrecortada.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Él la invitó, cortésmente, a pasar a la habitación.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando cerró la puerta, la cogió con fuerza, desde atrás, rodeando su cintura con sus brazos y depositando cien besos en su cuello, oliéndola, sintiéndola mientras su temblor aumentaba.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Subió los brazos y colocó las manos sobre sus pechos. Comenzó a acariciarlos, buscando los pezones que se resistían bajo las copas del sujetador.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella suspiraba y sentía renacer el deseo. Más cuando él apoyó su ingle en sus glúteos y pudo notar la erección que se había despertado en él.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Se zafó de la presa y se encaró con él.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Se besaron mientras avanzaban y lo tumbó en la cama. Le bajó los pantalones y el calzoncillo y su mano comenzó a jugar con su miembro.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Después, lo introdujo en su boca, disfrutando de los breves espasmos que experimentaba él.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">A los pocos segundos, él la apartó, con ternura. No quería que la cosa terminara tan pronto, y la excitación entraba en un momento álgido.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Ayudó a su pareja a quitarse la blusa, y ella se quitó el sujetador, dejando en libertad sus pezones, erectos, buscando una boca que los besara.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Él no se hizo de rogar, y antes de quitarle los pantalones y las bragas, se entretuvo con ellos, provocando que ella se sintiera desfallecer.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Se tumbaron uno frente al otro, mirándose, casi sin atreverse a tocarse y se fundieron en un beso.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Las manos de él buscaron su sexo y comenzaron a acariciarlo. Lo notó húmedo y caliente, con ganas de ser penetrado.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Por el momento, fueron los dedos los que iniciaron ese viaje mientras la boca de él recorría, sin ánimo de parar hasta su destino, la piel de su amante.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Su lengua tomó el lugar de los dedos y en unos minutos, el cuerpo de ella se arqueó, víctima de la descarga de placer.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Con un nuevo beso, él entró en ella y no tardó en acompañarla, mientras ella recibía, de nuevo, la llegada de un orgasmo.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Después permanecieron abrazados. Las manos de ella acariciaban el pecho de él, mientras que él se recreaba en los maravillosos ojos de ella y acariciaba su piel.<br /><br /></div><div style="text-align: justify;">Hablaron cerca de una hora, y después decidieron vestirse.<br /><br /></div>Lo que sucediera después, fuera lo que fuera, no conseguiría estropear nunca ese momento.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-29419164210457535032012-06-11T11:00:00.002+02:002012-06-11T12:58:38.504+02:00Ama. Por Trix Domina (Diana Muñiz).<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjr-GLncuIQClkJhGugQ989pm9Jm_KVr84fer02kkCO51ecZY7ydOW7YgUTjamTcsJmLUH-rPmPRqKx2jAzU91cWVp4bpumCHOISjQ1_dcPgEDzkzEpkdKZc2_yxOmR08B0SShDELjCcdqZ/s1600/tumblr_lj3en3Rjf91qag78jo1_500_thumb%5B2%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjr-GLncuIQClkJhGugQ989pm9Jm_KVr84fer02kkCO51ecZY7ydOW7YgUTjamTcsJmLUH-rPmPRqKx2jAzU91cWVp4bpumCHOISjQ1_dcPgEDzkzEpkdKZc2_yxOmR08B0SShDELjCcdqZ/s320/tumblr_lj3en3Rjf91qag78jo1_500_thumb%5B2%5D.jpg" width="210" /></a></div>
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El olor de la cera quemada se introduce por mis fosas nasales y ya no sé si la neblina que empaña mi visión es real o son brumas que enmarañan mi mente y juegan con ella como un gato juega con un ovillo de lana. ¿Un ovillo de lana? No, un ratón. Un ratoncillo asustado que sabe que por mucho que corra no tiene escapatoria y aun así persiste en su empeño, alargando su agonía.</div>
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La mordaza ahoga mi grito de dolor cuando la cera caliente se derrama sobre mi pecho. Arqueo la espalda y alzo el pecho. Intento evadirme, pero la presa de mis manos no sabe de piedad ni cede ante mis ruegos. Porque… quiero escapar, ¿verdad? </div>
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El dolor. «A nadie le puede gustar el dolor», recuerdo tu comentario, amor mío. ¿Por qué estoy haciendo esto? «No está bien», me digo, y sé que es la mordaza la que impide que lo diga en voz alta. No importa que la erección se acreciente a cada instante y sea una tortura en sí misma al comprimirla en la estrecha prenda de cuero negro. </div>
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Si pudiera soltarme…</div>
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No es solo la mordaza. No son solo las esposas. Me siento tan… humillado, indefenso. Soy como un muñeco y, mírala, ella se ríe, disfruta con todo esto. Porque lo sabe, sabe que de verdad es el Ama. </div>
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Aparto la mirada de ese par de senos turgentes que me contemplan desafiantes, enmarcados en brillante látex negro. Busco cualquier cosa que me recuerde quién soy, que me permita aferrarme a mi condición de ser humano y no me reduzca a un mero pedazo de carne. Tu cara sonriente me responde desde la foto familiar, cariño, con nuestra pequeña en brazos. «Esto no está bien», me repito y aprieto la mordaza con los dientes y cierro los ojos con fuerza cuando la cera cae sobre el tanga que cubre mi hombría en toda su holgura. </div>
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Si pudiera soltarme…</div>
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Ella me contempla con ojos viciosos a través del anonimato que le confiere su antifaz. Sonríe, libidinosa, mientras inclina la vela sobre mi abdomen. La gota de cera roja se recrea y cae, escurriéndose por el tallo del cirio con agónica lentitud, antes de desprenderse y quemar mi piel. Gimo de nuevo. Pero esta vez, el dolor es aplacado por la saliva cálida de una lengua hambrienta. Bajo la vista y la veo allí. Jugando. El gato que juega con el ratoncillo indefenso. </div>
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Si pudiera soltarme… </div>
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—Te has portado mal —me dice, y su voz tiene la cadencia grave y sensual del terciopelo al deslizarse sobre el raso—. Necesitas ser castigado.</div>
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Grito en silencio cuando sus uñas felinas penetran mi piel, rompiéndola. La sangre se desliza por la herida abierta. Ella la caza con un movimiento rápido y preciso de su lengua y la traga con una sonrisa de suficiencia. Se inclina sobre mí, se frota contra mi miembro y creo que voy a enloquecer. Él late, crece, palpita y duele. Protesta y pelea por su libertad, pero su lucha es vana. </div>
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Si pudiera soltarme…</div>
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Si pudiera soltarme arrancaría la capa de látex que cubre ese cuerpo pecaminoso. Devoraría esos pechos como si fueran mi última cena y daría la ansiada libertad a mi maltrecho compañero enseñándole aquello que debería comprimirle. Y la haría gritar. ¡Oh, sí! Gritaría y me pediría más. Mucho más.</div>
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—¿Quieres más? —me pregunta mi Ama, paseando un pezón a la altura de mis labios. Tan cerca y a la vez tan lejos. Su mano se pierde en mi entrepierna acariciando al dolorido cautivo, aumentando su rebeldía y sus ansias de libertad—. ¿Y si soltara esto? —dice, jugueteando con los cierres de la prenda—. Se me ocurren muchos juegos divertidos… Aunque podría seguir así. Viéndole crecer. ¿Podrá el cuero resistir toda la presión a la que está sometido? Podría jugar a ver si puedes liberarte tú solo. Creciendo y creciendo…</div>
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Sus labios se pasean sobre el cuero, prometiendo cosas que no van a cumplir pero que creo y anticipo. Y las leyes de la física se rompen de nuevo: algo tan grande no puede crecer más, y aunque parezca mentira sigue creciendo. </div>
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—¡Mamá! ¡Tengo pis! —La aguda voz de Irene nos devuelve a la realidad.</div>
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María se quita el antifaz rompiendo así el hechizo, y se apresura a buscar una bata para cubrir su disfraz mientras abre la puerta y desaparece por ella.</div>
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—¡Ya voy, cariño! —La oigo gritar por el pasillo.</div>
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Y me quedo allí. Solo. Atado, amordazado y aún torturado por mi propio cuerpo. «¡La próxima vez, se queda con mis padres!». </div>
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Lunes por la mañana. María prepara el almuerzo a su marido, Ramón, y le despide con un beso en la mejilla y una sonrisa cómplice. Luego vuelve a la cocina y prepara el desayuno para Irene, su pequeña de tres años. Nadie sabe que bajo esa camisa impecablemente planchada, Ramón oculta las cicatrices de una noche de pasión. Y es que María está orgullosa de ser una perfecta ama de casa.</div>
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En todos los sentidos.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-7937243441634932442012-06-08T11:00:00.002+02:002012-06-08T11:00:02.344+02:00Jueves contigo. Por Susana García Rodríguez, "Suskiin".<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhsSrQ6d7m3yOXrTMIkzU5LdOkOQ6nTpahOoUktoAtvb3FZAzNmn0jC0GAuBoffrdzq7_yoLixC3LgJVfy-4YO12G-q95GA2Lrb7oCchXoykSpj9A7zs4wuFVViXCOytYTeq8oI6RXETFhv/s1600/labios.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhsSrQ6d7m3yOXrTMIkzU5LdOkOQ6nTpahOoUktoAtvb3FZAzNmn0jC0GAuBoffrdzq7_yoLixC3LgJVfy-4YO12G-q95GA2Lrb7oCchXoykSpj9A7zs4wuFVViXCOytYTeq8oI6RXETFhv/s320/labios.jpg" width="320" /></a></div><br /><br /><div style="text-align: justify;">Bianca no era su nombre, pero eso no importaba. Cuarenta años, dos niños, una casa y un marido que echaba tripa. La colada, la plancha, el super y sellar en la oficina del paro. Llevar a los niños a clase de música los miércoles y el polvo semanal los sábados por la noche. Una vida como cualquier otra, marcada por el tedio y la rutina. Pero Bianca, que no se llamaba Bianca, tenía un secreto que la ayudaba a seguir tarareando canciones mientras se ocupaba de todas esas obligaciones. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los jueves por la tarde, después de fregar los platos y antes de recoger a los niños, Bianca, que no se llamaba Bianca, se duchaba, cambiaba los pantis por unas medias de blonda negras y salía de casa con gafas de sol y un largo abrigo negro. Cogía el metro, mezclándose entre el anónimo pasaje, bajaba en una estación que llevaba a un barrio del que so<span style="font-size: 100%; ">lo conocía una dirección. Llamaba a un timbre de una escalera anodina y subía al tercer piso primera puerta. </span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Toni no se llamaba Toni pero eso no importa tampoco. Toni se duchaba y arreglaba su pequeño apartamento porque sabía que, todos los jueves a la misma hora, Bianca, cuyo verdadero nombre desconocía pero no le importaba, llamaría al timbre. Aquella breve visita, carente de conversación, le mantenia de viernes a jueves a salvo del aburrimiento de una vida carente de emociones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bianca entró por la puerta que Toni dejó ajustada. Dejó el largo abrigo y el bolso colgados del perchero del recibidor. Bajo la ropa de calle, solo vestía un escueto conjunto de sujetador y tanga, y sus preciosas medias de blonda. Se movió por la penumbra del pequeño apartamento, donde todas las persianas estaban bajadas, con el silencio de todos los jueves. Toni, sentado en el sofá, desnudo, la esperaba. Bianca se arrodilló entre las piernas separadas de él y acarició el miembro que, debido a la anticipación, ya estaba completamente erecto. Oír el ligero chirrido de las bisagras de la puerta lo excitaba. La lengua de ella buscó la entrepierna masculina, lamiendo la tierna carne y haciendo gemir a Toni. Sus labios acariciaron la punta de su miembro como quien come un helado sabroso, haciendo que él gimiera con más pasión y apoyara sus manos sobre la cabeza de ella. El miembro de él se adentraba cada vez más profundo en la boca de ella, hasta que el sensitivo glande tocaba el fondo de su boca, produciéndole un ligero amago de náusea. Incrementaban la cadencia de los movimientos de su boca sin mirarse hasta que él lanzaba un grito gutural y ella, impasible, saboreaba los latigazos de semen que inundaban su boca. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras ella se aseaba en el baño, él se reponía de aquel orgasmo, preparado para seguir jugando hasta que, a las cinco en punto, ella se vestiría en silencio y marcharía sin decirle adiós. Nunca follaban en la cama, siempre sobre el raído sofá de su apartamento de divorciado. Nunca hablaban, solo gemían. No se abrazaban, no se besaban, ni siquiera se acariciaban. Era sólo sexo. Puro y duro. Él se sumergía entre las piernas de ella, lamía su clítoris encendido hasta que ella, casi sin aliento, se colocaba a cuatro patas para que el la penetrase, por delante primero, por detrás después. Sus lenguas jamás se tocaban, aunque conocían cada centímetro del resto del cuerpo del otro. No se miraban a los ojos y no conocían sus voces. Todas sus conversaciones eran por escrito, a través del correo electrónico, que les ayudaba, a veces, a esperar con más ganas los jueves. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tan puntual como siempre, Bianca, cuyo nombre podría ser cualquier otro, se duchaba rápidamente para eliminar el olor a sexo, se envolvía en su abrigo, cogía el bolso y salía de aquella casa con paso firme, sin mirar atrás. Toni no se duchaba, disfrutando del olor de ella en su cuerpo que, con algo de suerte, lo acompañaba a la cama por la noche. Algunas veces soñaba con ella... La soñaba en su cama e imaginaba cómo sería besarla, como sabrían sus labios. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bianca regresaba entre los pasajeros del metro acurrucada en su largo abrigo, imaginando cómo sería besar a Toni en los labios. Enseguida borraba ese pensamiento y recordaba los momentos pasados juntos esa tarde, cosa que la excitaba. Antes de recoger a los niños en el colegio, se detenía en casa para cambiarse de ropa y regresar a sus pantis de lycra y sus bragas de los chinos. A veces, de tan excitada que llegaba, se masturbaba a oscuras en el baño, reviviendo la tarde pasada con él. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cualquier tarde no volverían a verse, por el motivo que fuese, pero mientras tanto tenían sus jueves silenciosos, su lado oscuro, su secreto. Y aunque fuera tan breve, solo por ello, se sentían con fuerzas para sobrevivir a otra semana de aburrida monotonía. </div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-33387764941422233262012-06-04T11:00:00.002+02:002012-06-04T11:00:05.618+02:00Serial Killers. Por Víctor Miguel Gallardo Barragán.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTbuANTAH9KB8VzFPylTmqsewi8UMFK1hyzNzgJfGhyiU1RXStKE2UlOknBlBZAS2RBRFYh_qNct2GYiLiUapuQ_x6sKb7GurSOAR7_9b-EoeibpMe02mgqsIltPsn80Qs-TTId6uFgsI/s1600/sexobar.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 267px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTbuANTAH9KB8VzFPylTmqsewi8UMFK1hyzNzgJfGhyiU1RXStKE2UlOknBlBZAS2RBRFYh_qNct2GYiLiUapuQ_x6sKb7GurSOAR7_9b-EoeibpMe02mgqsIltPsn80Qs-TTId6uFgsI/s400/sexobar.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5749944731841055778" /></a><br /><div style="text-align: justify;">Yo no sabía por qué estaba allí, por qué había querido estar allí. Reunión de antiguos alumnos, un eufemismo placentero para definir una lucha de varias horas entre el alcohol y los egos. Habían pasado diez años desde que nuestra promoción se graduó; éramos los mismos de entonces, pero de forma sutil también éramos diferentes. Quien más y quien menos había engordado o encanecido, no me refiero a eso: los cambios no estaban tanto en la superficie como en el interior de cada uno. Los caracteres, algunos, se habían agriado por el peso de una década de precariedad laboral y sueños deshechos en las espaldas. Los matrimonios habían hecho acto de presencia, y también la maternidad, aunque esta siempre por debajo de lo esperable dada la crisis económica que maniataba las esperanzas de ser padres de los más cautos. La treintena pesaba para unos y otros, para los que ya eran padres y para los que no podían permitírselo, e incluso para los que no se preocupaban por ello, y para todos la edad empezaba a ser una losa. Los casados miraban de reojo a los solteros, envidiándolos, y estos hacían lo propio con los poseedores de anillos de oro o platino, todos sujetos a las reglas de un juego estúpido que asemeja al cuento de la vaca y los prados más verdes de más allá del vallado. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Yo no, yo era feliz en mi inconsciencia, en mi devenir diario que asemejaba más al de un estudiante de dieciocho que al de un asalariado de treinta y tres. La litrona en el parque, el cine-club universitario, las escapadas a calas indómitas con amigos, todo parecía anclado en el pasado excepto yo mismo en mi continente, cada vez más calvo, cada vez más gordo, cada vez más satisfecho conmigo mismo y más cínico para con los demás. Pero seguía preguntándome por qué estaba allí, por qué había querido estar allí justo esa noche, rodeado de las tristes y ajadas sombras del pasado que eran mis antiguos compañeros de facultad, lo que quedaba de ellos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hasta que la vi entrar a ella en el pub. Fue entonces cuando recordé, sin asomo alguno de duda, que mis pasos habían sido guiados, desde el mismo momento en que recibí la invitación en mi correo electrónico y hasta que traspasé el umbral del bar con una falsa sonrisa de reconocimiento de oreja a oreja, por sus ojos, sus labios y su pelo, que me llamaban desde la distancia de aquellos diez años con la fuerza inhumana del amor no correspondido, del deseo insatisfecho. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Qué la guiaba a ella hasta allí?, me pregunté mientras, esta vez sí, sonreía de forma sincera y le estampaba en sus mejillas los dos besos de rigor. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bea estaba guapa. Siempre había sido una chica guapa, guapa sin aspavientos, de esas ante las que no te giras en la calle. De las otras, de las que, en noches de borrachera con amigos, reciben tus ebrios mensajes de texto farfullando obviedades, pidiendo torpemente un poco de atención. “Me estoy acordando mucho de ti esta noche”, recuerdo que le escribí con mi móvil en una ocasión, cuando en el culmen del trinomio botellón-bar de chupitos-discoteca me descubrí pensando en ella y no en otra. “A ver si quedamos para tomar un café”, otro mensaje recurrente que ocultaba las verdaderas intenciones, las de tomar todos los cafés del mundo cada mañana del resto de nuestras vidas, juntos y arremolinados en torno a una mesa de cocina con tostadas recién hechas. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bea estaba guapa y yo, al recordar todo esto, suspiré. “¡Amores de juventud!”, me dije, observando condescendiente a mi yo del pasado. Después de una década, Bea estaba guapa y yo más calvo, más gordo y mucho más seguro de mí mismo. Me gustaba el cambio. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De repente todos desaparecieron para mí. Aquello ya no era una reunión de compañeros de clase, sino una cita con Bea, una cita en la que el resto de la gente formaba parte de la morralla que en toda red de pescador aparece. No cabía la posibilidad siquiera de considerarlos como público, eran más bien el atrezo tosco, en algunos casos incluso desagradable, que algún chistoso dios había querido para nuestro reencuentro. Bea también pareció notarlo, y desde un primer momento, y tras haber saludado cortésmente a la piara de treinteañeros, buscó mis ojos con una súplica inaudible. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Guns´n´Roses sonando a destiempo en los bafles del local. Pasamos a una vieja balada de Roxette, y yo me acerco a ella, deposito mi copa cerca de la suya, y me intereso por su vida. Ella habla y habla, acercando mucho sus labios a mi cara. ¡Bendita música de los noventa, con sus altibajos portentosos! ¡Enhorabuena, <i>deejay</i> de baratillo, por atronarnos a conciencia! ¡Gracias, concejalía de Medio Ambiente, por no interferir en mi noche de gloria! Ella hablaba de la relación con su chico mientras sonaban Scorpions. De su trabajo mal pagado en una editorial mientras yo seguía el ritmo de Kula Shaker con los pies. Nos encaminamos a la segunda copa (ginebra yo, ron ella) al tiempo que aparecían los primeros acordes de los inefables U2. Cuando Blur, Oasis y Supergrass entraron a escena ya estábamos tan cerca el uno del otro que lo difícil era no tocarnos. Y, en las distancias cortas, ella seguía estando guapa, tan guapa como sólo una mujer de treinta y tantos puede estar. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La tercera copa llegó a nuestras manos, y ya no había marcha atrás. Yo dije algo inconveniente, algo que hizo referencia a mi enamoramiento de entonces y al deseo de ahora, y, sin dejarla reaccionar, di la vuelta y me fui hacia el aseo. Allí me tomé todo el tiempo del mundo mientras, fuera, sonaban más éxitos mustios de VH1. No las tenía todas conmigo, esa es la verdad, cuando abrí la puerta para enfrentarme a la oscuridad del local, encomendándome, yo, que no soy religioso, a todos los santos del almanaque; pero ahí estaba ella, apoyada en el quicio de la puerta del baño de señoras y con su ron a medio beber en la mano, mirando nerviosa alternativamente hacia la barra y hacia mí, como si quisiera cerciorarse de que nadie la observaba esperar. Yo me acerqué y ella abrió la puerta del aseo. Dio dos pasos a su interior y se volvió para sostenerme la mirada. No quedaba otra cosa más que recoger el guante, traspasar el umbral y cerrar la puerta tras de mí. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entonces, hace diez años, yo jugué su juego. Ahora ella haría lo propio con el mío. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bea dejó el cubata sobre el lavabo y, de espaldas a él, apoyó sus manos en el granito del que estaba hecho con los brazos muy pegados a su espalda. Avancé hasta ella y puse dos dedos en su cintura. Acerqué mi cabeza a la suya y, con la mano libre, aparté el pelo castaño de su cara. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sólo te tocaré cuando me lo pidas —le dije, acariciando con mis labios casi su oreja mientras que, contradiciendo mis palabras, mis dos dedos en su cintura se deslizaban unos centímetros hacia su espalda. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella no pestañeó, y yo tuve la certeza de que estaba segura de no llegar jamás a ese extremo. Volví a inclinarme hacia ella. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Estamos en los lavabos de un garito para gente de nuestra edad, no seríamos los primeros en enrollarse aquí. Estoy seguro de que estas baldosas y estos azulejos han sido testigos de bastantes cuernos. Pero yo no quiero enrrollarme contigo. Ya no tenemos veinte años, ni estamos enamorados. Yo quiero follarte. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mordí suavemente el lóbulo de su oreja, y ella puso instintivamente una mano en mi pecho. Yo di un paso hacia atrás, apartándome. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No me has entendido, Bea. Llevo queriendo besarte desde la primera vez que te vi. Las clases ya habían empezado unas semanas antes, pero tú te habías matriculado a última hora, y encima llegaste a aquella troncal cuando ya había empezado la clase. Yo todavía no existía para ti, pero fue verte traspasar la puerta y pedir permiso para entrar con voz nerviosa y yo di un respingo en la silla. ¿Sabes por qué? —Bea ignoró que era una pregunta retórica y movió dubitativamente la cabeza— . Yo por entonces tenía novia, y quería ser fiel sobre todas las cosas. Ya llevábamos dos semanas de clase, y yo ya conocía al resto de compañeras, y estaba seguro de que no sentiría la más mínima atracción por ninguna de ellas, ni por las guapas ni por las menos guapas. Pero fue verte y supe que tú sí me podrías meter, si hubieras querido, en un embrollo. Y entonces, mientras caminabas hacia el final de la clase, que es donde te sentaste, yo no podía dejar de desear que fueras tonta. O que fueras una antipática. Pero no, no tuve tanta suerte, porque no eras ni lo uno ni lo otro. Y me enamoré de ti. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bea se separó unos centímetros del lavabo, pero yo me abalancé contra ella, empujándola de nuevo contra él y hundiendo mi rodilla entre sus piernas. La levanté un poco con fuerza, incrustándola contra su sexo. Ella se estremeció. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Entonces me hubiera bastado con un beso, con pasear cogido de tu mano, pero ahora quiero follarte. Y quiero que me lo pidas -señalé con la cabeza a la cisterna— . ¿Ves esa cañería? Me gustaría atarte las dos manos con mi cinturón, y pasarlo por ella. Y así, con las manos en alto, arrancarte la ropa, dejarte totalmente desnuda —volví a hacer presión con la pierna mientras que con una mano le acariciaba el cuello— y después sacármela y masturbarme unos minutos ante ti. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bea echó la cabeza hacia un lado, evitando mi mirada y totalmente ruborizada. Yo la agarré del pelo y la obligué a volver a mirarme. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Eso no sería todo. Te tocaría, vaya que si te tocaría. Tú seguirías atada, y yo te daría la vuelta contra la pared, separaría tus muslos y te la metería desde atrás, con una mano agarrando con fuerza tu culo y la otra pellizcándote los pezones. Te dolería un poco, pero te juro que merecería la pena, vaya que sí. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Metí una mano bajo su camiseta y la subí hasta encontrar el exiguo sujetador de algodón. Tiré de él hacia mí y descubrí un pequeño pecho y un pezón erecto. Lo sujeté con fuerza mientras volvía a morderle, esta vez con más fuerza, su oreja. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Solo tienes que pedírmelo y te follaré. Te dejaré elegir dónde correrme, aunque yo creo que sé lo que elegiría —le susurré mientras mi mano dejaba el pecho y, sujetando la suya, la obligaba a agarrar por encima del pantalón mi pene henchido— . Creo que lo que más me gustaría sería, después de follarte unos minutos, subirme al inodoro y correrme sobre ti. Sobre tu pelo, tu cara, tus pechos, sobre toda tú, desnuda y atada a la cañería de la cisterna. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bea sollozó, y yo aparté su mano y le desabroché el pantalón vaquero. Metí hábilmente una mano dentro de sus bragas, y mis dedos llegaron con facilidad a su sexo. Estaba empapado. Metí el índice y el corazón con suavidad en el interior de su coño, y Bea se abrazó a mí mientras se movía arriba y abajo, forzando la penetración. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Fóllame, joder, fóllame. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No la até a ninguna cañería, ni la desnudé completamente. Era un aseo público, y aunque parecía limpio no podía estarlo por completo, ¿por quién me habéis tomado? Hace diez años me habría bastado con un beso suyo, o con pasear de su mano, pero ahora, en el baño de aquel pub, y mientras nuestros compañeros se pedían la penúltima copa a tan solo unos metros de allí, yo me contenté con ponerla de espaldas a mí y follármela con ganas, con las ganas acumuladas en una década y algo más. Y, tras acabar, y cuando por fin me atreví a regalarle un beso, el primero y último, pude comprobar que, efectivamente, Bea estaba guapa. Sobre todo ahora, después de correrse mientras yo la penetraba por detrás.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-44255825696931109692012-06-01T11:00:00.001+02:002012-06-01T13:36:37.606+02:00Los anhelos de María. Por Cleopatra Smith Martín.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvFMoo5zNHP8SGIYrkRbH0pTCh-1DJn1ccXUk0G_XXsNC4RUFkutw4_cAez8LWflN1R5zA3UXdYVbEmompb9R4pvX8h-s0zZshgvy0XKfPqeMYmX6JLrR-OhalWNV4OaxUOEuX2d8pKpDU/s1600/maria.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvFMoo5zNHP8SGIYrkRbH0pTCh-1DJn1ccXUk0G_XXsNC4RUFkutw4_cAez8LWflN1R5zA3UXdYVbEmompb9R4pvX8h-s0zZshgvy0XKfPqeMYmX6JLrR-OhalWNV4OaxUOEuX2d8pKpDU/s1600/maria.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">María era virgen, pues no conocía varón. Su cuerpo nunca sintió el peso de hombre sobre ella, ni la pasión de un macho enardecido al tener entre sus manos su cuerpo desnudo rebosante de lujuria, de deseo y de candor, pero que ella guardaba con mucho celo para el hombre que la haría mujer, y al cual ella se daría sin recelo ofreciéndole todos sus sabrosos rincones, ávidos de dar y recibir placer… Porque, a pesar de ser pura, su cuerpo había nacido para el pecado, aunque ella lo guardaba bien, para aquél que su corazón eligiera para que la poseyera, y al cual ella le entregaría sin remilgos los ardores de sus entrañas, los deseos que habitaban en sus salvajes instintos, y sus crecientes ganas de vibrar, gemir, gozar, de ser penetrada por su macho de todas las maneras habidas y por haber, como buena hembra en celo que no conoce la saciedad en temas de placer… </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero a pesar de ser virgen, gustaba de provocar, seducir, excitar… Por ello, María, como todas las mañanas, salía de su casa cesta en mano, con pícara sonrisa en sus sensuales labios, y unos pechos que, turgentes, bailaban generosos por su escote semi desabrochado; los pezones duros desafiaban a los jóvenes y no tan jóvenes que la esperaban a la entrada del mercado para verla pasar, y a los cuales el deseo les crecía entre las piernas al oler su perfume de hembra cuando ella, sabedora de su poder, les pasaba casi rozando contorneando sus caderas dentro de ese vestido que dejaba entrever sus curvas, pues entre el vestido y su piel, nada había que ocultara sus secretos de mujer… ¿Y ella? Ella posaba sus ojos en esa parte abultada de sus pretendientes, y se sonreía gustosa, y viciosa se relamía y mordía el labio inferior, algo que a ellos les excitaba sobremanera, pues soñaban con sentir esos jugosos labios en sus miembros erectos, a la vez que sentir el calor de ellos al acariciarlos y envolverlos… hacia arriba, hacia abajo, rodeándoles con ellos y su grácil lengua sus tallos en flor, para saborearlos bien antes de chuparla hasta el fondo y golosa tragarse con fruición todo ese placer que iban acumulando mientras, mirándolos a los ojos, los haría y hacía enloquecer, sin siquiera tocarlos, sin siquiera rozarlos, sólo con su aroma, sólo con insinuar, lo que podría ser… Y ellos, que casi podían correrse de gusto sólo con imaginarlo, babeaban haciendo con su abultada entrepierna el reclamo de esa hembra, deseando ser los elegidos para poseer el cuerpo de María, ese ángel o demonio que a todos pervertía, y enloquecía… </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hombres del pueblo que cada mañana hacían cola a la entrada del mercado, donde María todos los días hacía acopio de sus gustos, y compraba los motivos de su propio placer… Ese exquisito y apetecible plátano oloroso y de tamaño justo, que haría las delicias en su boca, al salir, al entrar, y que al roce de su lengua acrecentaría el calor entre sus piernas, las cuales abriría sin dudar… Ese excelente pimiento italiano, largo y suave, con las arrugas perfectas para rozar sus labios inferiores, simulando unas venas llenas a rebosar, y acariciarse ese punto tan especial con él, haciéndola extasiar y desear más, preparando la entrada para ese goce final… Ese pepino de justo grosor y dureza, similar al de una dura verga empalmada, con el que al fin se penetraría hasta el fondo, con un sexo que ya estaría bien mojado por los jugos de sus más ardientes deseos, imaginación e ilusiones, y que metiéndolo una y otra vez, y hasta el fondo, iría acrecentando el ritmo a la par de sus jadeos, lubricando el vegetal que entraba acertado cada vez con más facilidad, y que con el acelerado vaivén de su mano no tardaría en llenarla de gozo, haciéndola contornearse, gemir, temblar y que, apretándolo con sus muslos, gritaría de puro gusto al llegar al clímax, una noche más… Pues María era virgen de varón, pero no de los placeres que la naturaleza ponía todas las noches a sus expensas en su cama, que también en su mesa. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y sin vergüenza ni pretender esconderlos, salía erguida y provocativa tras comprarlos, contorneando esa parte tan femenina de su anatomía, que debería de estar prohibida, por sugerente, por divina, y cruzaba el arco del mercado insinuante para nuevamente hacerles a todos desfallecer, con lasciva mirada en sus ojos, al mostrarles a todos en su cesta orgullosa los falos que, como cada día, había elegido para compartir sus calientes delirios de deseos, de lujuria, y de placer; con los cuales siempre se desahogaría, cada noche, hasta que su cuerpo eligiera con atino al afortunado, a aquél que por fin se la beneficiara y la hiciera enloquecer, tanto como ella deseaba y era su más profundo querer.…</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-50210890842491038022012-05-28T11:00:00.001+02:002012-05-28T12:31:55.457+02:00Profundidades. Por Clara Solano.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRX5YLFzs1osW1LK7LXGN_cWtpcFoonqGB8JzfByytV2YxeYcSCFD7aWgl-76PhVNerdaz3605WylMkkK0yGJj6jLoV316FFJsRCvI17aShDoQZK4AFqESyKZq8ts4V1RTrTu8_yxQF_Js/s1600/imagen_profundidades.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="245" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRX5YLFzs1osW1LK7LXGN_cWtpcFoonqGB8JzfByytV2YxeYcSCFD7aWgl-76PhVNerdaz3605WylMkkK0yGJj6jLoV316FFJsRCvI17aShDoQZK4AFqESyKZq8ts4V1RTrTu8_yxQF_Js/s320/imagen_profundidades.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me desperté húmeda, como si me hubiera acostado encima del cubata que no derramé ayer antes de echarme a dormir. Luces, sombras, claroscuros, rincones y trampas de la imaginación me llevaron anoche a descargar toda mi libido sobre las amoratadas puntas de los penes de varios de mis amigos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Había dormido todo este sábado para poder salir despejada por la noche y poder aguantar hasta la madrugada. Otra vez había quedado con Moni. Me dijo que me iba a dar una sorpresa… y así fue. En estos instantes aun siento los espasmos del último orgasmo que recuerdo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi primera idea fue pensar que la gente de aquella fiesta no era más que una banda de niñatos aburridos, cansados de haber probado todo y deseosos de nuevas experiencias… pero mi idea cambió en cuanto apagaron la música. Nos tumbamos todos en una serie de colchonetas para hacer yoga. A los pocos instantes empezó a sonar una música muy lenta, suave, tipo new age. Alguien nos daba instrucciones: “inspirad-expirad-inspirad-expirad”. En cada inspiración el ritmo se iba acelerando. Yo me sentía cada vez más mareada. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Poco a poco iba notando que se me rompían mis fronteras, me separaba de mí misma. Oí que alguien decía que nos quitáramos la ropa… no tuve ningún reparo, al revés, incluso fue una bendición… me sentía libre, sin ataduras artificiales pegadas a mi cuerpo. El director de la fiesta aceleró aún más el ritmo de la respiración hasta que de repente nos obligó a parar. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En este instante no me pertenecía. Me levanté, vi que otros también estaban de pie moviéndose, acariciándose, saltando sobre sí mismos. No podía controlarme. Inicié mi ritual masturbatorio íntimo pero esta vez delante de todos. Me agaché, abrí las piernas y empecé a acariciar mi clítoris solo con la palma de la mano. Cuando sentí las primeras gotas cálidas sobre mi mano, como siempre, me introduje el dedo pequeño entre los labios de mi vulva, haciéndolo girar hacia uno y otro lado, aleatoriamente… como a mi más me gusta. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No me percaté en ese momento de que alguien me estaba acariciando el ano circularmente. Me relajé y me abrí aún más. Sentí los dedos de mi amigo dentro de mi espalda. Sin darme cuenta de nuevo, otro amigo estaba manipulando su pene delante de mi cara… me abalancé como una posesa hacia él. Le lamí hasta que el chico me dijo basta. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para ese momento los dedos se habían convertido en pene… dos penes. Me relajé todavía más y me abrí lo máximo que pude. Brinqué, salté intentando hacer explotar los testículos de mis amigos. Me sentía libre… volaba, viajaba por aquellas nubes que siempre veía en otoño al atardecer en mi barrio. Gritaba, gemía al haber entrado en contacto con mi ser espiritual, con mi yo verdadero. Me sentía poseída por mí misma. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creo que todos sentimos nuestras más íntimas profundidades… todos viajamos al centro de nuestro ser, donde no hay límites; donde el reflejo de nuestras vidas pasadas queda incrustado como pequeñas esquirlas de cristal. Aún sigo sintiendo todos los penes, todos los testículos, las manos… de aquellos seres volátiles, descarnados, sin pellejos superfluos. Perdonadme… voy a vestirme.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-60557512269708149912012-05-25T11:00:00.003+02:002012-05-25T12:17:17.519+02:00A cuatro manos. Por Ana Morán Infiesta.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgCfPqTKauV0-_2cvUV4ocGOBeLDcnYpuE8knEaZ2VuZjXPy9xI87JrDufhPT7fuEMCQp7IDUZKsEbC30Z8kezj3GgfvRH9uSsXiWo9e4vygjfBsPi07n73SIkvNdSA1NUf-IjoceUQpQ85/s1600/Lecturas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="229" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgCfPqTKauV0-_2cvUV4ocGOBeLDcnYpuE8knEaZ2VuZjXPy9xI87JrDufhPT7fuEMCQp7IDUZKsEbC30Z8kezj3GgfvRH9uSsXiWo9e4vygjfBsPi07n73SIkvNdSA1NUf-IjoceUQpQ85/s320/Lecturas.jpg" width="320" /></a></div><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;">Finjo atarearme en el ordenador mientras espero a que la profesora me remita las correcciones de mi último microrrelato o, en su defecto, un correo plagado de exabruptos. Eso si no decide echarme un rapapolvo delante de toda la clase. No, soy injusta, Raquel no es así; le duele humillar a la gente, por eso limita sus correcciones al ámbito privado. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Además, no me puede negar que me he ceñido al tema propuesto: «metatextual». Qué le voy a hacer si mi musa es ese pozo de lujuria que se oculta bajo sus ropas severas, si cuando aporreo el teclado acaricio su cuerpo y en la pantalla veo sus labios esperando mi beso. Así, claro, sale lo que sale...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Epopeya</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Versos lascivos brotan de tus labios mientras saboreo tus pezones erectos. A medida que mi lengua desciende por tu torso se unen, pícaros, formando coplas procaces, hasta que a medio camino, como buena narradora omnisciente, me obligas a detenerme; innovas con la narrativa y haces una acotación teatral, depositando en mis manos un rotulador. Yo lo miro como si fuese un experimento dadaísta hasta que tú me espabilas, en una lección magistral de uso los vulgarismos, cuando me gritas «¡Métemelo de una puta vez!» Obedezco y alabas mi pericia, intercalando onomatopeyas obscenas entre tus gemidos de placer. Con tu clímax, me haces recordar que la exageración también es un recurso literario. Cuando recuperas el resuello, me susurras nuevas tareas: «Autobiografía pornográfica, a cuatro manos.»</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un suicidio en poco más de cien palabras. Porque, como todos, al hacer la matricula firmé un compromiso en el que aceptaba dejar las hormonas fuera del aula. Al parecer, otros años esto ya era una bacanal romana a medio curso para devenir, en los últimos compases, en un culebrón de sobremesa con intentos de estrangulamiento incluidos. Por eso, acabaron por meter la clausulita de castidad de las narices: nada de líos entre alumnos y, por supuesto, nada de insinuaciones lascivas a la profesora. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando me llega la respuesta de Raquel, el corazón me da un vuelco. Pese a mis negras expectativas, no es un rapapolvo, tampoco una corrección. Es otro relato. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Princesa </i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Nunca quiso ser la princesa del cuento, ni ser cortejada por un gallardo caballero, matador de dragones. Lo que Bianca deseaba era que alguien colocase a sus pies el Fruto Prohibido.</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Hoy, el foso de su castillo rebosa de príncipes azules, mientras ella contempla hastiada un zapatero lleno de escamas. </i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Es críptico el muy jodido, pero que me ahorquen si no me está provocando. Busco su mirada. Aún está con correcciones y sus dedos juguetean con un bolígrafo. Al saberse observada, detiene el volteo y, con exquisita discreción, lame el trasero del rotulador con la punta de su lengua. Luego, tiene la osadía de guiñarme un ojo. Siento que el calor se adueña de mi ser, debo parecer más sofocada que una menopáusica en una sauna. Tengo que contenerme, por mucho que lo desee no puedo lanzarla sobre la mesa en plena clase y empezar a arrancarle la ropa a mordiscos. Estos muermos nos joderían la función antes de haberla empezado. Tampoco es buen momento para empezar a meterme mano. Seguro que la lameculos de la Maripuri, mi vecina de mesa, se daría cuenta de lo que estoy haciendo y le daría el soplo a Raquel, al director del centro, y hasta lo publicaría en el periódico local si se le pone a tiro. No. Tengo que contenerme. Y no se me ocurre mejor forma de tener las manos entretenidas que pergeñar una respuesta al micro de Raquel. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Madrastra</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Blancanieves dejó al Príncipe Azul discutiendo con Siete Enanitos y regresó al castillo. Allí demostró a su madrastra que había partes de su cuerpo más sabrosas que corazón alguno. </i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Y, colorín colorado, el Espejo Mágico se ha sonrojado. </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Es un poco bruto, pero nunca puedo resistirme ante una perversión de un cuento popular. Por desgracia, antes de que Raquel pueda leer el micro, retoma su lección.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como de costumbre, me abstraigo de sus explicaciones. Ahora mismo, poco me importan los efectos que el exceso de adverbios acabados en <i>mente </i>tiene sobre la mente del lector. Su lenguaje corporal es mucho más interesante. Más aún hoy. Si tenía alguna duda sobre la razón de la ausencia de respuesta a mi correo, su actitud la evapora. Durante toda la disertación, emite señales que solo yo sé interpretar y que ponen a prueba mi autocontrol, sobre todo ese modo de acariciar el rotulador más que sostenerlo… No puedo dejar de imaginar que, en lugar del rotulador, son mis pechos lo que esos dedos acarician, que mis pezones erectos son ese tapón rojo pasión que ella está ahora recorriendo con la yema del pulgar. Estoy a cien. Si no llevase un sujetador con relleno, creo que ahora mismo mis pezones estarían pugnado por agujerear la tela de la camiseta. No sé cómo estoy logrando contener las ganas de arrojarla sobre su mesa y empezar aquí la representación de mi humilde <i>Epopeya</i>. Pero lo hago. Me siento heroica, y pienso cobrarme mi premio cuando salgamos de aquí. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creo que ni Herakles pasó por una prueba tan dura como la que hoy he superado. Ya suena la trompeta (sí, los organizadores del curso son así de originales) que anuncia el fin de la clase. Y el de mi dulce agonía... No es solo que ya no tenga que contenerme, es que Raquel ha tenido tiempo de teclear una apresurada respuesta. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Ya de adulta, Alicia dejó de perseguir conejitos blancos; solo la estela de un venado llevaba al verdadero País de las Maravillas. </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Parece que mi periplo heroico no ha terminado, pero hermoso es el premio que lograré al salir victoriosa de semejante lid. Le hago un gesto discreto de comprensión. Después, me apresuro a cumplir con las tareas encomendadas. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy es mi día de suerte. Tenía duda sobre qué variedad del fruto prohibido comprar y en la tienda tienen una pequeña remesa de García Sol. Su exterior es una alegoría pasional, su interior rebosa erótico jugo. Al pagar, me ruborizo cuando el frutero me pregunta si hace mucho calor en la calle. Pertrechada con mi fruta prohibida, me adentro en una parte menos concurrida del barrio. Nadie confiesa acercarse por la zona, pero todo el mundo la conoce, sobre todo cierta calle decorada con azulejos con motivos de caza: escopeteros y animalillos cornudos. Ni idea de si son venados o bambis, la verdad. Solo sé que es la estela que he de seguir para llegar al único País de las Maravillas que tenemos por estos lares. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pese a su nombre, la fachada del local más parece haber sido sacada de una película post-apolíptica. Pintura desconchada, un toldo que ya ni se acuerda de cuándo fue rojo, un cartel de neón con luces fundidas que parece vender « l Pa s d la Mar vi as». Espero que lo de dentro esté algo mejor. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Acciono la manilla y, en cuanto doy un primer paso en el interior de ese antro de perdición, un aroma tan sensual como exótico me embriaga. La música suena suave, envolvente, y la luz tamizada crea una sensación mágica. Más que en el<i> País de las Maravillas</i>, tengo la impresión de estar en un escenario a lo<i> Mil y una noches</i>. Por unos segundos, me olvido de Raquel y siento deseos de perderme entre la multitud de explorar ese universo sensual que se esconde bajo la decrépita fachada de un club de alterne de barrio. Pero, antes de que dé un paso, me intercepta el Hada Madrina o, más bien, su hermana, la reina del sadomaso. Tiene alitas y una varita con estrellita incluida, pero las alas están pegadas a los tirantes de un sujetador que no tiene dónde poner otro remache metálico, y la varita decora el mango de una fusta. Una falda-cinturón de cuero y unas botas hasta la rodilla rematan su atuendo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Eres Alicia? —me ruge. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por unos segundos me siento confusa y con ganas de salir corriendo. Pero, al final, asiento. «Alicia» no es mi nombre, pero supongo que Raquel se toma muy en serio esto del guiño a los cuentos populares. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Bianca me dijo que te acompañase hasta su castillo. Sígueme —ladra, autoritaria. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Obediente, la sigo mientras empiezo a preguntarme si Raquel tendrá por costumbre hacer estas pantomimas. El Hada Sadomaso no parecía muy sorprendida por el teatrillo del que le ha tocado formar parte. Finalmente, me deposita a la puerta del castillo, la habitación 69 de ese mundo perverso. Ahora entiendo por qué Raquel siempre sonríe de un modo tan peculiar cuando nos dice que, a veces, es bueno tirar de tópicos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi enérgica guía me da un sobre antes de despedirse. Lo abro para encontrarme una nota muy escueta, y casi tan mandona como el Hada de los Látigos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Deja la fruta sobre la cama y desnúdate. Luego, escribe. Si te tocas, estás suspensa. </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Raquel está en la cama, desnuda, su espalda se apoya contra el cabecero de forja. En la mano izquierda sostiene una versión hiperbólica del rotulador y sus piernas están abiertas en una posición nada sutil. Coge una manzana de la bolsa que he dejado sus pies. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como buena alumna, me afano en cumplir el resto de instrucciones, agradeciendo librarme de la ropa sudada. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi mesa está justo enfrente del lecho; primera línea de lujuria. ¡Bendito sea al tacto frío de la silla bajo mis nalgas! Creo que ha bajado mi temperatura corporal un par de grados. No sé cómo no ha salido humo y todo. En fin, mejor me concentro en Raquel y en el teclado. Sobre todo en el teclado, no quiero suspender este examen en particular. Y no es que la maestra me lo esté poniendo fácil. Raquel devora la manzana a pequeños mordiscos, dejando que la punta de su lengua se escape en ocasiones de su boca y lama con lascivia las zonas mordidas, como si me estuviese diciendo: «Estas podrían ser tus tetas». Su otra mano no se está quieta, ni mucho menos, se ha metido el falso rotulador en lo que los cursis llamarían su «pozo de placeres» y ahora lo mueve con tanto frenesí que temo que la pobre acabe con ampollas por culpa de la fricción. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El movimiento del juguetito es ya tan frénetico que Raquel ya apenas puede tentarme con la manzana, sus labios están demasiado ocupados frunciéndose para contener unos gemidos que no me tentarían más si fuesen audibles. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me paso la mano por el cuello, cubierto de sudor, por unos segundos, siento el impulso de dejarla bajar por mi torso, de acariciar mis senos y estrujar unos pezones ya dolorosamente erectos. Concluida la escalada, atravesaría el desierto de mi vientre para adentrarme entre la maleza en busca de terrenos pantanosos... Y aliviar de este modo el calor que me invade... Inundar una silla que ya está sensiblemente húmeda... ¡No! ¡No puedo hacer eso! Debo escribir. Aporreo el teclado casi al azar. Vomito sobre él mis fantasías, en un baile de erratas que no sería capaz de solucionar ni el Corrector de Hamelin. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por fortuna, los dioses se apiadan de mí en el momento adecuado. Raquel exhala un complacido suspiro de placer en el mismo instante en que mis dos manos abandonan el teclado. ¡Ha estado cerca! </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A una orden suya, le paso el ordenador. Entre febril y atemorizada, la veo leer el delirio que he perpetrado. Finalmente, deja el portátil a un lado y, tras mirarme con un gesto severo que me hace temer lo peor, me susurra. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Autobiografía pornográfica a cuatro manos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creo que es la primera vez que alguien cita un escrito mio. Casi me pone tan a cien como la propia Raquel. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Siguiendo mis dictados, me siento a horcajadas sobre ella y le robo la manzana. Mientras reto a mi profesora con la mirada, doy un buen mordisco al fruto prohibido. Ahora la pelota está en su tejado. Que me demuestre si es o no buena lectora. Lo es. Fiel al primer párrafo, Raquel sumerge el todavía húmedo rotulador entre los pliegues de mi sexo. Me muerdo el labio interior para contener un gemido de dolor. Eso no estaba en el guión, pero el juguetito es más ancho de lo que esperaba, y Raquel lo está sumergiendo en latitudes inexploradas. Espero que no se encuentre allí al Demonio de las Profundidades o algo así. De momento, se está limitando a descubrir al monstruito perverso que duerme en mi interior. Mi cuerpo se está electrizando de un modo que jamás había creído posible —y no es que antes fuese una mojigata— mientras el aparatito se mueve en mi interior a un ritmo endiablado. Su anchura me provoca pinchados de placentero dolor que aún se hacen más intensos a medida que su osadía exploradora la hace avanzar hacia territorios más profundos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Quiero gemir, gritar como una perra en celo. Deseo decirle que no pare, que vaya más allá, que me lo meta hasta que me salga por la boca. Pero no puedo. A la cabrona de mi musa le pareció buena idea susurrarme que yo debería permanecer muda en este punto de la función. Así la escena tendría más morbo. ¡Jodida cabrona fumadora de ficus! Por lo menos me dio margen para improvisar. Solo me hizo escribir: "Nada de hablar o emitir ruiditos complacidos". Suerte que aún tengo la manzana en la mano. Empiezo a engullirla compulsivamente, tratando de seguir el ritmo del osado cilindro explorador; un río de jugo se convierte en cascadas a la altura de mis pezones. Fiel al cuarto párrafo, Raquel las intercepta y las explora hasta llegar a sus fuentes. Su lengua se pasea, provocadora, a lo largo mis labios. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ante esa caricia ya no puedo aguantar más, y me derramo, evitando así que el rotulador se incendie en mi interior. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Raquel me mira con su mejor gesto inescrutable. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Autobiografía pornográfica a cuatro manos? —pregunto con timidez. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Toda una jodida serie —me contesta, segundos antes de meterme la lengua en la oreja. </div>Unknownnoreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-69223512222658688102012-05-21T11:00:00.001+02:002012-05-21T12:16:20.837+02:00Historias de Naima: Naima y Ángel. Por Daniel Pérez Navarro.<div class="separator" style="font-style: normal; clear: both; text-align: center; "><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSQoTmvO6hIrTMos9iDMZkv3W-X-ooKQEO_rdtiG7K7DQRHQIj83MH5ODA98dhwrqxcFoq0fg3reKOwPXtu7v6H1PeAsFlb0MHrN4hv4hgYfgIaUancCij0qjdraDlwvmx_QhWPx504m8w/s1600/4787379109_6e2f1f87d8+(1).jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSQoTmvO6hIrTMos9iDMZkv3W-X-ooKQEO_rdtiG7K7DQRHQIj83MH5ODA98dhwrqxcFoq0fg3reKOwPXtu7v6H1PeAsFlb0MHrN4hv4hgYfgIaUancCij0qjdraDlwvmx_QhWPx504m8w/s320/4787379109_6e2f1f87d8+(1).jpg" width="300" /></a></div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div><div style="font-style: normal; text-align: justify; ">La primera boca que besa la de Naima huele a alcohol y a tarta de queso. La invade sin preguntar, sin que ella lo espere. Sin embargo, ella le deja hacer. No es un beso agradable. Él es brusco, empuja con la lengua como si quisiera alcanzar el intestino y le araña con los dientes. El hombre se aparta de la boca de Naima y le introduce dos dedos humedecidos con saliva en la vagina, y lo hace del mismo modo, sin atención, sin modales. Apenas unos segundos después, él le da la vuelta, y así, de espaldas, la empuja para que incline el tronco sobre una mesa. Entonces retira los dedos y le introduce el pene. Él es rápido y violento, y enseguida empieza a moverse. Los empellones tienen el sabor de las frases amargas. Y Naima le deja hacer, y gime, aunque no sabe por qué ni por quién.</div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div><div style="font-style: normal; text-align: justify; ">Naima descansa en un sillón. Mira a una chica morena de pelo corto que gime de una manera mecánica, da igual quién la posea, cómo lo haga y cómo tenga el pene. Hay uno que solo quiere hablar. Se acerca a Naima y le hace mil preguntas: ¿Cuántas pollas has tenido en tu cuerpo al mismo tiempo? ¿Te lo has tragado? ¿A qué sabe? ¿Por detrás te gusta tanto como por delante? ¿Te lo montas con tías? ¿Te gusta que te sujeten con cuerdas? ¿Has cobrado alguna vez, aunque solo sea por saber qué se siente al hacerlo por dinero? Naima no responde y él se marcha llamándola cerda, una y otra vez. Eres una cerda, como esa que chilla, seguro que tampoco te importaría que te la estuvieran metiendo toda la noche.</div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div><div style="text-align: justify; ">Los que tienen principios y reglas morales y dedos con los que señalar también tienen la polla dentro de Naima y las que llaman putas a las que no siguen sus normas y principios tienen la lengua en los pechos de Naima y los que son celosos y las que son celosas esa noche lo toman todo como un juego que durará hasta el amanecer y los que dicen oh-querida-no sabes lo elegante que estás y las que dicen oh-querido-me gusta tu saber estar se propinan azotes y se lamen el culo y la única que duerme dentro de sí es Naima, y las pollas se deslizan una tras otra dentro de ella y diferentes manos la palpan como si su piel fuera un trofeo y a Naima le da igual porque hace rato que se acurruca dentro de sí y ha retrocedido en el tiempo y se ha convertido en aquella adolescente que se llevaba una mano a la ingle con timidez y soñaba con los dedos de mil chicos recorriéndola incansablemente mientras una luna blanca y más que blanca la miraba y se reía.</div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div><div style="font-style: normal; text-align: justify; ">Una vez una chica vino a mi tienda y me dijo que lo haría conmigo por veinte euros, y yo le respondí que no. Veinte me parecía mucho. Le dije que por un plato de patatas con huevos. ¿Y sabes lo que respondió la chavala? Qué bien me conoces. Eso me soltó: qué bien me conoces. El hombre que cuenta esa historia deja de hablar y gime. Luego Naima se aparta de su entrepierna. La pelirroja tiene hinchado el interior de los labios. Dile al siguiente que no se acerque a mi boca, dice ella.</div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div><div style="font-style: normal; text-align: justify; ">Uno de ellos sale del piso y se acerca a un pub cercano, lo único que hay abierto a esas horas. Entra a pedir hielo. Es para una fiesta, se nos ha terminado, dice. Mientras uno de los camareros llena una bolsa de plástico con cubitos, el otro escucha su chascarrillo: cómo le ha metido la polla dos veces a una tal Naima y cómo va a intentarlo una tercera vez, en cuanto beba algo y recupere fuerzas. ¿Cómo es?, pregunta el camarero. ¿Quién? Esa Naima. No sé, una zorra. ¿Es pelirroja? Yo qué sé, ¿tú crees que me fijo en el pelo?, si quieres te describo el coño. El camarero se quita el delantal y sale del mostrador. ¿Puedo acompañarle?, pregunta. El otro le mira muy serio durante un par de segundos, pero enseguida rompe a reír y se dobla y tose. Claro que puedes, esa tiene para todos. Entran en el piso y el camarero busca en las habitaciones hasta dar con Naima. Encima de ella hay un hombre muy obeso. Su carne hace un extraño ruido de acordeón al golpear el culo de la pelirroja. El camarero sujeta al hombre gordo por el cuello y tira de él hacia atrás, hasta sentarlo, y a continuación le da una patada en el tórax que le corta la respiración. Luego coge a Naima en brazos y echa a andar. La pelirroja tiene los ojos cerrados, como si durmiera, y se deja conducir. Alguien se le acerca y le pregunta qué hace, pero recibe una patada en la ingle y se dobla y se calla. Y Ángel sale con Naima de aquel piso.</div><div style="font-style: normal; text-align: justify; "><br /></div>(de "Historias de Naima" de Vera Zieland, seudónimo de Daniel Pérez Navarro)Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-37144167913493916332012-05-18T11:00:00.001+02:002012-05-18T11:00:02.785+02:00Marejada. Por Soraya Romero.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1UD3GLlS07pa9D3CIEeQQ1K0HuE-58Nr5ZykRSMZR0yB99QZZVMZlkJttgWFXvsOS2nZqD4odzc91jcP_OJdQABaRSqQf9p1DFsR0_eg0fMuMN2AJ_l2WBJE8NG2Pa8hkKjXYq5Cz1y_-/s1600/imagen_relatoSORAYA_SINTITULO.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1UD3GLlS07pa9D3CIEeQQ1K0HuE-58Nr5ZykRSMZR0yB99QZZVMZlkJttgWFXvsOS2nZqD4odzc91jcP_OJdQABaRSqQf9p1DFsR0_eg0fMuMN2AJ_l2WBJE8NG2Pa8hkKjXYq5Cz1y_-/s320/imagen_relatoSORAYA_SINTITULO.jpg" width="320" /></a></div><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;">Consumida, entregada al mar, a tu cuerpo dibujado en el ocaso, al salitre de tus besos y a la humedad de tus palabras parezco seguir empapada de ti, y tu atmósfera retiene todo el agua de mis ojos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me acaricio, me acaricias, deambulamos por mi piel y la sombra de tus manos dibuja mis caderas devoradas con avidez por tu boca, como Cronos engullía a sus hijos, deseando prolongar el tiempo a dentelladas para acabar conmigo antes de que mi lengua de serpiente te ate a mí, antes de que este veneno te haga mío para siempre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mis pechos se tornan firmes, sabor marino, color coral, jugosos, tuyos, mientras tus labios recorren mi torso desnudo para perderse más abajo de mi ombligo, para degustar el fruto de mi vientre, el principio del comienzo, allí donde las olas rompen con fuerza hasta desgarrar mi alma con sus espumosas zarpas blancas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me deseo porque descansas en mi cuerpo y nadas en mi sudor, porque me siento tan dentro de mí como si realmente fueras tú, enajenada, azotada por el calor de los recuerdos, extasiada hasta la locura... Es entonces cuando las olas alcanzan la orilla y penetran en el abismo escondido entre mis piernas, embistiéndome, sacudiéndome hasta hacerme estallar en un orgasmo que invoca tu nombre, que arrebata mis sueños. Vuelve Neptuno. Regresa Poseidón.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-52206018786283257002012-05-14T23:00:00.000+02:002012-05-18T10:30:30.726+02:00He llegado a Valencia. Por Audrey y Terry.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJVi7CaD8hWNp2cMY0WnYaPaLNkuIEwnuXpaDy9uTISYb04AIkyNNBn79Cf_uWJSquyck3p-v1UlIFhCCy38e5A9fWUrtMnYk38l6BO3UNBdudhMysU6UuoB-yTjbdeKN_gX4FKNdtioij/s1600/imagen_llegadovalencia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="207" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJVi7CaD8hWNp2cMY0WnYaPaLNkuIEwnuXpaDy9uTISYb04AIkyNNBn79Cf_uWJSquyck3p-v1UlIFhCCy38e5A9fWUrtMnYk38l6BO3UNBdudhMysU6UuoB-yTjbdeKN_gX4FKNdtioij/s320/imagen_llegadovalencia.jpg" width="320" /></a></div>
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He llegado a Valencia; nadie en la calle, el calor destierra a la gente a sus casas y os encuentro esperándome en el lugar acordado. Mi corazón late agitado por el encuentro, pero sobre todo por el motivo de mi visita. Saludo a tu marido con un efusivo abrazo, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, y nosotros nos damos un pequeño beso en los labios que se me antoja la chispa que ha de encender mi mecha. Vamos en busca del coche y le dices a tu marido que conduzca, que nosotros viajaremos detrás... </div>
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Subimos al coche y la excitación me invade y aviva aún más el calor que corre por mis venas. Lo dispones todo perfectamente para que tu marido pueda seguir nuestros movimientos a través del retrovisor, desde el otro lado del espejo. Yo tan sólo puedo atisbar su mirada en el pequeño cristal, una mirada viva que no quiere dejar pasar un detalle. Tu mano comienza a deslizarse como una serpiente entre mis piernas y descubres que tu presencia a mi lado ya ha surtido efecto. Paso un brazo por detrás de tu cuello y comienzas a frotar mi polla con delicadeza, con detenimiento, esperando que se ponga más dura...</div>
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La atenta mirada de tu marido no se aparta de tu rostro, observa cómo se van dibujando en él trazos de placer y lascivia. Comienzo a besar tu cuello, acariciándolo con mis labios y agarras con más fuerza mi pantalón. No se ha hablado de cómo ha ido el viaje ni de cosas superfluas; ya habrá tiempo para eso, es momento de dar rienda suelta al frenesí... Llegamos a casa y en el ascensor te abrazas a mi y empiezas a besarme, te das la vuelta y colocas tu culo en mi polla... te coges a tu marido y subes y bajas mientras gimes... el reducido espacio en el que nos encontramos ambienta el momento: tu marido contra una de las paredes viendo cómo acaricias mi polla con tu culo a escasos centímetros... No aguanto más y te agarro por las caderas y te aprieto contra mí; busco con la mano izquierda tu sexo y lo descubro empapado; el bulto de mis pantalones se acomoda entre tus nalgas y tu coño necesita lo que se le ha estado prometiendo con las manos...</div>
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Salimos del ascensor y tu marido abre la puerta mientras mis manos se pierden entre tus piernas; se cierra la puerta y el rellano queda en silencio, un silencio que augura lo que va a suceder en el interior de la vivienda... Todo está preparado; tu marido ocupa su lugar y nosotros el nuestro; de pronto tus palabras rompen el silencio: “Hazme lo que quieras... él sólo puede mirar”. Me arranco los pantalones y sin quitarte la ropa interior comienzo a saborear las mieles que han quedado en ella. Aparto el delgado cordón del tanga y paso mi lengua desde el clítoris hasta el culo, deleitándome en el pequeño y oscuro objeto de deseo que se muestra ante mí. Estás a cuatro patas y sin soltar tus muslos acerco mi boca a tu oído y te digo que quiero follarte la boca, no me la vas a chupar, yo te la meteré y la sacaré para que tu marido pueda verlo bien. Te coloco la polla, amoratada por la excitación, sobre los labios y los abres dulcemente dejándola entrar. Comienzan los gemidos y el sudor, acaricio tu pelo mientras siento tu lengua en mi glande; la tienes toda en tu boca y yo estoy a punto de correrme en ella.</div>
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Puedes saborear las primeras gotas pero la saco y te doy la vuelta, mirando a tu marido, para que pueda ver tu cara mientras te follo. Te empiezo a joder desde atrás aprovechando mis largos brazos para tocar tu clítoris y la saliva empieza a gotear de tu boca. Acerco dos dedos a tu lengua y te la meto hasta que sientes cómo mis calientes huevos quedan aprisionados contra ti. Humedeces mis dedos y los llevo a tu culo para estimularlo. Le digo a tu marido: “Voy a follármela por el culo”, él no dice nada. Te pregunto: <span style="font-size: 100%;">“</span><span style="font-size: 100%;">¿Quieres?”, “Siiiii... aaaahh”. Saco mi polla, mojada por tu coñito, y escupo en tu culo. Lo reparto bien con mi capullo y presiono para que entre, pero no la meto... no voy a dejar que te corras tan fácilmente. Me echo para atrás y quedo tumbado, pero te arrastro conmigo y te subo encima de mí con las piernas bien abiertas, para que tu marido pueda observar lo que voy a hacer. Estás encima de mí, de espaldas, y te pido que seas tú quien se la meta en el culo; obedeces y entra sin oposición, con cada centímetro que penetra elevas el tono de tu gemido. La postura es ideal para que sobes mis huevos y mi culo mientras te follo el tuyo; yo te abro el coño y te meto tres dedos que inmediatamente lamo con desesperación para llevarlos a tu boca después. Sigo masturbándote hasta que te corres y los movimientos de tus músculos hacen que me corra en tu culo.</span></div>
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Sientes el calor de mi leche en tu culo y los espasmos son cada vez más violentos. Saco mi polla y entre tus nalgas se han mezclado nuestros orgasmos; estamos sudados y yo chupo con avidez tu cuello; el sabor salado de tu cuerpo me excita aún más y vuelvo a metértela por el culo, a lo que tu marido hace un amago de intervenir pero se queda sentado. Es tu noche y la mía. La saco y bebo de tu coño el embriagador líquido que brota de él y te follo, esta vez cara a cara... Los besos se vuelven salvajes, casi nos chupamos las bocas y froto mi cara contra tus tetas sin dejar de follarte como un animal en celo, con nuestras manos entrelazadas y los brazos en cruz; vuelves a correrte y yo eyaculo en tu rasurado monte de Venus. Pasas un dedo por mi leche y la saboreas, después te saboreo yo a ti. Las sábanas están pegadas a nuestros cuerpos y le pides a tu marido que prepare un baño... pero esa... es otra historia.</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-60985455747322603862012-05-11T18:01:00.000+02:002012-05-18T10:31:19.616+02:00Palabras de viaje. Por Antonio González.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQBB7Kj9OSaHov-UYjZQpJYNjMI_nwA9Kh99kf-XeMGInwjqENjxMDeZJeVGtGY6fK5nQ-Hbhsj4Iy9Maf6Kg2xDeL3PVbkMsPgItF64EL9quBOhMtm2CuwBnU8vVNpIwJ2pTQqQ6zMUqd/s1600/imagen_palabrasviaje.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQBB7Kj9OSaHov-UYjZQpJYNjMI_nwA9Kh99kf-XeMGInwjqENjxMDeZJeVGtGY6fK5nQ-Hbhsj4Iy9Maf6Kg2xDeL3PVbkMsPgItF64EL9quBOhMtm2CuwBnU8vVNpIwJ2pTQqQ6zMUqd/s320/imagen_palabrasviaje.jpg" width="236" /></a></div>
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"A veces ocurren acontecimientos en nuestras vidas que suponen un hito en nuestra historia, un fenómeno crucial que cambia nuestra existencia. Pero, en muy pocas ocasiones, una experiencia transforma nuestra perspectiva, nuestra visión del mundo, en una profundidad sin límites, como si se trastocaran los enlaces íntimos que mantienen unidas las cadenas de nuestro genoma. </div>
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Fue aquel viaje el detonante que produjo en mi interior una radical metamorfosis, cambiando axiomas y paradigmas, soliviantando las argumentaciones lógicas, de razonamientos de sentido, para adoptar una nueva estética, exigiéndome un ímprobo esfuerzo creativo que acabó alumbrando un nuevo sentido estético. Bien visto, más que un cambio, aquello parecía una liberación, el rescate de la cordura y el aprendizaje de la locura, tal vez lo más racional que albergue este tortuoso mundo. Como consecuencia, entré en una suerte de estado permanente de exilio, callado y escondido, como lo son todos los exilios interiores. Porque no fue un viaje al uso, como tantos. Nada podía ser igual después de visitar tu cuerpo. <o:p></o:p></div>
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A partir de entonces fue acrecentándose un hambre atroz conforme iba probando cada una de tus caricias, avanzando en un periplo que me llevaba a los rincones más ocultos de tu epidermis, donde mana el caudal inagotable de un placer inspirador, siguiendo la fuerza telúrica del solar de tu cuerpo. Con el tiempo fui aprendiendo de memoria cada uno de los infinitos itinerarios posibles, porque en ti es imposible permanecer, no hay tiempo para la quietud, pues sólo se puede acceder a las íntimas moléculas a través del continuo vagar. Y aquel tránsito continuado no sólo me llevó a un apego absoluto a tu presencia sino al autoconocimiento de mí mismo, como un viaje de ida y vuelta. Pero el recuerdo del primer rito iniciático sigue siendo la llave que abre el territorio contemplado, aquel que se ansía habitar.<o:p></o:p></div>
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En el trasiego de las caricias, profundas y cálidas, percibía el temblor opaco de tu carne al escudriñar el contorno de tus pechos de perversa esferidad, revelando las suaves ramificaciones de la piel, de aquella arquitectura de bóvedas que alimentan el deseo. Y ahí me detenía perplejo ante aquellos pezones exuberantes que lamía con deleite, esperando saciar mi apetito lácteo, como si fuesen lenguas sujetas a la mía en un lazo espumoso, mientras palpaba el profundo valle que, entre ambos, era capaz de albergar mi sexo expandido. Fue entonces, y sólo entonces, que vi el murmullo de tu intensa mirada, alentada por el aleteo de los suspiros. Asistir a la hermosa orografía de tu rostro era realizar un viaje dentro de un viaje. Saltar de la profunda negritud de tus ojos, rozando mis labios los trémulos párpados, era el inicio de un trayecto seguro hacia tu boca por las aristas romas de tu nariz. Allí, donde se escapa el húmedo aliento de la erupción del volcán de tus labios, se originan las repentinas corrientes internas de nuestros cuerpos, las que recorren el espinazo de las espaldas sudadas, mientras mis dedos se atan a tus cabellos, donde tus manos hunden sus garfios en mi piel.<o:p></o:p></div>
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El tiempo parecía aletargarse al compás de caricias suaves y de besos agudos moldeados por labios incisivos. Así descubrí la sedosa piel de tu cuello, flanqueado por los látigos negros de tu cabellera, que iba abriéndose a mis besos, mientras se apresuraba mi corazón, que parecía expandirse. De repente me hallé ante el oasis de un diminuto y redondo lunar escondido en la base de tu nuca que tropezó en la locura de mi lengua. Un lugar que calmaba el río torrencial de la adrenalina, pero que fue el principio de una hermosa locura. Porque fue una locura adentrarme en aquel paisaje de contornos delicados, de sabor a tierra mojada, de dulces olores, recorriendo las eléctricas contorsiones de tu espina dorsal, atravesar la curvatura de tu cintura y trasladarme, en una odisea que parecía interminable, de vuelta a la cúspide de tus pechos en plena erupción. Desde allí se abrían las apacibles llanuras de tu vientre, balanceándose en el jadeo de la brisa de tu respiración. ¿Cómo iba a saber que en aquel espacio abierto, de aguas mullidas, se encontraba el secreto de tu fuego? Fue llegar a la depresión circular de tu ombligo, pequeño e inquieto, y deslizar mis labios en una cálida caricia y adormecer mi lengua en los minúsculos bordes y percibir como arrasaba un incendio desde su hondura traspasando tu piel y arrasándome, como una hecatombe que me despedazaba, bajo tus garras como manos. Aquella llama ardiente, de un placer casi insoportable, me hizo abandonar aquellos parajes, buscando una salida por aquellas caderas abiertas en flor.<o:p></o:p></div>
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<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Entre la piel ardiente de tus muslos, de carne tierna y acogedora, descubrí el secreto oculto de tu sexo ignoto, Aquel que se otea desde el monte de Venus, la última estribación que aguarda antes de arribar a los puertos de las impetuosas corrientes del placer desbordante. Allí, entre la frondosidad esponjosa, las caricias se atascaron largo tiempo, como envueltas en nubes de plumas que volaran sobre el pubis. Y tu cuerpo comenzó a retorcerse, al principio con sutileza, pero conforme iba abriéndose la amapola de tu sexo, llegaron espasmos y convulsiones plantando con deleite un placer intenso que me atravesaba sacudiéndome todos los huesos, por dentro. Y así, con mis dedos como llaves se fueron descorriendo las cortinas que velaban tu sexo, rojo y húmedo, de ardientes comisuras donde se expandía la columna de torrentes que regaban aquel regazo caliente para alzar, entre las tormentas, un soberbio clítoris, como un pistilo humeante de flores de fuego. Como los campos recién cultivados, que abrazan solícitos la lluvia, aquellos pétalos me recibieron. Y como el terremoto que sacude la tierra, surge el espasmo, el estertor violento, convulso, que mueve agitado la mano crispada. Es cuando los cuerpos estallan en un grito feroz, de implacable fuerza, al horadar tu cuerpo que recibe mi sexo hasta la extenuación infinita, bajo las convulsiones palpitantes de tu vientre, agitadas por un enjambre de millones de mariposas. Y en el placer del estruendo me siento extinguir, vaciándome desde lo más profundo de mi ser, para empaparte por dentro. Y siento como si muriese, en un sacrificio cálido, espeso, con la certeza de que tu cuerpo es el detonante de mi propio renacimiento, advirtiendo que aquel viaje no ofrecía retorno alguno...”<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Se había quedado exhausto, agotado por el recuerdo, inmóvil frente a aquellas palabras volcadas en el papel, antaño blanco.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="text-align: -webkit-auto;">—</span>¿Qué escribes? <span style="text-align: -webkit-auto;">—e</span>lla se acercó curiosa, sorprendiéndole por detrás, con el rostro sobre su hombro.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="text-align: -webkit-auto;">—</span>Nada... Una tontería que habla de ti...<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="text-align: -webkit-auto;">—</span>Déjate de chorradas. Vamos a follar.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Siempre le gustó su simplicidad para estas cosas.<o:p></o:p></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-76832697972010833962012-05-07T11:00:00.001+02:002012-05-07T18:02:05.938+02:00Nacimiento. Por Ángel Luis Sucasas Fernández.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDbS5lQhdz-_plgjCA6Ea-WHKkwPw4K9egwo8STXSZjRzGYTjFT7aWT13pGOqlKTsWrVETLmd_gTOwbT54SQ3ZauH5paCi1Jbo8p1P8_GxFgi5NeF7318bi1R6tVaXUqMVB3yqhExzHyfl/s1600/imagen_nacimiento.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDbS5lQhdz-_plgjCA6Ea-WHKkwPw4K9egwo8STXSZjRzGYTjFT7aWT13pGOqlKTsWrVETLmd_gTOwbT54SQ3ZauH5paCi1Jbo8p1P8_GxFgi5NeF7318bi1R6tVaXUqMVB3yqhExzHyfl/s320/imagen_nacimiento.jpg" width="299" /></a></div>
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
El tiempo comenzó a correr. Dos minutos. En el umbral de la vida y de la muerte.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miguel cubrió la cabeza de Ana con la bolsa de plástico, pulsó el contador del cronómetro y penetró por detrás a su esposa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Treinta segundos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La pelvis de Miguel chocaba y chocaba contra las nalgas de su mujer. Cada vez más deprisa. Cada vez más brutal. No había aceites que mitigaran el dolor. Ni saliva. Solo sequedad, dureza y dolor. Un dolor blanco que pronto se haría rojo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un minuto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La bolsa pegada a las mejillas, a los labios, a la garganta, invadiendo el paladar deseoso de gustar el aire que le era negado. Y el pistón subiendo y bajando. Y la carne rozándose y abriéndose. Y la sangre fluyendo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un minuto y medio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El éxtasis muy cerca ya, casi al alcance, mostrando su belleza cercana pero sin dejarse alcanzar aún. Miguel, una máquina perfecta, el sueño del Gran Arquitecto, entregado sin resistencias a los dictados de su condición. Ana, la virgen del dolor, ultrajada, humillada, bordeando la muerte; tal y como quería sentirse.</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dos minutos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El éxtasis no llegaba aún. Ni tampoco la alarma.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dos minutos diez.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Jadeos y silencio. Jadeos y silencio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dos minutos veinte.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un largo gemido que crecía, crecía y crecía. Miguel tocó el éxtasis. Y su semilla derramada se mezcló con la sangre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero algo había ocurrido ya. Algo malo. Ana no se movía. Un líquido más carmín que blanco fluía de su interior, único signo de vida en un cuerpo desmadejado; marioneta sin hilos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miguel quitó la bolsa, le tomó el pulso, no lo encontró. Miró el cronómetro sobre la mesilla de noche.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y sí, aunque él pulsó el contador que lo haría andar hasta la voz de alarma en los dos minutos, la aguja no se había movido. Ni un solo segundo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Eso fue hace dos meses.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ahora, Ana está de vuelta en casa, al fin, tras casi rendirse a la muerte durante dos largas semanas en el limbo. Miguel vuelve a trabajar ya, al otro lado de ese cubículo de cristal medio escondido por las venecianas que marca la distancia entre la cabeza y los meros miembros.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miguel atiende el teléfono, consulta el mercado de valores, toma decisiones por el precio de muchos hombres y consume café tras café. Pero su agresivo retorno es solo un tigre de papel, por mucho que ruja y enseñe las garras. Pues el tigre tiembla como una hoja entre latido y latido, temiendo que no sea el teléfono sobre su despacho el que suene, sino aquel que lleva en el bolsillo de su pechera, aquel que zumba ya, haciéndole cerrar los ojos pesadamente y musitar una plegaria.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Es un mensaje multimedia. Un vídeo. Muestra unas piernas abiertas y un sexo de mujer y un dedo entrando y saliendo de él, embebiendo su húmeda tibieza.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miguel conoce lo que ve. Ana. Ana y los misterios de la carne. Ana y las tinieblas que los devorarán a ambos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero, ¿qué puede hacer él? Nada. Nada desde que esa radiografía dijo una verdad que quebró el alma de Ana en pedazos. Su seno no era el jardín salvaje, frutos esperando ser tomados, sino un yermo desierto, donde nada crecería hoy. Ni mañana.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Así que los placeres de alcoba cambiaron. Ya no bastaba con juguetear con las normas, con hacer más flexible el doble ente en que se unían para aliviar el dolor, el vacío de negro hielo que había dejado en sus vidas aquella radiografía. Ahora eso no bastaba. Ahora Ana pedía más.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bondage, parafilias, humming, fisting... Raras voces de un vocabulario prohibido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero solo ellos dos. No más que ellos dos. Unidos en el dolor, el deseo y el amor de las bestias.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El móvil zumba otra vez. Miguel se pierde la pregunta de un subordinado, le pide que la repita sin entenderla aún. Zumbidos y zumbidos. Retira a ese muchacho de Harvard deseoso de humillarse ante el rey y vuelve, ya en soledad, a mirar su móvil.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Esta vez es un mensaje. Pocas palabras. Solo dos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Noche especial. <span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y Miguel no reprime el escalofrío.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al llegar a casa, velas como única luz. Extraños candelabros de fuste salomónico. La gran lámpara de araña del vestíbulo brillando con mil visos bajo el trémulo resplandor.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y una voz.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
–Ven. ¡Ven!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miguel vuela al dormitorio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y no cree lo que ve.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Colores en la pared, en el suelo y en el cielo raso. Y formas extrañas dibujadas con tiza, formas que hablan del diablo y de las brujas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
También las hay en el cuerpo desnudo de Ana, que ya no luce su piel de alabastro más que en rostro, manos y pies, pues un complejo dibujo, que recuerda a los múltiples anillos de una serpiente enroscada, cubre en coloridas escamas sus formas del deseo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
–Ven. ¡Ven! –es todo lo que dice Ana–. ¡Ven! <span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miguel va. Se deja desnudar, besar, excitar, besa también, da placer, lo recibe, penetra, goza del calor...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero algo pasa. Algo distinto a toda anterior ocasión. Una fuerza invisible. Una garra de hierro que une los dos cuerpos como si fueran uno más allá de la metáfora. Los une literalmente. <span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Torso con torso, venas con venas, huesos con huesos. Miguel, horrorizado, intenta evadirse, pero Ana lo fuerza a seguir a su lado; aunque bien inútiles son ambos esfuerzos, pues sus cuerpos ya comparten glándulas, vísceras y carne.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
–Lo hago por nosotros, amor –susurra Ana–. Por él. Por nuestro pequeño.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El grito de Miguel se pierde cuando su garganta se transforma en otra cosa, roja y palpitante.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y el último rasgo de lo que fue antes pareja, un ojo femenino y victorioso, sumido en el éxtasis, desaparece en la nueva y vacilante anatomía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ensangrentada, vuelta del revés, batiburrillo de órganos y fluidos perdiendo su anterior propósito, palpita sin orden ni concierto. Pero pronto las células interpretan la nueva melodía y se contraen, desechando lo viejo y conformando lo nuevo. Donde había dos, uno. Y así se va sucediendo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al final, un nuevo cuerpo sobre el despojo y la escoria. Un cuerpo de un muchacho, casi de un niño, joven aún para el bozo pero viejo ya para temer a la oscuridad. <span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Tiene dos hermosos ojos, uno de madre y otro de padre, y su disonante color es en verdad voz de excelsa armonía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sus labios perfectos, aún por mancillar con el deseo y la palabra, moldean su primer mensaje.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
–Madre. Padre. Os siento en mí. Dos es uno. Uno es dos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y así es.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una nueva puerta abierta al goce; a los placeres; a la vida y a la muerte.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una nueva puerta que cruzarán los tres.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sagrada familia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sublime nacimiento.</div>
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-84909938325756669442012-05-04T11:00:00.003+02:002012-05-07T18:03:06.592+02:00Un clásico. Por Arancha Alba.<div class="separator" style="clear: both; font-style: normal; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjS85VKXRP84kRctV1YdHDaeAt0WqRbHwlyVpJAAzKrICRgrYcBBWzBfaXEoAtIurAgLwPkdfRl078fktibTgUP-k7jiIg2HTbxpzp1pZapkmTOTnw9gRsNhfgRyzn58PQmB3fwJYtKU1e4/s1600/imagen_unclasico.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjS85VKXRP84kRctV1YdHDaeAt0WqRbHwlyVpJAAzKrICRgrYcBBWzBfaXEoAtIurAgLwPkdfRl078fktibTgUP-k7jiIg2HTbxpzp1pZapkmTOTnw9gRsNhfgRyzn58PQmB3fwJYtKU1e4/s320/imagen_unclasico.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Ya estaba muy harta. Salí corriendo de la oficina, tan rápido que me dejé la chaqueta, pero lo que menos me apetecía en ese momento era volver. La estaba echando de menos, pero no iba a meterme allí otra vez aunque el frío no fuera agradable y la nubes advertían lluvia y algo más.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Vale que la crisis no estaba poniendo las cosas fáciles, pero que se aproveche la situación o se use como excusa para todo... Ya era demasiado: que si te agobian, que si recorte por aquí, por allí, que si hay que producir, que si la eficiencia… ese día fue el colmo. Y quise escapar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Además el trabajo era solo una “muestra”, una parte. Socialmente hablando la cosa está tensa. Discutes en casa, en el bar, en el autobús, en la calle, la gente enferma, el paro... ¡Todo el mundo, a lo suyo! Pero con amargura y saña. Nada parecía salir bien, nada. Nada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Llegué a la parada por inercia. Cuando levanté la vista del suelo me di cuenta que allí había más gente que en la guerra y que iba a ser difícil entrar en el autobús. Ya se sabe que en cuanto caen dos gotitas parece que la gente sale de debajo de las piedras y todos queremos coger algún transporte que te lleve seco a casa. Aunque en ese momento no llovía, la cosa se ponía cada vez más fea. Sopesé la situación, y con el lamentable estado de ánimo que tenía lo menos conveniente era aguantar los empujones, los olores y los humores de tanta gente desconocida apiñada. No… No.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Así que salí de aquella desigual cola y arrastré los pies por las calles, con la cabeza fija en el suelo, sin rumbo fijo y con los ojos húmedos por la incipiente llorera que produce la tensión acumulada que estalla.</div>
<div style="font-style: normal;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los pasos se fueron haciendo más rápidos, tanto como los pensamientos. La tensión se convirtió en rabia y la necesidad de estar sola me llevó a aquella zona residencial tan tranquila. De pronto se puso a llover a mares, como si no hubiera llovido en la vida. El problema era que aquel barrio era muy tranquilo y no había ningún sitio donde guarecerse: ni paradas, ni salientes, y mucho menos balcones, ya que los chalets de lujo nunca dan a las aceras, claro está.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Qué otra cosa podría ser peor, sin chaqueta, sin lugar donde esconderse… estaba tan frustrada que me quedé al borde de aquella acera sintiendo cómo la lluvia empapaba mi cara, mi pelo y mi ropa. Y una vez más huí, y para colmo de males, empapándome, sintiendo cómo la ropa se pegaba a mi piel y me calaba poco a poco hasta dentro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Lo que no recuerdo bien es cómo llegué a aquella puerta. Solo recuerdo que la empujé y que se abrió. Ahora lo pienso y podía haber habido un perro malhumorado tras ella y dejarme como un cristo. Pero entré en su jardín, recorrí el camino empedrado hasta la puerta y llamé.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Casi al momento se abrió. La abrió él mismo. Su cara tenía una expresión entre la sorpresa, la pena y la incredulidad. Desde luego mi estampa debía ser lamentable, empapada hasta los huesos, el pelo chorreando literalmente, los ojos hinchados de llorar… ¡Menudo panorama! No sé ni cómo abrió.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="font-style: normal; text-align: justify;">
La verdad es que nos habíamos visto poco. En realidad es amigo de un amigo y alguna vez habíamos coincidido en alguna salida. Era, y es, un tío interesante, con una edad interesante y una cuenta corriente… interesante… tanto como su conversación. Una educación de caballero y un aire de familia con abolengo… y hasta donde sabía, un soltero de oro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Nos caímos bien desde el principio y había <i>feeling</i>, mucho <i>feeling</i>. Habíamos caído en el juego de las miraditas: yo te miro cuando no me miras, hasta que me pillas y retiro la mirada… y luego te pillo mirándome y retiras la mirada tú…</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Si mis pies me habían llevado hasta su casa, fue porque me había invitado a una fiesta allí... y ellos querían volver. Y allí estaba mirándole sin saber qué decir. Sólo pudo dejarme pasar e intentar averiguar qué había pasado.</div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El chalecito era un lujazo. Los suelos de madera, en un principio, parecían crujir bajo mis pies, pero me di cuenta al tercer paso de que estaban perfectos, el problema eran mis zapatos que estaban tan empapados que sonaban “chof” al andar. Con vergüenza me los quité mientras él me conducía a un salón aledaño donde una acogedora chimenea ardía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero, ¿de dónde sales? ¿Cómo te has puesto así? Los paraguas existen. ¿Cómo no me has llamado antes? —me sometió a un lógico <i>tercer grado</i> frente a la chimenea.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Bueno… es una larga historia… Gracias por dejarme pasar, ya no sabía… esto… la verdad es que no sé ni cómo he llegado aquí, pero… la puerta estaba abierta y yo… perdóname… no sé… no es un buen día hoy… —sencillamente no sabía qué decir.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Vale. Tranquila. Traeré algo para secarte. ¡Estás empapada! Caliéntate un rato en la chimenea. Has tenido suerte, hoy la he encendido —su tono de voz había cambiado. Ahora ya no había sorpresa, ahí estaba ese tono de seguridad varonil que tanto me gustaba de él, y de alguna manera me tranquilizó. Mientras salía del salón, empecé a disfrutar del calor de la chimenea.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El fuego calentaba con fuerza. Cuando ya no podía más cambiaba de lado y podía sentir el frío de mi ropa empapada pegada con saña a mi piel. Se diría que acaba de salir de un concurso de camisetas mojadas ¡pero con toda la ropa, toda! ¡Y sin chaqueta! Me avergoncé. ¿Qué estaría viendo este buen hombre a través de mi ropa? Tendría que tener los pezones como <i>vitorinos</i> por el frío. De espaldas a la chimenea vi el sillón que estaba ocupando antes de que yo llegara, con su vaso a medio terminar en una mesita a su derecha, y pensé en cómo me vería desde allí… y dejé volar la imaginación…</div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
A los pocos segundos volvió con una manta en la mano y me asusté al salir de repente de aquel cálido pensamiento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No te asustes, te traía una manta, pero veo que tal y como estás… —sus labios parecieron templar por un momento al acercarse— mejor entras al baño, te secas y me dejas tu ropa para que se seque. Ven… —dudó por un momento—. Si no te importa claro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Eh? No, no. Claro, será mejor, sí...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Podría sentir, aun sin mirarle, que me estaba clavando los ojos. Estaba tan avergonzada por todo que no me atrevía a subir la mirada del suelo. Cogí la manta y le seguí hasta el baño, y al llegar al pasillo cayó el primer trueno y la lluvia se intensificó tanto que parecía una catarata tras las inmensas cristaleras de la casa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Espero que no tengas miedo a los truenos… —dijo con tono pícaro. Yo solo acerté a sonreír nerviosamente. Encendió la luz y me dijo—: Este es el baño, aquí encontrarás todas la toallas que quieras, y si te quieres duchar hay de todo. Estaré en el salón.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sola en el baño me sentí mucho más tranquila una vez que eché el cerrojo. Era una estupidez porque él siempre me hacía sentir tranquila… segura… pero suspiré de alivio al verme sola.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Me quité la ropa y preferí darme una ducha de cuerpo rápida. Pensé que sería más eficiente para quitarme el frío que se me había metido hasta los huesos y así ya podría darle un agua a mi ropa interior que si era verdad que la iba a coger para secarla... bueno, la llevaba todo el día puesta...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Me costó lo indecible quitarme la ropa mojada, en algún momento creí que la blusa se me iba a romper al intentar separármela de la piel, y lo de los pantalones… bajármelos tan pegaditos como los tenía fue todo un ejercicio que pareció ser hasta sensual por lo despacito que se desplazaba la ropa sobre mi piel.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La ducha caliente me libró de algo más que el frio, me libró de complejos y me restableció la circulación. Según me untaba despacio por todo el cuerpo de un crema de un delicioso olor que descubrí por allí, empecé a pensar en mi anfitrión… olía como siempre a alguna cara colonia fresca para hombre. Vestía clásico, pantalón, camisa y pañuelo, todo impecable y todo a medida. Para ser ya madurito la verdad es que tenía una bonita figura y la camisa blanca le resaltaba sus hermosos ojos claros. A esas alturas la suave toalla que quitaba el exceso de agua y secaba mi cuerpo pareció convertirse en una mano que me recorría; ansiaba que fuera la suya, y el ritmo fue haciéndose más lento según subía hacia el interior de mis piernas. Sentía en ese momento como todos esos cruces de miradas y todo ese <i>feeling</i> se convertía en algo real… y físico… y se fue la luz.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se oyó el trueno más grande que he oído nunca. Me llevé un susto de muerte y la luz se fue. Estaba sola, ciega y desnuda en mitad de un baño que no conocía, en una casa que no conocía. A tientas encontré la manta, grande, esponjosa, caliente y acogedora, que no había probado hasta ese momento, y a su abrigo busqué, ahora, la seguridad en el exterior.</div>
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<br /></div>
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Efectivamente la luz se había ido, y parecía que en todas partes. El pasillo era algo oscuro, pero a través de las puertas abiertas no parecía llegar ninguna clase de luz, así que deduje que se había ido la luz de toda la zona. Me llamó la atención una puerta por la que salía más luz entre rayo y rayo. Era la que daba a un enorme salón de techos muy altos, todo lleno de librerías y cuadros de gente que parecía de rango y abolengo. O al menos eso parecían dejar ver los cada vez más numerosos rayos. En realidad aquella biblioteca debería ser un hall de paso, ya que hasta allí llevaban las escaleras. El techo era alto, porque a esa sala daban las barandillas de los pasillos distribuidores de las habitaciones del resto de los pisos. Desde aquellos pasillos se podía disfrutar de unas enormes cristaleras, pero al nivel de suelo había una pared que guardaba estanterías con montones de libros. Una tupida alfombra y una mesa de redondeadas esquinas y aspecto sólido completaba la decoración, junto a unas sillas de respaldo alto, que pegadas a la pared esperaban ser usadas pacientemente.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Protegida por la manta, y absorta de pura curiosidad, no me di cuenta que él estaba bajo el marco de la otra puerta. Solo miraba. Fijamente. Llevaba algo en una mano, como ropa, y la otra metida en el bolsillo. Dio un paso y dejo lo que llevaba en una de las sillas, y siguió avanzando, muy poco a poco sin dejar de mirar. A los pocos pasos estaba tan cerca que podía olerle, pero ya no podía dejar de mirarle. Di un paso atrás, y me encontré con la mesa que me flanqueaba el paso. Estaba encerrada.</div>
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<br /></div>
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Los relámpagos dejaban ver su rostro serio, atractivo y de mirada intensa. Aunque no le viera en la oscuridad entre relámpago y relámpago, sabía que seguía igual. Entre él y yo parecía existir un vacío lleno de la misma electricidad que soltaban los rayos en cada descarga. Tensión. Tensión sexual. Grande, tan grande no que hacían falta palabras. Rompí la fijeza de su mirada sobre la mía cuando me senté en la mesa abrí la manta y me tumbé sobre ambas, desnuda, esperando conseguir el calor de su cuerpo.</div>
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<br /></div>
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Un segundo. Tardó un segundo en cogerme por las caderas. Le miré a la cara y seguía mirando, serio, sin cambiar el semblante. Quise atarme a él rodeándole con mis piernas, y se zafó, abriéndome las piernas más aún. Noté que la mano que había soltado de mi cadera empezaba un suave y ligero recorrido por la parte interior de mis piernas. Llegó a la vulva, la inspeccionó, húmeda como estaba ya hacía rato, desde el baño, y sentí el placer de la tensión liberada y el de una mano experta haciéndose valer en mi clítoris. Gemí y ansié algo más, retorciendo entre mis manos la manta.</div>
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<br /></div>
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Dejo de jugar con mi clítoris y mis labios solo para bajarse la cremallera. Sonido que logré escuchar con regocijo entre los truenos y la fuerte lluvia, o me lo imagine, quizá, pero su pene sustituyó a su mano jugando plácidamente y despacio. La ansiedad llegó a niveles históricos cuando intenté abrazarle, de nuevo, atarme a él, sentirle más cerca, desabrocharle la camisa para sentir su piel sobre la mía, y me rechazó. Me quitó las manos de su brazos y las piernas de alrededor de su cadera. Le miré a la cara, tenía una expresión severa, que endurecía aun más la luz de la tormenta. Jadeando de ansiedad, mirando su cara, agarró aun más fuerte mis caderas y entró… entró fuerte, duro y de golpe. Al nivel de humedad que había a esas alturas entre mis piernas no me dolió, en absoluto, pero el envite me hizo soltar el aire de los pulmones con un sonoro gemido.</div>
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<br /></div>
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Los truenos, los relámpagos y el sonido de la lluvia ponían banda sonora a nuestro encuentro sexual, mientras mis manos tenían que conformarse con retorcer la manta, pues mi anfitrión, serio y dominante, se excitaba haciéndome desear su cuerpo, mientras me penetraba arrítmicamente, unas veces fuerte y rápido y otras desesperantemente lento. Gemía bajo su dominio, mezclando mi voz con la del azote de la lluvia sobre los cristales.</div>
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<br /></div>
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Cuando el clímax llegaba a su máximo empujé mi cadera sobre la suya rompiendo su ritmo, y quiso atarme aun más cogiéndome de un hombro para que me estuviera quieta pero ya era imposible. Su mano bajó por mi hombro, siguió bajando hasta mi duro y erecto pezón... y su fachada de hombre duro y expresión severa se vino abajo.</div>
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<br /></div>
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Primero vino una penetración honda y profunda, luego su peso, por fin, sobre mi cuerpo, y cuando su boca se puso a la altura de mi oído dijo en el susurro de un gemido: </div>
</div>
<div>
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<br /></div>
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<div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Me vuelves loco!</div>
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<br /></div>
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El orgasmo no se hizo esperar. Mientras me comía con la boca y me recorría con las manos me alargaba el clímax. Me abracé a él para vengarme por todo lo que me había hecho desear y esperar. De mi boca bajó al cuello, siguió por el pecho y llegó a mis aún más endurecidos pezones, que lamió y mordisqueó a su gusto y placer, con ansiedad y maestría. Por un momento sus gemidos y los míos se mezclaron y completaron la música de allá fuera… Había tormenta fuera… y dentro.</div>
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<br /></div>
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El seguía en su orgía por mi cuerpo flácido después del orgasmo. Resistía las potentes embestidas sin poner la menor resistencia. Lo que antes no podía darle por la ansiedad se lo estaba regalando en ese momento sin querer. Estrechaba mis manos ahora que no agarraban la manta. Mordía mi boca que ya no gemía. Agarraba mi pelo cuya cabeza no se resistía. Y gemía su excitación en mi oído, que tomaba nota de todo lo que escuchaba, mientras mi nariz disfrutaba tranquilamente de su olor.</div>
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<br /></div>
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Cuando se corrió, lo pude sentir dentro de mí. Explotó ansiosamente. Me abrazó tan fuerte que creí que me iba a romper. Me dijo de nuevo que lo volvía loco y me impuso un beso como el que pone una medalla. Y luego siguió por mi pecho. Y me dejé condecorar… todo el cuerpo.</div>
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<br /></div>
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Aún teníamos la respiración agitada cuando me dejó incorporarme. No había salido de dentro de mí, lo hizo despacio y me ayudó a taparme y a bajar de la mesa. Se acercó a una de las sillas y me dio algo:</div>
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<br /></div>
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—Es un pijama, te lo había traído para que te lo pusieras mientras se secaba tu ropa. ¿Está en el baño verdad?</div>
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<br /></div>
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—Sí. Está sobre los radiadores —aclaré.</div>
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<br /></div>
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—Mejor que la pongamos frente al fuego, si sigue el apagón no sé cuánto durará el calor de los radiadores. ¿Aún tienes frío?</div>
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<br /></div>
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—Bueno… un poco… —sabía que era una pregunta retórica. Su intención era llevarme cerca del fuego en el salón. Estaba bastante calentita entre sus brazos dentro de la manta.</div>
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<br /></div>
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Me dejó en el salón con el pijama en la mano y fue a buscar mi ropa. Cuando regresó me había puesto la parte superior de su pijama, que me inundaba de su olor, y me había tumbado en uno de los sofás grandes tapándome con la manta. Me quedé dormida por el agotamiento del día mientras miraba colgar mi ropa frente al fuego sobre la rejilla protectora que había retirado para usar de tendedero improvisado.</div>
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<br /></div>
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Al cabo de un tiempo indeterminado abrí un ojo medio dormida todavía y le vi en su sillón, mirándome dormir, con un vaso en la mano. Y caí de nuevo en el reino del sueño, soñando con él. Cuando desperté era de madrugada. Seguía en su sillón de orejas, mirando. Me incorporé a medias y le pregunté la hora. Era muy tarde y tenía que volver a casa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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—No te vayas, quédate conmigo esta noche. Mañana te llevaré al trabajo —propuso. Y al mirarle a la cara vi de nuevo esa mirada. Seria. Severa.</div>
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<br /></div>
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—Vale —acepté. Por nada del mundo el “Señor Clásico” podría dejar a su “Damisela” sola. La tenía que acompañar, cual caballero.</div>
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<br /></div>
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Pero aquella mirada no desapareció con el “vale”. Seguía allí. Sin bajar la guardia. Así que me levanté, me encaminé despacio hasta su sillón y me senté a horcajadas sobre él frente a frente. Empecé besándole despacio la boca; luego le abracé fuerte sobre mi pecho, revolviéndole el pelo, sintiéndole entre mis dedos. Después me embarqué en la cruzada de su camisa, botón a botón. Por cada botón que desabrochaba, le daba un beso húmedo como regalo. Cuando acabé con todos baje al cinturón… Un botón, un beso más, la cremallera… aquello ya andaba duro… y muy caliente. Esta vez quería mandar yo, pero una vez más tomó el control agarrando mis caderas y jugando con mi clítoris con su pene duro. Yo le besaba y el jugaba conmigo por abajo. Jadeábamos de ansiedad juntos, hasta que yo le dije "¡Ahora! ¡ahora!". Y me clavó. Esta vez yo marcaba el ritmo, rápido y profundo, cogida de las orejas de su sillón. Arriba y abajo. El seguía agarrado a mi cadera, intentando lamer y morder mis pezones, que subían y bajaban frente a su cara.</div>
</div>
<div>
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<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Frenéticos. No paré, no paré un minuto por mucho que me abrazó, me agarró y me quiso frenar. Por fin tenía su calor y el roce de su piel contra mi cuerpo. Era una orgía de sensaciones que ya la tormenta, que había cesado, no me impedía disfrutar, ni robarme el sonido de sus gemidos, ni el de los míos. Estábamos solos y todo era para nosotros.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al llegar el orgasmo el ritmo se volvió más agresivo y desesperado, la respiración más fuerte y el gemido desenfrenado, y cuando ambos terminamos yo seguía moviendo mis caderas como movida por la inercia.</div>
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<br /></div>
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Hasta que no pude más y una vez más le abracé sobre mi pecho como cogiéndome a una tabla en mitad del naufragio.</div>
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<br /></div>
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Se libró de mi abrazo, se levantó conmigo y me llevó escalera arriba, cruzando aquella biblioteca que hacía unas horas nos vio gozar el uno del otro, entre libros y cuadros de caras circunspectas que también miraban en su ceguera. Llegamos a su dormitorio, donde dormimos descansando como nunca, hasta que sonó el despertador. No me dijo buenos días siguiera. Me miró a los ojos y me soltó:</div>
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<br /></div>
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—Cuando pienses en un hombre, quiero que me veas solo a mí —y me besó.</div>
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<br /></div>
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—Buenos días —balbuceé sin saber qué decir.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Mi ropa ya estaba seca, y después de un nutrido desayuno me dejó en la puerta del trabajo. Quedamos para la tarde. Y aquí estoy. Removiendo mi café número mil del día, en el bar de enfrente dónde quedamos. Le veo entrar con su traje impecable a medida y con una rosa roja en la mano, desentonando con la cochambrez de este bar de barrio…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando me ve, se acerca, me besa, me da la rosa y me dice: "Vámonos de aquí". Yo sonrío, me bebo de una vez mi mareado café mientras él paga la cuenta. Lo que se dice todo un clásico.</div>
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-77852249493502944232012-04-30T10:30:00.001+02:002012-05-07T18:03:22.678+02:00El maniquí. Por Beatriz García.<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheBAaGKe5PMXmoiFUU73osuyFYF-ryLoZ-M2gXAxxWvSfz0FxzPBhqDYGiqt4TWLhcZcUqgjbJVh85cLI8X37NE2C3mA3tUrEIJG9i_2Knq3UPeJAvyZNzjlzwDWwKoXzDJlG1ShXzUJlC/s1600/imagen_maniqui.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="244" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheBAaGKe5PMXmoiFUU73osuyFYF-ryLoZ-M2gXAxxWvSfz0FxzPBhqDYGiqt4TWLhcZcUqgjbJVh85cLI8X37NE2C3mA3tUrEIJG9i_2Knq3UPeJAvyZNzjlzwDWwKoXzDJlG1ShXzUJlC/s320/imagen_maniqui.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Cuando Alfredo murió, hacía tresmeses que habían vuelto de la luna de miel. Junto al pagaré de la corona deflores, la otra corona, menos suntuosa y más alegre, recuerdo de sus vacacionesen Hawái. La Costurera hubo de empeñarse para pagar el sepelio y mudarse a lacasa de su madre, y ahora eran dos viudas atrapadas en una jaula de papelpintado con un caniche hiperactivo. Conservaba las fotografías de su enlace, elvestido de boda y el negocio, una pequeña tienda de corte y confección quehabían abierto justo antes de casarse y que fue la penúltima morada de sumarido, o la última aún con vida, quien tuvo una muerte a lo Juvenal Urbino, encaramadoen una silla, tratando de alcanzar una pieza de raso, perdió el equilibrio ycayó llevándose el raso y una veintena de rollos de tela que lo sepultaron; muertepor exceso de vestido. Y eso que a Alfredo siempre le gustó ir desnudo por lacasa, pensaba tristemente La Costurera cada vez que, en mitad de la noche, seenfundaba su vestido de novia y bajaba al sótano de la tienda para sentarse aoír el silencio, quizás esperando que, de existir los espíritus, el de su maridotodavía permaneciera entre el raso y las gasas. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Pero una de tantas noches, notóuna respiración cálida en su cuello y un susurro grave lamiéndole el lóbulo dela oreja: <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Menudo culo tienes, vida. Te lovoy a morder entero.</div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
La Costurera palideció. Siguiócon la mirada un serpenteo bajo su falda sin atreverse a mover: </div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¿Alfredo? Alfredo, ¿estás ahí?<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Quítateesas condenadas enaguas! Ese tafetán parece una cámara acorazada…<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Estul! <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>gimió La Costurera saltando por el almacén, mientras los dobladillos de la falda eranlevantados por invisibles dedos en garra y la flor de crespón situada en su coxiscaía al suelo de un tirón<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span><span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"> </span>¡Alfredo, por Dios!</div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Suéltateel pelo, déjame que te lo huela <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>susurró la voz del difunto. La Costurera se detuvoaterrorizada, viendo saltar sus horquillas, los dedos inmaterialesacariciándole el cabello y un viento frío en la nuca, luego en la mejilla, ahoraen el labio, un trémulo mordisco y, al palparse la comisura, la sintió húmeda. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Chilló manoteando el aire, seencerró en el baño y echó el pestillo, acurrucándose junto a la puerta,abrazada a sus gasas y sus frufrús, obscenamente asustada, terriblemente excitada. Aún podía escuchar la respiración deAlfredo arañando el contrachapado con la desesperación de un perro hambriento. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Abre,nena<i>,</i> por Dios! Yo te quiero más quea nadie <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>suplicóel espectro<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>.Tú no sabes lo que he sufrido viéndote cada noche aquí sola.</div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Alfredo,mi amor, tú estás muerto ¡Es un sueño, una alucinación! Me estoy volviendo loca…<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Comoyo, amor mío, del deseo de verte y no tenerte. Este deseo tan grande…</div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
La Costurera se apoyó en lapuerta y se apretó contra la madera para oír las sombrías palabras; al otrolado, el difunto, imaginó, hacía lo mismo y era como un abrazarse entre mundos.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Abre la puerta. ¡Ábrela!<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Solo si no te mueves. ¡Júralo!<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Hubo unos segundos de silencio yfantasmagóricos rebuznos. Finalmente, Alfredo accedió. La Costurera abrió lapuerta. El almacén estaba en silencio, la flor de crespón y la mantilla en elsuelo, pisoteadas. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Alfredo,¿dónde estás?</div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Nadie contestó.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Sobresaltada, comenzó a hiparpensando que su marido se habría marchado.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Alfredo! ¡Alfredo!<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
De uno de los estantes más altos,cayó un rollo de raso y rodó hasta detenerse frente a un maniquí. La Costureracontempló la muñeca, era uno de esos modelos femeninos de plástico, calvo y conpechos. Se aproximó con más curiosidad que temor y golpeó la calva cabeza. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Déjatede tonterías y desnúdate, que no tengo malditos brazos para arrancarte la ropa.¡Quítate el corsé y restriega las tetas contra las mías! <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Alfredo,esto es una guarrada. ¡Soy una mujer casada!<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Yyo tu marido.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Nocreo que te vayan a dejar entrar en el Cielo con tanta perversión.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Daigual, me quedaré aquí contigo.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
A La Costurera se le iluminó lamirada: “Conmigo, siempre juntos, mi amor”. Desabrochó el botón de su falda y se inclinó con presteza para deshacerel infinito cordón cruzado a su espalda. Cayeron los tules a sus pies y losapartó con el tacón del zapato, haciendo estallar el corsé por la ebullición desu pecho a punto de eclosionar de la emoción de saberse ya siempre con él, portoda la eternidad, aunque fuera bajo la apariencia de un maniquí de mujer. Alfin y al cabo, pensó, todos los hombresacaban calvos y con pechos tarde o temprano, solo es cuestión de tiempo.Trató de soltar los corchetes de susostén, pero se resistían, y los jadeos infrahumanos, como desde la profundidadde un pozo, enervaban sus ánimos. En un rapto de desesperación, se arrancó elsujetador, y agarrando la cabeza de plástico quiso introducir el pezón entre suslabios, pero estaban sellados. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Abre la boca! <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>leexhortó, la maraña de cabello revuelto cayendo sobre sus hombros desnudos.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Nopuedo! <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Buscó enloquecida por la mesa de costura hasta dar con lastijeras, agujereó sin miramientos la boca del maniquí e introdujo con cuidadosu pezón.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¿Asíestá bien?<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Sí,amor, sí. ¡Date placer!<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Tomó la mujer al maniquí entre sus brazos y estirándolo enel suelo, se sentó sobre la inanimada cabeza. Pero como Alfredo solo gruñía yella no sentía nada, empezó a cabalgar sobre esta, utilizando la nariz a modode consolador. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Ay, Alfredo, tienes una nariz tan pequeña… Apenas siento.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Malditocanon! ¡Mastúrbate, vamos!<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Sinunca te ha gustado…<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¡Nena,no tengo pene! Así que córrete y, por Dios, procura mancharme.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
La Costurera dudó. Sus manos tantearon el pelo ralo de suvagina. Se fijó en que los rizos oscuros cubrían los labios del maniquí como unincipiente bigote que le recordó al de su marido; ahora era más fácil, sóloacariciar el vello e introducir los dedos en la húmeda cavidad, mientras quecon la otra mano se cacheteaba el trasero, como solía hacer él, pellizcando lacarne firme. Alfredo se desgañitaba en obscenas lisonjas, relataba con todasuerte de detalle la primera vez que la penetró en aquella excursión a lamontaña. “Te tocaba las tetas bajo el polar rosa, ¿te acuerdas? Tenía loshuevos llenos de tierra de lo que te movías”. Y ella sonreía acariciando elaséptico rostro del maniquí.</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>Mírame <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>le suplicó<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>. Mírame cómo disfruto <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>yestirando sus brazos para alcanzar de nuevo las tijeras, horadó los ojos de lamuñeca e introdujo el dedo mojado a través de la nacida oquedad imaginando quese lo insertaba en el ano. Todos los hombres desean alguna vez que lossodomicen, se dijo. Y era éste un sadismo en la mirada, horadar los ojos de unmaniquí, sodomizarlo a través de la metáfora.</div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>¿Sabesque había un tipo espiándonos en aquella primera excusión, masturbándose comoun animal tras unos matorrales? No te lo dije para que no te asustaras <span style="background-color: white; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">—</span>continuóAlfredo, y La Costurera imaginó la sonrisa satisfecha en sus labios, bajo unosbigotes que eran de ella, como el placer y como el secreto de que aquellaprimera vez también se había sentido observada, excitada por el balanceofrenético de los matorrales tras los que se ocultaba el voyeur. “No supistenunca que modulaba mis movimientos a los temblores de las ramas, un sexo a tres”,pensó, mientras el flujo caliente chorreaba por el blanco cuello del maniquí yen las arrugas de la boca se formaba pequeños canales estancos que Alfredo nopodría degustar, porque de la misma forma que no tenía pene tampoco teníalengua, y ella quiso explicarle cada sensación como al ciego al que se lesdescribe un cuadro, y acercándose al impertérrito rostro chupó con fruición suspropias secreciones y se le antojaron saladas y deliciosas. Volvió amasturbarse. Entonces Alfredo ya no hablaba, respiraba ruidosamente, o era supropia respiración cálida sobre el muñeco desnudo la que moteaba de gotas deagua la frente pegajosa de tanto acariciar la calva cabeza con los dedos. Gritóal llegar al clímax y le pareció que el plástico se derretía bajo sus muslos,sus rodillas ejercían tal presión que las mejillas de la muñeca se habían vueltocóncavas y daba la impresión de que le estuviese robando el alma, como si amedida que eyaculara ella, Alfredo fuera entrando dentro. Devorándose, lodevoraba. Desde el fondo de su garganta, emergió un torrente de semen, como ácido, y hubo deabrir la boca, de dejarlo ir para no ahogarse en el líquido blancuzco que sabíaa sopa de sobre y a pollo, tal vez porque aquel era el sabor de la muerte. Yuna vez lo hubo arrojado, se dejó caer con pesadez junto al maniquí. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
Nunca más volvió a tener sexo con fantasmas, pues descubrióque para enhebrar una aguja con una misma bastaba.</div>
</div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-44187108741340793982012-02-20T10:08:00.004+01:002012-05-07T18:04:08.957+02:00La desfloración de Afrodita. Por Alba Coshinaji.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaslUlP18jFdPzWs1V0EiII6ypQ6GJp2s8MjPFQbMAkXTvHio-9IT1zojh2902rbgVwAf9kTSI5x6iL550SiBjcBHzl_9prMGcw77as-q3N0_KTybqeJJiEXQFZkbI51TEYsGn7REAjoU/s1600/Afrodita-2.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5711142567304331362" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaslUlP18jFdPzWs1V0EiII6ypQ6GJp2s8MjPFQbMAkXTvHio-9IT1zojh2902rbgVwAf9kTSI5x6iL550SiBjcBHzl_9prMGcw77as-q3N0_KTybqeJJiEXQFZkbI51TEYsGn7REAjoU/s400/Afrodita-2.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 248px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 400px;" /></a><br />
<div>
<div align="CENTER" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div style="text-align: left;">
<br /></div>
<div style="text-align: left;">
<i style="line-height: 100%;"></i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Ya está el abuelo Cronos presto a abandonar el luminoso Olimpo para partir al tenebroso Tártaro. Rea, la abuela, protege el sueño del gran Titán y padre de Zeus, mi padre. </i></div>
</div>
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div>
<div style="text-align: justify;">
Hace unos días vino a buscarnos a nuestro lugar de exilio Hera, mi frígida madrastra. Allí estábamos hasta ese momento, placenteramente encamadas, mi madre Dione y yo, mostrándome ésta los secretos que utilizan las diosas para someter por medio del placer a dioses y a hombres. Utilizando su máscara de severidad, Hera se dirigió a nosotras observándonos a través de unos ojos que centelleaban como relámpagos de un seco verano allá en la tierra de los mortales, precisamente donde moraba Heracles, mi hermano favorito y mejor amante. </div>
</div>
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
"Dione, Afrodita", nos dijo Hera, "tenéis que acompañarme al palacio de los dioses, Cronos pronto partirá para el inframundo y Zeus, vuestro esposo y padre, prefiere perder el tiempo follando con las pútridas mortales. Él debía, según las leyes que rigen sobre los dioses, iniciarte en el mundo de la divinidad", continuó la Diosa, de rostro pálido y embellecido con plumas doradas y tornasoladas de pavo real, "pero como parece no querer cumplir con su obligación real, algún otro debe hacerlo y ese solo puede ser tu abuelo Cronos". Hera me miraba mientras tanto con esa mirada penetrante que solo la erial diosa posee. </div>
</div>
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
Nada más llegar a la divina morada de los dioses, Hera y mi madre me llevaron junto a mis hermanos Apolo, Heracles, Hermes y Ares, pero antes de dejarnos a solas nos advirtieron a todos severamente: "utilizad vuestras pollas y jugad para disfrutar como sólo los dioses sabemos hacer, ¿de acuerdo? Pero tú, niña", dijo Dione, "tu raja coralina ni tocarla, ¿me oyes? ¿Me oís? Esa deberás reservarla para tu proceso de iniciación, donde se te coronará con los atributos y funciones de Diosa." </div>
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
Supongo que mis madres fueron a ver a Cronos y a Rea al aposento real. Mientras tanto, como niños pequeños que éramos entonces, nosotros empezamos a jugar a ser dioses adultos: al ver mis blancas tetas todos mis hermanos se habían empalmado y ahora empezaban a rodearme. En ningún momento tuve miedo; muy al contrario, sí me hizo gracia ver cómo parecían perder la compostura mientras se masturbaban a placer, aunque en ningún momento se atrevieron a contrariar la severidad de Hera: mi coño permanecería impoluto aunque babeante de deseo.</div>
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
Como yo también quería disfrutar del divino juego, solicité a mis hermanos que dejaran de masturbarse: yo lo haría por ellos. Así, con mi mano izquierda cogí fuertemente la polla de Ares y con la derecha la de mi dulce y tímido Hermes. La boca la dejé para Heracles, y con movimientos sincopados subí y bajé sobre el glande de la polla del semidios. De cuando en cuando mi lengua se deslizó con suavidad sobre su diminuta minga, y mis dientes apretaron el resto del duro y erecto mástil. Mis manos tampoco dejaron de moverse, a muy buen ritmo, sobre los duros falos de mis hermanos. Yo, para ser sincera, mientras tanto ni me inmuté. Soy una Diosa y no puedo demostrar debilidad. Mis Hermanos, como dioses que son, podían permitirse mostrar berridos, lloros, risas y demás estridencias, dignos de animales inferiores. Pero, sin tardar demasiado, mi hermano Heracles evacuó en un terrible orgasmo dentro de mi boca, cerrada ésta sobre el pellejo de su órgano de placer. Un poco de su lefa se me fue hacia el otro lado, y tosí escupiendo toda la leche que su miembro había desprendido. Sin querer los puse a todos perdidos, y no se les ocurrió otra, a unos y a otros, que lamer inmediatamente, de nuevo como animales, el semen de su hermano. Yo, como ya había terminado con mi predilecto, me limité a hacer lo propio con el resto. Todas las veces, ese espectáculo que tanto me agradaba, terminó del mismo modo: cada vez que quedaban pringados, los que no habían evacuado se unían a ese blanco festín y, como yo no podía ser menos, me sumaba a ellos besándolos también en la boca, para devolverles algo del divino alimento que me habían prestado. "¿Cuándo lo repetimos?", me preguntaron tras acabar. Yo me hice la interesante, y sin perder la compostura miré hacia otro lado. Tras un breve silencio, les dije: "Pronto, Hermanos amados, pero ahora tengo que ver a nuestro anciano abuelo." </div>
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<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
Efectivamente, Hera y mi madre Dione se acercaron en ese momento y sonrieron mientras nos dirigían unas dulces y bellas palabras: "Queridos niños, nos alegramos mucho de que hayáis sabido jugar a ser Dioses, porque eso es lo que sois. Vemos que la raja coralina de vuestra hermana no ha sido mancillada. Perfecto. Pronto, muy pronto, podréis disfrutar al completo con vuestros juguetes. Pero ahora, niña, "dijo Hera, cambiando su rostro a la severidad que le caracterizaba", acompáñanos. Deberás ver a tu abuelo Cronos y despedirte de él según manda la tradición, y ya que no se encuentra tu lujurioso padre entre nosotras, será el abuelo quien te corone con los atributos divinos antes de que parta junto a los hermanos titanes.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
La Sala Real estaba bellamente iluminada, y sus paredes reflejaban divinidad en todas las direcciones. Había un olor tenue y dulzón indicando que la muerte se acercaría pronto y acogería en su seno al abuelo Cronos. Entré en la habitación mientras las esposas de Zeus se mantenían en el exterior. La bella abuela Rea me llamó enseguida con su mirada. No tuvo que abrir su boca para que yo supiera inmediatamente lo que quería decirme y lo que debería hacer a continuación: "Nieta mía, mi niña, hora es que pierdas el himen que cierra tu raja coralina. Tu coño deberá abrirse al mundo para repartir el placer por doquier a dioses y a mortales. Como manda la tradición, por estas fechas estelares debe producirse tu divina coronación, pero el despistado de tu padre anda follando con las mortales, y quizá también con algunos varones, pues él no hace distingo entre agujeros, ni si son estos anteriores o posteriores. El caso es que él se lo pierde. Quizá pueda encontrarse hastiado de joder con dioses y diosas. Sea lo que sea, mi amada niña, es por ello que le toca ese honor a tu moribundo abuelo. Ya está pronto a partir", dijo Rea, "no sé si será capaz de cumplir con su divino cometido." </div>
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<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
Cronos entreabrió sus profundos ojos que parecían mirar más al otro mundo que a éste, y con su mente, pues sus cuerdas vocales ya no le funcionaban, me dijo: "Niña, mi niña, cuánto tiempo hace que marchasteis hacia el exilio Dione y tú. Ven y abraza a tu abuelo, que mucho te quiere, antes de que parta." A esto, Rea le dijo a Cronos que no podíamos demorarnos más, puesto que pasaría la hora sagrada y mi coronación ya no sería posible por eones de tiempo. Y eso era muy serio, pues impediría que hubiese sexo en el futuro entre hombres y dioses, dioses y dioses u hombres y hombres. El abuelo dio un grito sonoro que seguro llegó hasta los confines de las otras esferas. Nunca supuse que un dios moribundo podría dejar escapar semejante grito de guerra, pero yo, joven Afrodita, no tuve miedo, pues sabía que la obligación para conmigo de parte del abuelo estaba cargada de profundo y sincero amor divino. Entonces el abuelo Cronos me contó que siempre le habían acompañado dos bellos demonios, uno macho y otro hembra, y que en sus sueños el macho le daba por el culo y la hembra le ofrecía su roja y grasienta gruta vaginal, hasta que a base de tiempo, por algo él se llama Cronos, su gigantesco pene erecto explosionaba con furor soltando toda su carga de leche divina, haciendo germinar así la vida por todo el Universo. El abuelo también me dijo que ahora esa energía estaba prácticamente agotada, y por esa razón debería regresar al Tártaro a hacer compañía a sus hermanos. Zeus, mi Padre, sería el Rey de los Dioses, pero no quería que fuese el poseedor de esos divinos demonios que daban la vida por doquier. Él no lo merecía… Pero mientras atendía a su historia, trabajo me costó que la gigantesca y flácida polla del dios se elevara a modo de un mástil de barco real: usé las manos para friccionar el nervudo y venoso órgano reproductor. Besé con suavidad y amor el glande y su pequeña raja. Pasé la lengua con húmedos giros elípticos por toda su extensión y puedo asegurar que no era pequeña. La abuela Rea permaneció en la estancia vigilando que todo el proceso saliese siguiendo el ritual establecido. Con fuerza pellizqué repetidamente los inmensos cojones de Cronos. De repente, como un muerto que se levantara repentinamente de la tumba, la monstruosa y gigantesca polla del dios se erigió como un miembro que uniese a las estrellas del cosmos. Los quejidos del abuelo eran estremecedores. Yo sabía que en el proceso se destruirían y se crearían nuevas galaxias y estrellas; muchos mundos darían a luz a nuevas criaturas; otros muchos las devorarían. </div>
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<br /></div>
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No sin algo de esfuerzo, siguiendo las instrucciones mentales de la abuela, escalé el tremendo pene hasta sentarme a horcajadas sobre él. Mi raja coralina, al contacto con el inmenso glande, se abrió hasta transformarse en el divino coño que en realidad era. Ni la polla encogió ni mi coño creció, pero como solamente los dioses sabemos hacer, se produjo la penetración al tiempo que mi redondo agujero del culo y mis nalgas tocaban los huevos del abuelo con un suave movimiento de vaivén que llegó a producir oscilaciones sobre toda la Creación. Entonces pude ver cómo los demonios del abuelo Cronos pasaban hasta mí, y supe que a partir de ese momento estaría en una permanente jodienda por los dos lados: el bello demonio moreno me penetraría el coño por toda la eternidad, mientras la rubia diablesa metería su puño en mi culo también para siempre, restregando cada vez que lo hiciera su etéreo cuerpo contra el mío blanco. En ese momento el abuelo evacuó su semen y todo mi Ser absorbió su furia creadora. Su erecto mástil perdió rápidamente rigidez hasta volver a su tamaño original, que aún así no era pequeño. </div>
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Pasados unos segundos, la abuela Rea me confirmó lo que yo ya sabía: Cronos había partido al Tártaro para acompañar a sus hermanos titanes. Sin más, aún sin haber descabalgado de la polla del abuelo, besé con todo mi amor el cadáver del dios. Después retiré su ya blando órgano reproductor y me dirigí a la salida observando un gesto de aprobación por parte de mi anciana y bella abuela. Abriendo las puertas de par en par, mostré a todos mi cuerpo desnudo sin ningún tipo de pudor, incluso a Zeus, mi padre, que en ese momento había llegado de joder en la Tierra, vete a saber con quién. Mi coño soltaba todavía mi flujo y el esperma de Cronos, y dejaba un abundante reguero sobre el suelo del sagrado Olimpo. Hasta el último de los allí presentes se arrodilló ante mí, incluso Zeus, mi padre, como Rea, mi abuela y esposa del dios fallecido. Hasta el último de ellos me miraba con lascivia e impudor. Yo sonreí y alcé la voz: "¿A QUÉ ESPERAMOS?" Avancé hacia los dioses y ellos avanzaron hacia mí, juntándonos finalmente en un furioso torbellino creador-destructor. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
La Orgía en realidad nadie sabe cuándo comenzó, pero gracias al dios Cronos aún no ha terminado. Yo, Afrodita, y mis insaciables demonios, vagamos desde entonces a través del cosmos ofreciendo amor, sensualidad y placer. Cronos, además, había hecho posible que la humanidad mortal tuviese acceso a mis encantos, y por ello soy la única diosa que no pido nada a cambio mientras ofrezco a mortales e inmortales mi cuerpo. Y según todo esto tiene lugar, la vida va floreciendo en mi seno repartiéndose por todo el Universo. Ese es el motivo, les digo a mis hermanos y le recalco aún más a mi favorito Heracles, por el cual los demonios de Cronos no me dejan un solo momento en paz: una paz que no quiero, pues la lascivia y el erotismo es precisamente lo que nos mantiene vivos a todos. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Y ahora ya no me queda más que deciros a todos, mortales e inmortales, que ésta es la auténtica historia de la desfloración de Afrodita. Fue el amor del abuelo quien suplió la insensatez de mi padre. Quizá es por dicha causa que el tiempo siga transcurriendo por siempre en toda la creación. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Que lo folléis bien. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Palabras de Afrodita, la Diosa del Amor.</div>
</div>
<div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-73045210368203529562012-02-09T12:57:00.003+01:002012-05-07T18:13:14.266+02:00Noches etílicas. Por Clara Wolf.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhtMwATPfs33LXPQdKweIDeeIncKQL_KP_vc5Kbx_w43MVqDBDB7Ns6UYrcceTUwOIlzuWMzOjb1OR4vRC3BGFjAXgZbXz0PG1RZEedWIzjN8TeUlkOwicPvE0pQHpadv4w2wnyt4P4LA/s1600/barrilesdewhisky.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5707104089834891090" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhtMwATPfs33LXPQdKweIDeeIncKQL_KP_vc5Kbx_w43MVqDBDB7Ns6UYrcceTUwOIlzuWMzOjb1OR4vRC3BGFjAXgZbXz0PG1RZEedWIzjN8TeUlkOwicPvE0pQHpadv4w2wnyt4P4LA/s400/barrilesdewhisky.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 400px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 387px;" /></a><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Con pasos lentos, Ann se adentró en la bodega. Las viejas barricas de roble que
eran sus silenciosos habitantes le dieron la bienvenida con un suave crujido ante el
cambio de presión que su simple presencia provocaba en la húmeda atmósfera de la
estancia. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Avanzó por el estrecho pasillo, sus dedos se deslizaban por la madera de cada
una de ellas, saludándolas en una caricia que las sinuosas vetas conocían muy bien. Era
la caricia del deseo, de la expectación, de una anticipación que el tiempo no había
logrado mermar ni un ápice. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Su mano se detuvo en una de ellas, la elección estaba hecha. La barrica se
estremeció en un miedo ancestral. Aquel tacto quemaba. Como siempre.
Acercó la petaca al grifo y comenzó a llenarla con un gesto rutinario y ausente,
repetido hasta la saciedad durante muchos años. El sonido del alcohol chocando contra
las paredes de acero del recipiente era casi ensordecedor, aumentado cien, mil veces por
el eco que el techo abovedado escupía contra sus tímpanos. Daba igual. Sus oídos se
habían acostumbrado a esa reverberación, al igual que su cuerpo que simplemente se
adaptaba y reverberaba al unísono. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La barrica terminó de sangrar su contenido con un “plop” sordo y Ann la
acarició una vez más, en agradecimiento y despedida. Segundos después cerraba la
puerta tras ella, subiendo las escaleras que conducían al piso superior. La bodega volvió
a su silenciosa oscuridad, y las barricas continuaron con su lento latir en un tranquilo
compás de espera. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un intenso olor, mezcla de rosas y leña, dibujó una extraña sonrisa en sus labios,
dilatando las aletas de su nariz incluso antes de abrir la puerta del dormitorio. La
chimenea estaba encendida, y la bañera de cobre exhalaba un aliento humeante, la
superficie del agua salpicada con el rojo furioso de los pétalos de las últimas rosas de la
temporada. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Gabriel estaba allí, apoyando un codo en la repisa sobre la chimenea, dos
botellas de vidrio turbio colgando entre sus dedos, ya abiertas, y aquella media sonrisa
llena de picardía danzando en sus labios, por debajo de la barba de tres días que siempre
parecía estar allí, sin crecer ni desaparecer. Había aprovechado su visita a la bodega
para desempolvar y colocarse de nuevo su vieja falda escocesa. Nunca llegó a
acostumbrarse a la represión de los pantalones. Ann sonrió y se acercó a él, capturando
sus labios un instante entre los suyos mientras dejaba la petaca sobre la repisa. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Pensé en traer hidromiel, pero creo que esta noche necesitaremos algo más
fuerte. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Me resulta sorprendente la cantidad de alcohol que ese cuerpecito tuyo es
capaz de soportar
—su voz sonaba grave y ligeramente divertida mientras sus dedos se
cerraban alrededor de su cintura, arrugando la seda del vestido que se ajustaba a su
cuerpo como una segunda piel. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Y a mí me resulta sorprendente que aún te sorprenda después de tantos años
—su mano comenzó a escurrirse a lo largo del brazo desnudo de Gabriel, dibujando con la
yema de los dedos el contorno de unos músculos que el paso del tiempo no había
logrado difuminar. Con un mordisco a su labio inferior y una mirada casi infantil de
travieso triunfo sus dedos se cerraron entorno al cuello de una de las botellas,
llevándosela a los labios y cerrando los ojos mientras el fuerte sabor del cereal
fermentado se deslizaba garganta abajo, en tragos interminables que acabaron con la
mitad de su contenido. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ann no podía recordar la última vez que el sexo entre ellos no había estado
bañado en alcohol. Tras aquella primera vez, en la que la generosidad de Geoff con el
whisky había terminado con ambos colándose en una habitación privada y rodando
desnudos por el suelo, la bebida había estado siempre presente, como el tercer elemento
de un trío mutua y tácitamente aceptado. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Gabriel la observaba en silencio, con el deseo y la comprensión de media vida en
sus ojos, que aún continuaban deslizándose, casi sin querer, hacia la enorme cicatriz
autoinflingida que se ocultaba tras el vestido, entre las curvas de sus pechos, descarada
y palpitante, recordándole sin piedad que ella siempre estaba a un paso del abismo, con
un pie atrapado en una oscuridad a la que él no tenía acceso y de la que sólo podía
sacarla a empujones con las embestidas de sus caderas. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hizo el amago de llevarse la botella a la boca para iniciar el ritual, pero ella le
detuvo, clavándole una mirada ya vidriosa. Volvió a inclinar la botella en sus labios y
los cerró contra los de Gabriel, el licor escurriéndose por las comisuras de su boca
mientras lo derramaba dentro de la de él. Gabriel consiguió tragar una parte, acallando
con dificultad la tos que trataba de protegerle de ahogarse; la lengua de Ann ya había
invadido su boca, explorándola, extendiendo el sabor agridulce de la mezcla del alcohol
con su saliva. Pero él no estaba dispuesto a aceptar esa invasión sin más. Cerró el brazo
alrededor de su cintura y la apretó contra él, su incipiente erección latiendo contra su
vientre. Separó su rostro del de ella unos centímetros, lo suficiente para permitirle
acercar el cuello de la botella a su boca y derramar, lentamente, un poco más de alcohol
sobre sus labios entreabiertos, entre los que ya asomaba su lengua tratando
desesperadamente de recoger hasta la última gota que él dejaba caer. Gabriel lamió esa
lengua ávida, succionándola con un gruñido, dejando a tientas la botella sobre la repisa,
deslizando la mano muslo arriba por debajo del vestido para alcanzar la humedad entre
sus piernas, donde sus dedos empezaron a explorar los pliegues de su sexo con la
habilidad que sólo da la experiencia. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ann gimió contra sus labios, sus sentidos ya inmersos en una nube etílica que la
arrancaba de la realidad, guiándola a través de periodos de ausencia en los que parecía
no ser consciente de nada a su alrededor. Esa dulce inconsciencia mantenía a raya a la
oscuridad, llevándola a un lugar salvaje pero seguro. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una dolorosa presión en su interior le hizo abrir los ojos. Tardó unos segundos
en darse cuenta de que su cara estaba contra la pared, y que el dolor provenía de las
furiosas embestidas con las que Gabriel acometía sus caderas. Su vestido estaba tirado
en el suelo, y sentía el cuerpo pegajoso. Entre gemidos, y con los ojos medio cerrados,
trató de recordar… la imagen de una boca sedienta bebiendo los charcos de una lluvia
de alcohol sobre su piel fue lo único que su nublada mente pudo conjurar antes de que
las oleadas de un orgasmo incontrolable la hicieran morderse los labios hasta sangrar,
temblando con violencia. A su espalda pudo escuchar un gruñido ahogado (¿y quizás
con un tinte de angustia contenida?) seguido por un “¡joder!” mientras sentía la calidez
de Gabriel derramándose en su interior. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Tratando de recuperar el aliento, Gabriel se inclinó hacia delante, apoyando el
pecho contra su espalda desnuda, susurrando palabras tiernas y maldiciones mientras
recorría la piel de su hombro a besos. Ann cerró los ojos con una sonrisa a medio
camino entre el dolor y el placer, sus sentidos bruscamente agudizados por la
certidumbre. Con la misma certidumbre, Gabriel le acarició el cabello, y suspiró. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Esa noche volvieron a hacer el amor en la bañera, como siempre, mientras el
agua, ya tibia, lavaba el alcohol de su piel. Volvieron a correrse en un orgasmo lento,
como siempre, alejados ya de la urgencia por ahuyentar la oscuridad. Se besaron
largamente frente a la chimenea, mientras se secaban al calor del fuego, Gabriel
abrazándola desde atrás, con las manos vagando ausentes sobre la cicatriz y las curvas
de sus pechos, y Ann refugiándose perezosa en sus brazos, como siempre. Charlaron
mientras se terminaban todo el alcohol de la habitación. Como siempre. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Agotada, Ann entrelazó sus dedos con los de él, apretándolos, y cerró los ojos.
Gabriel se llevó su mano a los labios, besándola, y cerró los ojos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al minuto siguiente, el corazón de Ann dejó de latir, y ella de respirar. Gabriel
recogió ese último aliento de entre sus labios para exhalarlo junto al suyo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En la bodega, las viejas barricas de roble crujieron su duelo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En algún lugar, dos pares de ojos observaban la muerte de su creación, mirando
las pantallas de sus respectivos ordenadores con la terrible certeza del que sabe que ya
no hay vuelta atrás. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Teníamos que hacerlo” tecleó él. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Lo sé” tecleó ella. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Esto no podía continuar, lo sabes. Mi mujer nunca lo entendería. Nunca más
podría hablar contigo. Sabes que a pesar de la distancia eres mi mejor amiga”</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Lo sé” </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Vamos, al fin y al cabo esto no es más que un juego. Ellos eran nuestros
personajes, creaciones de nuestra mente, y allí seguirán vivos mientras los recordemos” </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Lo sé” </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Tengo que marcharme, me esperan para cenar. ¿Hablamos mañana?” </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Claro” </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Cuídate” </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Tú también”</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Él cambió su estado a “desconectado”. Al otro lado, a miles de kilómetros de
distancia y con un océano de por medio, ella lloraba en silencio. Llenó de nuevo la copa
que había sobre su mesa con los escasos restos de ron que aún quedaban en la botella
tras esa larga noche. Cerró los ojos, y se lo bebió de un trago. Apagó la luz, y se dejó
abrazar por la oscuridad.</div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-27387617714479164882012-02-08T11:18:00.007+01:002012-05-07T18:11:35.630+02:00Humedad. Por Mercedes BFC.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0ph4KZYLzkuXxEQ-8GsSp71UVLTG_s_ehK-TaF3w2LD4GTsFo4F_77C0waF0HExO5KJBhsVABZtruXe2Gjg0kXOfI0p5X6Ttf0qMi68pL_Hmv-Vusa5kvThNSImiQ4NI9-w32gP29gkY/s1600/merce.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5706711171510220146" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0ph4KZYLzkuXxEQ-8GsSp71UVLTG_s_ehK-TaF3w2LD4GTsFo4F_77C0waF0HExO5KJBhsVABZtruXe2Gjg0kXOfI0p5X6Ttf0qMi68pL_Hmv-Vusa5kvThNSImiQ4NI9-w32gP29gkY/s400/merce.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 400px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 363px;" /></a><br />
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Es tarde, muy tarde. Hace ya horas que estoy durmiendo cuando siento tu llegada. Oigo tu respiración y cómo te mueves mientras te quitas la ropa. No quiero moverme, solo escucho. Siento cómo el colchón se hunde bajo tu peso y cómo las sabanas se mueven según entras en la cama.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No quiero abrir los ojos. Quiero saborear el momento.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Tu cuerpo se acerca suavemente al mío y noto tu aliento en mi cuello. No me muevo, no abro los ojos, y creo que incluso aguanto la respiración mientras espero.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Apartas tiernamente el pelo de mi cara y depositas un beso en mi mejilla. Por un momento, temo que no haya más, pero no es así, porque inmediatamente siento cómo tu mano se posa en mi cintura y subes lentamente por mi costado, por debajo de mi brazo, hasta llegar a mi pecho, y comienzas a jugar con mi pezón.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No quiero abrir los ojos. Sonrío. No me muevo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Deslizas tus dedos, en una caricia tenue que hace que toda mi piel se ponga de gallina, hasta mi ombligo, y te detienes por un momento. Sabes que me gusta sentir tu mano sobre mi estómago. Y luego vuelves a ascender, haciendo que mi cuerpo gire para pasar de estar de costado a estar boca arriba, y comienzas a besar mi cara y mis ojos con suaves besos, mientras tu mano encuentra mi otro pecho y comienza a acariciarlo. </div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No abro los ojos cuando siento tus labios sobre los míos. Y tampoco los abro cuanto tu lengua se introduce entre ellos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Me gustan tus besos. Me gusta besarte. Y subo mis manos a tu cabeza para enredar mis dedos entre tu pelo y corresponderte. Tu lengua explora mi boca y todo mi cuerpo despierta a tus caricias.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Tu mano desciende de nuevo y se introduce entre mis piernas, y yo las abro ligeramente, facilitando tu camino. Acaricias mi clítoris con tus dedos, fuertes y algo ásperos. No puedo evitar gemir levemente mientras sigues besándome, moviéndolos cada vez con más rapidez, y muevo mi cadera siguiendo el ritmo que estás marcando.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No abro los ojos cuando tu boca desciende por mi mandíbula para llegar a mi cuello y muerdes con increíble delicadeza mientras me penetras con tus dedos. Vuelvo a gemir, y siento cómo tus labios sonríen contra mi piel.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Sigo acariciando tu cuello, y comienzo a recorrer tu cuerpo, tu pecho, tu abdomen… estoy cada vez más excitada y quiero tocarte y corresponder al placer que tú me estás haciendo sentir. Quiero sentir tu erección en mi mano, pero te mueves, y tus dedos abandonan mi interior mientras sitúas tu cuerpo sobre mí, entre mis piernas, y tu pene acaba justo sobre mi clítoris. No creo que puedas imaginar cómo me excita sentir palpitar tu sexo contra el mío.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No quiero abrir los ojos. Lo que quiero es besarte, recorrer tu cara con mis labios, morder tu mandíbula y lamer tus orejas. Acariciar todo tu cuerpo y descender por tu pecho con mis labios hasta llegar a tu polla, introducirla en mi boca y escuchar tus gemidos de placer mientras juego con ella. </div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Pero en este momento tú llevas la iniciativa. Solo puedo seguir tu ritmo y hacer aquello que tú me dejes hacer.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Vuelves a besarme profundamente mientras que yo acaricio tu cabeza, tu cuello, tu espalda y sigo descendiendo hacia tus glúteos. Quiero sentirte en mi interior, quiero sentirte sobre mí, y no quiero que este beso termine.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No quiero abrir los ojos cuando mueves tu cadera y comienzas a penetrarme. </div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No quiero.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Pero no puedo evitarlo. </div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Y abro los ojos a la realidad de tu ausencia. </div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A la realidad de mi soledad.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Y mientras percibo la humedad de mi deseo no satisfecho entre mis piernas otra humedad, totalmente distinta, se apropia de mis ojos.</div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-30491023830888645612012-02-07T16:54:00.006+01:002012-05-07T18:12:05.335+02:00Sofía y yo. Por M. J. Sánchez.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-rBPOOsN-Ny6x-0tjaYJU14q8HHC1C7zURbJWSsiZGPe_w9zD8p5pu7Z4DDobamYDHRe3-qEeuauCh5ra4kC1kn9Sg6cUjfsMl2AjpOqhL_ltOpxsd3WLyAdN1eXTk2XNTTFgO4sBaG4/s1600/sofia.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5706427391143002786" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-rBPOOsN-Ny6x-0tjaYJU14q8HHC1C7zURbJWSsiZGPe_w9zD8p5pu7Z4DDobamYDHRe3-qEeuauCh5ra4kC1kn9Sg6cUjfsMl2AjpOqhL_ltOpxsd3WLyAdN1eXTk2XNTTFgO4sBaG4/s400/sofia.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 269px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 400px;" /></a><br />
<div align="JUSTIFY" lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Entraste por la puerta del bar como si al traspasarla trajeras contigo otro mundo arrastrando de las orejas al son de tu taconeo nervioso. </div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
La gente se volvió durante un segundo, miró, mostró algún gesto de sorpresa, una ceja alzada, la comisura de un labio torcida en un gesto desdeñoso, y luego todos han vuelto a sus conversaciones y sus vidas.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Eres alta, la melena corta y revuelta, negra y brillante, los ojos maquillados, la nariz recta, patricia, y los labios de un intenso rojo mate. No pude apartar la mirada de tus pechos, enormes, comprimidos por un sujetador anticuado que les da un vago aspecto puntiagudo. La cintura la tienes tan ridículamente estrecha que parece casi irreal, y luego se me va el alma hacia esas caderas voluptuosas y el culo… un culo de carnes apretadas, compactas, que se balancean en un hipnótico vaivén bajo la falda negra, ceñida. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Pero fue al mirar tus ojos cuando te reconocí. Te he visto en todas las películas que me gustan, esas cintas antiguas y manoseadas que crepitan y a veces se quedan paradas, hasta que le doy un buen golpe al trasto averiado que las pasa ante mí una y otra vez. Tus ojos son verdes, grandes, de expresión triste.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Has tirado de los dos lados de la rebeca ceñida que enmarca tus pechos y la has cerrado estirándola como si quisieras protegerlos de mi mirada que se ha clavado en ellos con puntería perfecta. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Al sentarte sobre el taburete la falda se ha pegado a tus muslos, donde se ha delineado durante un segundo fugaz el corchete diminuto de un liguero. Llevas liguero, sí, como no. No tendré tanta suerte de que no lleves bragas, eso me catapultaría a un orgasmo desastroso justo aquí donde me encuentro, acodado a la barra de este bar de barrio.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Te deseo, Sophia, con “p”. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div>
<div style="text-align: justify;">
Me has mirado de arriba abajo, con esa expresión desdeñosa tuya, y has comentado entre dientes algo en italiano que ha sonado a “medio hombre”. Sé que no debería permitírtelo, pero no puedo evitarlo. Me gusta que me desafíes; a veces, hasta que me odies.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
He apurado el escocés como si fuera Mastroianni, he pagado, y, luego, te he seguido por las escaleras estrechas de nuestro pisillo de mierda de barrio de las afueras. He observado temeroso las subidas y las bajadas de tus nalgas inmensas al ritmo de los tacones de aguja cuando subes las escaleras. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div>
<div style="text-align: justify;">
Te temo tanto como te deseo.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
De hecho, no he podido aguantar. Te he aplastado contra la pared descascarillada del rellano cochambroso y he metido la mano bajo tu falda para comprobar si llevas bragas. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Y no, no las llevas.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Te has estirado hacia atrás como una gata con cuerpo de mujer, tus pechos han sobado mi camisa como si me hubieras acariciado, cosa que no has hecho. He notado el gemido ronco de tu respiración al hundir la nariz entre tus pechos olorosos a sudor, a la comida que acabas de guisar. Me lleno la boca de carne fresca, te sobo el coño peludo con manos hambrientas, hasta que me das un empujón contra la pared de enfrente y me espetas un “Porco schifoso” con voz quebrada, con sonido a lágrimas. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Subo detrás de ti arrastrando los pasos, resignado. Estoy empalmado, lo sé. La bruja del piso de al lado no se perderá detalle del bulto de mis pantalones cuando pase delante. Me he echado mano al paquete y le he dado un buen tirón, para estar más cómodo y, de paso, darle a la vieja algo que pensar. Qué vida de mierda, la de espiar las entrepiernas ajenas.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero no te vas a salir con la tuya, no. Has querido darme con la puerta en las narices de un golpe, pero he conseguido zafarme por el hueco y ahora me golpeas el pecho con las dos manos, rabiosa, como me gusta verte. El bulto de mis pantalones amenaza con reventarlos. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div>
<div style="text-align: justify;">
He cerrado de un portazo. Que le den a la vieja de la mirilla. Ahora tendrá que imaginarlo, pero cuando he hundido los dientes en la curva de tu cuello y tú has soltado ese gemido desgarrado de perra en celo, dudo que tenga que imaginar mucho.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Sé que estás mojada, mojada para mí, para que te remangue la falda, te abra las nalgas con las manos, mientras me desabrochas, con los ojos cerrados y el ceño fruncido, la bragueta. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Te he ensartado contra la pared, he metido mi polla hasta el fondo de tus carnes duras de hembra bragada. Esto ha de ser el cielo, dios, el cielo, y yo debo estar muerto; tu vagina me comprime siguiendo un ritmo que ya conozco, sé que aunque no quieres, no me quieres, vas a correrte y me vas a poner los pantalones perdidos con ese zumo blanco con el que tan generosamente sirves todos tus orgasmos.</div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Y no te he visto aun los pechos, aunque luego habrá tiempo, cuando me sigas odiando pero, aún insatisfecha, me pidas más. </div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
Te deseo, Sophia, pero le he pegado un golpe al maldito trasto que se ha parado justo cuando estaba a punto ya. No te vayas aún, no te he visto los pechos, maldita sea.</div>
<div align="JUSTIFY" lang="en-US" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<span lang="es-ES"></span></div>
</div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-9545873111593014102012-02-06T10:41:00.003+01:002012-05-07T18:12:19.119+02:00Buenos días. Por Marta C. Dehesa.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgsoRuTIWaM5qzKND48wMuO247ifGxFSsbThPptVx719jql1wpdphJPwu1KSfuaqilQeOXwGrxxvRKB5i5M47bbD_71gxHV6FnoUlcfNyOXf61NnUe9ZLK8J7eF4gdP0OBjPkJcLdDKD48/s1600/relatoMarta2.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5705956119402395554" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgsoRuTIWaM5qzKND48wMuO247ifGxFSsbThPptVx719jql1wpdphJPwu1KSfuaqilQeOXwGrxxvRKB5i5M47bbD_71gxHV6FnoUlcfNyOXf61NnUe9ZLK8J7eF4gdP0OBjPkJcLdDKD48/s400/relatoMarta2.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 300px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 300px;" /></a><br />
<div align="justify" style="background-color: white; color: #cc0000; font-family: 'Trebuchet MS', Tahoma, Verdana, Arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: justify;">
<span style="font-size: 23px;"><strong></strong></span></div>
<br /><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Odio todos los despertadores que no huelen a sexo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Estirar los brazos a la mañana que se carcajea intentando acallar el <i>ring</i> burlón que cercena la dulce utopía del estupor de los sueños. Otro ratito más. Para perderme en la ausencia de las bocas que se evitan por las mañanas, ese aliento que en días impares nos aleja en silencio y en los pares nos come en un solo beso.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bajo el esbozo de las sábanas en la pantalla de mis párpados se pelean los sentidos con el recuerdo de otros escozores, se difuminan tus caras mientras estos ojos se posan en mis nalgas para sentir el ritmo de tu vientre y tu semen. No ven como pulgar e índice se deslizan entre mis labios menores y mi vulva, unidos, dormida. Acarician los cuartos a un aturdido Morfeo con un golpe de tijera, tus dedos -fríos filos- que se abren en aspa contra la carne caliente, inflamada y apenas lubricada. La mente confundida en su duermevela y el cuerpo inteligente que no la espera, decide, se entrega. Fluye para ti. Por mí en todos tus yoes. Dormida y abierta. Las siete de la mañana. En punto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un primer y único <i>ring </i>es suficiente, el de tu polla penetrándome lenta y firmemente, erosionando en su desliz las paredes de mi sexo, que pugnan por ceñirse a él, ellas te masturban con un cosquilleo de descargas que quieren vestirla de fuego, tierra y agua. La dejas reposar quieta, dura, mañanera, en paciente acecho, dentro, bien dentro. Yo capitaneo. Un golpe de timón para despertar, vaticina tempestad. Y en la calma, una voz que se inclina sobre mi cuello y me susurra al oído: buenos días.</div>
<br />
<div align="justify" style="background-color: white; color: #cc0000; font-family: 'Trebuchet MS', Tahoma, Verdana, Arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px; text-align: justify;">
<em></em></div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-89479007006295033772012-02-02T11:54:00.005+01:002012-05-07T18:12:38.645+02:00Horas extra. Por Jesse Gray.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8j7Aeo8i1umnwBD-3_MukEc-azeOoLRGLbm1Pu3PljZd3P5_vGGWEY1n0XJPNcbMW-SLo-6chLhigI6Qyz_WRRgzSW-wRByvsMnrD2xepAjxm8HltnhGA297Et4TwCUXKNIwTR1EPHos/s1600/oficinas.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5704493670483807698" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8j7Aeo8i1umnwBD-3_MukEc-azeOoLRGLbm1Pu3PljZd3P5_vGGWEY1n0XJPNcbMW-SLo-6chLhigI6Qyz_WRRgzSW-wRByvsMnrD2xepAjxm8HltnhGA297Et4TwCUXKNIwTR1EPHos/s400/oficinas.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 266px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 400px;" /></a><br />
<div lang="es-ES" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<br /><br />
<div style="text-align: justify;">
El ruido del teclado inundaba la oficina de un sonido tan triste como cenar solo en un restaurante lleno de parejas y familias. No me quedaba alternativa, mi jefe había amenazado con despedirme si no tenía el informe listo a primera hora de la mañana. Miré el reloj sin ánimo, erán más de las diez de la noche. De fondo se escuchaba el aspirador de la señora de la limpieza, que parecía acompañarme en mi desesperación. </div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Envíe el informe en un mail con la esperanza de que el tiempo extra contase para algo. Por un instante me quedé inmovil en la silla, sin saber dónde ir o qué hacer con mi recién adquirida libertad. Cuando reaccioné, me dirigía al servicio en un acto reflejo y casi autómata.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Creo que empujé demasiado fuerte la puerta, o quizás el estruendo era el habitual, amplificado en el silencio estático de moqueta sucía y ordenadores en suspensión. El chaval que estaba en los urinarios pegó un brinco del susto.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Perdón, no quería asustarte —el uniforme de la empresa de limpieza le dio sentido a aquella aparición tan inquietante. —No pasa nada.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Me quedé dos urinarios más allá de él, visualizándole en mi cabeza. La piel morena y suave delataba sus orígenes asiáticos, seguramente de Filipinas o Malasia. De la cara apenas me dio tiempo a ver sus ojos rasgados y la pequeña nariz tímida, que apenas se atrevía a dibujar su perfil. La diferencia de altura era considerable, debía sacarle por lo menos diez centímetros. La constitución recia de un oficinista vago como yo tampoco destacaba mucho al lado de un cuerpo tan atlético. Me preguntaba si haría deporte o se mantendría así sin esfuerzo.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Supongo que Pilar está enferma y por eso te han mandado a ti —el intento de conversar sonó patético y desesperado.</div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
—No sé, a mí me ha mandado la agencia y no tengo ni idea —su español era bueno, aunque denotaba cierta inseguridad en sus palabras. Aproveché para mirarle fíjamente.</div>
</div>
<div>
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<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
—Claro, me imagino que no la conocerás. </div>
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<br />
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Apenas era un chaval de veintipocos. El corazón se me desbocó, latiendo incontrolado y bombeando sangre exaltada en el recuerdo de aquellos labios carnosos que se habían clavado en mi retina. El silencio del servicio se convirtió en lenguaje secreto. Ninguno meaba. Nadie podía molestar. No sabría calcular el tiempo que llevábamos callados, con nuestras pollas en la mano. Disimulé cuánto se había acelerado mi respiración, aunque las piernas empezaron a temblar traidoras de mi apariencia de calma. Giré lentamente la cabeza hasta ver su miembro acunado entre los dedos, como a la espera de una señal. Con un gesto le pedí que se acercase, la adrenalina me había dominado por completo dándome la seguridad de la que siempre carecía.</div>
</div>
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<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se acercó con pasos lentos mientras terminaba de empalmarse. El glande era del mismo color que sus labios e incluso más apetitoso. Lancé una mano, hambrienta de su piel, hasta alcanzar una gota diminuta de semen que se escapaba juguetona de la cárcel de sus testículos. Con un dedo fui bajando hasta alzanzar la suavidad depilada de sus partes más íntimas, albergándolas en mi mano, dejando su calor penetrar a través de mi palma. Sus labios se apoderaron de mis instintos, imponiendo rendición ante ellos cual náufrago desorientado. A ciegas, sin ser capaz aún de separarme de su boca, reconocí su mano agarrándome la polla, que palpitaba como un globo a punto de explotar.</div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div>
<div style="text-align: justify;">
Los dedos más aventureros se perdían entre sus nalgas mientras mis labios seguían imantados a los suyos. El aire invadió mis pulmones bruscamente al separarnos, llenando el vacío inmediato que dejó su boca. Antes de poder exhalar de nuevo, noté cómo su lengua jugaba con mi glande justo antes de que mi polla se perdiese entre su morro. Entró suave, como si ya conociese el camino, y profunda como una caverna. Agarrándome del culo, me impuso el ritmo del juego mientras se masturbaba, haciéndome cosquillas con las vibraciones de sus gemidos. </div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Aparté su cabeza justo a tiempo de correrme en el urinario. Él se levantó del suelo y descargó en el mismo sitio. Nos besamos de nuevo con las pollas aún palpitando del orgasmo. Después, cada uno se marchó a limpiarse en un ritual silencioso que parecía programado. En cuanto salí del servicio abandoné la oficina y caminé hasta mi piso, a pesar de la distancia. Necesitaba quemar la energía extra que me había proporcionado el encuentro.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Buen trabajo García, espero que no supusiese mucho inconveniente trabajar hasta tarde ayer —recibí la felicitación de mi jefe nada más entrar por la puerta a la mañana siguiente.</div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
—No fue para tanto —dije, excitándome sólo de recordarlo. </div>
</div>
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<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Aquel día me quedé hasta tarde sin nada que hacer, hasta descubrir a la limpiadora de regreso.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Trabajando tarde? —me preguntó Pilar.</div>
</div>
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<br /></div>
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<div style="text-align: justify;">
—No, ya me iba —contesté ocultando mi decepción. </div>
</div>
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<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No volví a verle más, pero aquel limpiador sustituto consiguió que mereciesen la pena aquellas horas extra, al igual que me hizo descubrir en el servicio de la oficina el morbo que nunca antes le había encontrado.</div>
</div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3995733897124168247.post-24205465477613314312012-02-01T13:44:00.004+01:002012-05-07T18:13:32.665+02:00Lisboa. Por Ecna Garhu.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjaVDKbMuqVvbLcD0JGPZN7ThuaNcZTl3g0CtnDaLRPZs3m0OsTQLlIr6gHIBjRKz-5gAErR1j16ujAr8IEpTO4IRyvZSoxqba0BuNrSrHtKCKcbqE3NEYxzdVogSTMhLbsRa8rnmRgjMg/s1600/Mujer+fumando.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5704151800625165570" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjaVDKbMuqVvbLcD0JGPZN7ThuaNcZTl3g0CtnDaLRPZs3m0OsTQLlIr6gHIBjRKz-5gAErR1j16ujAr8IEpTO4IRyvZSoxqba0BuNrSrHtKCKcbqE3NEYxzdVogSTMhLbsRa8rnmRgjMg/s400/Mujer+fumando.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 267px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 400px;" /></a><br />
<br /><br />
<div style="text-align: justify;">
Miradas. Hasta ahora todo se había reducido a eso. Miradas de esas que te desnudan por completo y hacen contigo lo que quieren. A veces pueden resultar hasta incómodas, y solo te queda poner media sonrisa idiota sin saber qué decir. Otras veces resultan irresistibles y te vuelves loca, buscándolas y esperando más.</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Coincidimos en el café, cada uno en una mesa. Se dirigió a mí con una conversación cualquiera. Tan bonito este hombre, interesante y… mayor para mí, divagaba mientras hablábamos. Más respetuoso y educado imposible. Con sus palabras. Porque sus miradas decían siempre otra cosa, ese primer día y en todas las incontables ocasiones que nos encontramos en el mismo lugar.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Nunca mencionamos nuestras vidas. Simplemente estábamos ahí, en apariencia solo hablando, del tiempo, sí, de la noche, una noticia… era suficiente. Como estar en casa, sin esfuerzo alguno. Pero tras la apariencia había algo más. Algo que solo sabíamos nosotros, nuestras miradas y los silencios. Con eso me parecía que bastaba, pero me equivocaba.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un día apareció acompañado, con amigos, un hermano y… su mujer. Sí, ahí estaba su esposa. Una mujer hermosa y altiva con la que mantuve una charla cinco segundos más allá del saludo. Hacía pocos días había sido fin de año y él me felicitó con un abrazo. Un poco paternalista, pero tan rico que pareció durar una eternidad. La eternidad que aparece cuando toda tu piel se eriza y reclama satisfacción. Después cada uno a su mesa, yo solamente acompañada por su mirada. Qué descaro de hombre, nunca mencionó que estaba casado. ¿Qué estoy haciendo?; y… ¿en qué estoy pensando? Quizás es el momento de dejar de venir… Bla, bla, bla, mi cabeza no se callaba. Pero mi cuerpo nunca quiso escuchar lo que mi mente decía y seguí volviendo una y otra vez, inundada de deseos insanos.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y una tarde ocurrió. No sé qué marcó la diferencia, pero ocurrió. Me levanté, crucé el café y entré en el baño. Me detuve un momento frente al espejo y lo vi aparecer en él detrás de mí. Una expresión de éxtasis en sus ojos, pero su cara impasible. Se acercó, puso su mano en mi cuello, su boca en mi pelo. Ni una palabra; con todo el derecho y sin permiso me agarró del brazo y me condujo a uno de los baños. Me besó. Me besó. Le besé. Interminablemente. Como la sed de una vida entera, que bebe sin hartura. Nuestras manos sabían lo que tenían que hacer, sin perder el tiempo. Deshaciéndonos de todo. De la soledad. De las reglas. Del mundo. Solo lo necesario entre mis piernas…</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
De despedida mi frente en su cuello descansó un momento y, con un maullido en mi interior, nos separamos. Volvimos y vestimos nuestra alma. Se acabó el descanso. De vuelta a la realidad.</div>
</div>
<div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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¿Cómo se puede renunciar a lo único que te hace sentir viva? Elijo vivir, y no necesito más que volver al café.</div>
</div>VMGBhttp://www.blogger.com/profile/02704914160724740294noreply@blogger.com0