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lunes, 20 de febrero de 2012

La desfloración de Afrodita. Por Alba Coshinaji.



Ya está el abuelo Cronos presto a abandonar el luminoso Olimpo para partir al tenebroso Tártaro. Rea, la abuela, protege el sueño del gran Titán y padre de Zeus, mi padre.

Hace unos días vino a buscarnos a nuestro lugar de exilio Hera, mi frígida madrastra. Allí estábamos hasta ese momento, placenteramente encamadas, mi madre Dione y yo, mostrándome ésta los secretos que utilizan las diosas para someter por medio del placer a dioses y a hombres. Utilizando su máscara de severidad, Hera se dirigió a nosotras observándonos a través de unos ojos que centelleaban como relámpagos de un seco verano allá en la tierra de los mortales, precisamente donde moraba Heracles, mi hermano favorito y mejor amante.

"Dione, Afrodita", nos dijo Hera, "tenéis que acompañarme al palacio de los dioses, Cronos pronto partirá para el inframundo y Zeus, vuestro esposo y padre, prefiere perder el tiempo follando con las pútridas mortales. Él debía, según las leyes que rigen sobre los dioses, iniciarte en el mundo de la divinidad", continuó la Diosa, de rostro pálido y embellecido con plumas doradas y tornasoladas de pavo real, "pero como parece no querer cumplir con su obligación real, algún otro debe hacerlo y ese solo puede ser tu abuelo Cronos". Hera me miraba mientras tanto con esa mirada penetrante que solo la erial diosa posee.

Nada más llegar a la divina morada de los dioses, Hera y mi madre me llevaron junto a mis hermanos Apolo, Heracles, Hermes y Ares, pero antes de dejarnos a solas nos advirtieron a todos severamente: "utilizad vuestras pollas y jugad para disfrutar como sólo los dioses sabemos hacer, ¿de acuerdo? Pero tú, niña", dijo Dione, "tu raja coralina ni tocarla, ¿me oyes? ¿Me oís? Esa deberás reservarla para tu proceso de iniciación, donde se te coronará con los atributos y funciones de Diosa."

Supongo que mis madres fueron a ver a Cronos y a Rea al aposento real. Mientras tanto, como niños pequeños que éramos entonces, nosotros empezamos a jugar a ser dioses adultos: al ver mis blancas tetas todos mis hermanos se habían empalmado y ahora empezaban a rodearme. En ningún momento tuve miedo; muy al contrario, sí me hizo gracia ver cómo parecían perder la compostura mientras se masturbaban a placer, aunque en ningún momento se atrevieron a contrariar la severidad de Hera: mi coño permanecería impoluto aunque babeante de deseo.

Como yo también quería disfrutar del divino juego, solicité a mis hermanos que dejaran de masturbarse: yo lo haría por ellos. Así, con mi mano izquierda cogí fuertemente la polla de Ares y con la derecha la de mi dulce y tímido Hermes. La boca la dejé para Heracles, y con movimientos sincopados subí y bajé sobre el glande de la polla del semidios. De cuando en cuando mi lengua se deslizó con suavidad sobre su diminuta minga, y mis dientes apretaron el resto del duro y erecto mástil. Mis manos tampoco dejaron de moverse, a muy buen ritmo, sobre los duros falos de mis hermanos. Yo, para ser sincera, mientras tanto ni me inmuté. Soy una Diosa y no puedo demostrar debilidad. Mis Hermanos, como dioses que son, podían permitirse mostrar berridos, lloros, risas y demás estridencias, dignos de animales inferiores. Pero, sin tardar demasiado, mi hermano Heracles evacuó en un terrible orgasmo dentro de mi boca, cerrada ésta sobre el pellejo de su órgano de placer. Un poco de su lefa se me fue hacia el otro lado, y tosí escupiendo toda la leche que su miembro había desprendido. Sin querer los puse a todos perdidos, y no se les ocurrió otra, a unos y a otros, que lamer inmediatamente, de nuevo como animales, el semen de su hermano. Yo, como ya había terminado con mi predilecto, me limité a hacer lo propio con el resto. Todas las veces, ese espectáculo que tanto me agradaba, terminó del mismo modo: cada vez que quedaban pringados, los que no habían evacuado se unían a ese blanco festín y, como yo no podía ser menos, me sumaba a ellos besándolos también en la boca, para devolverles algo del divino alimento que me habían prestado. "¿Cuándo lo repetimos?", me preguntaron tras acabar. Yo me hice la interesante, y sin perder la compostura miré hacia otro lado. Tras un breve silencio, les dije: "Pronto, Hermanos amados, pero ahora tengo que ver a nuestro anciano abuelo."


Efectivamente, Hera y mi madre Dione se acercaron en ese momento y sonrieron mientras nos dirigían unas dulces y bellas palabras: "Queridos niños, nos alegramos mucho de que hayáis sabido jugar a ser Dioses, porque eso es lo que sois. Vemos que la raja coralina de vuestra hermana no ha sido mancillada. Perfecto. Pronto, muy pronto, podréis disfrutar al completo con vuestros juguetes. Pero ahora, niña, "dijo Hera, cambiando su rostro a la severidad que le caracterizaba", acompáñanos. Deberás ver a tu abuelo Cronos y despedirte de él según manda la tradición, y ya que no se encuentra tu lujurioso padre entre nosotras, será el abuelo quien te corone con los atributos divinos antes de que parta junto a los hermanos titanes.

La Sala Real estaba bellamente iluminada, y sus paredes reflejaban divinidad en todas las direcciones. Había un olor tenue y dulzón indicando que la muerte se acercaría pronto y acogería en su seno al abuelo Cronos. Entré en la habitación mientras las esposas de Zeus se mantenían en el exterior. La bella abuela Rea me llamó enseguida con su mirada. No tuvo que abrir su boca para que yo supiera inmediatamente lo que quería decirme y lo que debería hacer a continuación: "Nieta mía, mi niña, hora es que pierdas el himen que cierra tu raja coralina. Tu coño deberá abrirse al mundo para repartir el placer por doquier a dioses y a mortales. Como manda la tradición, por estas fechas estelares debe producirse tu divina coronación, pero el despistado de tu padre anda follando con las mortales, y quizá también con algunos varones, pues él no hace distingo entre agujeros, ni si son estos anteriores o posteriores. El caso es que él se lo pierde. Quizá pueda encontrarse hastiado de joder con dioses y diosas. Sea lo que sea, mi amada niña, es por ello que le toca ese honor a tu moribundo abuelo. Ya está pronto a partir", dijo Rea, "no sé si será capaz de cumplir con su divino cometido."

Cronos entreabrió sus profundos ojos que parecían mirar más al otro mundo que a éste, y con su mente, pues sus cuerdas vocales ya no le funcionaban, me dijo: "Niña, mi niña, cuánto tiempo hace que marchasteis hacia el exilio Dione y tú. Ven y abraza a tu abuelo, que mucho te quiere, antes de que parta." A esto, Rea le dijo a Cronos que no podíamos demorarnos más, puesto que pasaría la hora sagrada y mi coronación ya no sería posible por eones de tiempo. Y eso era muy serio, pues impediría que hubiese sexo en el futuro entre hombres y dioses, dioses y dioses u hombres y hombres. El abuelo dio un grito sonoro que seguro llegó hasta los confines de las otras esferas. Nunca supuse que un dios moribundo podría dejar escapar semejante grito de guerra, pero yo, joven Afrodita, no tuve miedo, pues sabía que la obligación para conmigo de parte del abuelo estaba cargada de profundo y sincero amor divino. Entonces el abuelo Cronos me contó que siempre le habían acompañado dos bellos demonios, uno macho y otro hembra, y que en sus sueños el macho le daba por el culo y la hembra le ofrecía su roja y grasienta gruta vaginal, hasta que a base de tiempo, por algo él se llama Cronos, su gigantesco pene erecto explosionaba con furor soltando toda su carga de leche divina, haciendo germinar así la vida por todo el Universo. El abuelo también me dijo que ahora esa energía estaba prácticamente agotada, y por esa razón debería regresar al Tártaro a hacer compañía a sus hermanos. Zeus, mi Padre, sería el Rey de los Dioses, pero no quería que fuese el poseedor de esos divinos demonios que daban la vida por doquier. Él no lo merecía… Pero mientras atendía a su historia, trabajo me costó que la gigantesca y flácida polla del dios se elevara a modo de un mástil de barco real: usé las manos para friccionar el nervudo y venoso órgano reproductor. Besé con suavidad y amor el glande y su pequeña raja. Pasé la lengua con húmedos giros elípticos por toda su extensión y puedo asegurar que no era pequeña. La abuela Rea permaneció en la estancia vigilando que todo el proceso saliese siguiendo el ritual establecido. Con fuerza pellizqué repetidamente los inmensos cojones de Cronos. De repente, como un muerto que se levantara repentinamente de la tumba, la monstruosa y gigantesca polla del dios se erigió como un miembro que uniese a las estrellas del cosmos. Los quejidos del abuelo eran estremecedores. Yo sabía que en el proceso se destruirían y se crearían nuevas galaxias y estrellas; muchos mundos darían a luz a nuevas criaturas; otros muchos las devorarían.

No sin algo de esfuerzo, siguiendo las instrucciones mentales de la abuela, escalé el tremendo pene hasta sentarme a horcajadas sobre él. Mi raja coralina, al contacto con el inmenso glande, se abrió hasta transformarse en el divino coño que en realidad era. Ni la polla encogió ni mi coño creció, pero como solamente los dioses sabemos hacer, se produjo la penetración al tiempo que mi redondo agujero del culo y mis nalgas tocaban los huevos del abuelo con un suave movimiento de vaivén que llegó a producir oscilaciones sobre toda la Creación. Entonces pude ver cómo los demonios del abuelo Cronos pasaban hasta mí, y supe que a partir de ese momento estaría en una permanente jodienda por los dos lados: el bello demonio moreno me penetraría el coño por toda la eternidad, mientras la rubia diablesa metería su puño en mi culo también para siempre, restregando cada vez que lo hiciera su etéreo cuerpo contra el mío blanco. En ese momento el abuelo evacuó su semen y todo mi Ser absorbió su furia creadora. Su erecto mástil perdió rápidamente rigidez hasta volver a su tamaño original, que aún así no era pequeño.

Pasados unos segundos, la abuela Rea me confirmó lo que yo ya sabía: Cronos había partido al Tártaro para acompañar a sus hermanos titanes. Sin más, aún sin haber descabalgado de la polla del abuelo, besé con todo mi amor el cadáver del dios. Después retiré su ya blando órgano reproductor y me dirigí a la salida observando un gesto de aprobación por parte de mi anciana y bella abuela. Abriendo las puertas de par en par, mostré a todos mi cuerpo desnudo sin ningún tipo de pudor, incluso a Zeus, mi padre, que en ese momento había llegado de joder en la Tierra, vete a saber con quién. Mi coño soltaba todavía mi flujo y el esperma de Cronos, y dejaba un abundante reguero sobre el suelo del sagrado Olimpo. Hasta el último de los allí presentes se arrodilló ante mí, incluso Zeus, mi padre, como Rea, mi abuela y esposa del dios fallecido. Hasta el último de ellos me miraba con lascivia e impudor. Yo sonreí y alcé la voz: "¿A QUÉ ESPERAMOS?" Avancé hacia los dioses y ellos avanzaron hacia mí, juntándonos finalmente en un furioso torbellino creador-destructor.

La Orgía en realidad nadie sabe cuándo comenzó, pero gracias al dios Cronos aún no ha terminado. Yo, Afrodita, y mis insaciables demonios, vagamos desde entonces a través del cosmos ofreciendo amor, sensualidad y placer. Cronos, además, había hecho posible que la humanidad mortal tuviese acceso a mis encantos, y por ello soy la única diosa que no pido nada a cambio mientras ofrezco a mortales e inmortales mi cuerpo. Y según todo esto tiene lugar, la vida va floreciendo en mi seno repartiéndose por todo el Universo. Ese es el motivo, les digo a mis hermanos y le recalco aún más a mi favorito Heracles, por el cual los demonios de Cronos no me dejan un solo momento en paz: una paz que no quiero, pues la lascivia y el erotismo es precisamente lo que nos mantiene vivos a todos.

Y ahora ya no me queda más que deciros a todos, mortales e inmortales, que ésta es la auténtica historia de la desfloración de Afrodita. Fue el amor del abuelo quien suplió la insensatez de mi padre. Quizá es por dicha causa que el tiempo siga transcurriendo por siempre en toda la creación.

Que lo folléis bien.

Palabras de Afrodita, la Diosa del Amor.

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