El loft era una prisión en la que los diez se movían como brújulas de carne y hambre, una flor rara y abierta en diez pétalos que se enroscaban y giraban y compartían y replicaban fluidos, fluyendo ellos mismos también de los dos minutos a los tres, de los tres a los siete y así instituyendo la orgía que debería ser la escena final, la corrida a coro que culminase aquella producción directa a Internet, pornografía trabada en la lente y, en sus márgenes, los trazos de cinta aislante en el parqué, las marcas para los operarios de las cámaras y los técnicos de iluminación y sonido que dotasen a la luz y el aire del decorado de esa textura de queso fundido que untaba a los dos actores principales, conspicuos, bien dotados, mazacotes plásticos, animales de pesa, y a las ocho estrellas rutilantes que eran las verdaderas protagonistas del día, y ahora Anastasia, la flacucha y elástica Anastasia, olvidaba su motivación, o quizá se dejaba llevar por ella, al lanzarse a abrir con ambas manos los cachetes del trasero de Tony Thunders, que estaba follándose a Zindy al estilo perro sobre la cheslón a su derecha, y una vez dejado el ano a la vista se dedicó a lamerlo en círculos, la punta de su lengua colándose dentro, explorando un confín que daba genial en pantalla, como Claw estaba lamiendo a Samoa D, tumbada bocabajo en el suelo, sus enormes tetas de silicona asomando por los flancos, cediendo al peso, y Samoa D se mordisqueaba el labio superior, como mandaba el director, y lanzaba una mirada entrecerrada hacia la silla de comedor en la que Hecuba cabalgaba a Furio X, gemía, lanzaba algún gritito y el hombre, en un alarde gimnástico, la alzaba en volandas y le daba la vuelta, sin salir de ella, haciéndola pivotar sobre el glande e invirtiendo la postura, agarrándola por el pelo y obligándola a doblarse hacia delante hasta formar un caballete, despegando el culo de la silla y hundiéndole la verga hondo, cinco veces, nueve veces, sacudiendo las caderas duro para que quedase irrefutablemente captada la longitud exacta de su miembro y cuánto de éste se enfundaba en la chica con cada acometida, y Anastasia restregaba la cara entre las nalgas de Tony Thunders y buscaba a tientas hasta dar con uno de los muslos de Zindy, y Zindy se sacudió en un escalofrío, tomó aliento, lo retuvo en los pulmones y lo expulsó cuando Tony ya no pudo más y se retrajo y se sentó sobre la nariz de Anastasia, que abrió mucho, mucho la boca para que le cupiesen los dos testículos hinchados del actor.
Encerrados los diez en el pulso regular con el que gracias a ellos batía la porción de loft dentro de encuadre, macerando, dotando de sentido a su compartida celda cerúlea por el almizcle derivado de las contorsiones, del encajar y desencajar y deslizarse y escabullirse, partes móviles de un altar inmundo y mecánico, según las consignas que desde una esquina sugería el director, partes móviles supeditadas al cerebro de la bestia de diez proverbiales espaldas que estaban ejecutando aquella última escena, coños, pollas, tetas, culos, rostros como máscaras de la interrupción de la cordura, ángulos de torsión de la espalda, y aleluya cuando Queral y Samoa D se enzarzaron en una tijereta lésbica y sincronizaron sus mohines, y Flaxx rasgó en dos su tanga de látex y se apalancó en el sofá, la coronilla tocando el parqué y las piernas desplegadas sobre el respaldo, para que Furio X se contorsionase sobre ella en cuclillas y la penetrase en movimientos de ascenso y descenso, ascenso y descenso, y Hecuba se fue a por Taylor Muff, que acababa de meter el puño hasta la muñeca dentro de Anastasia, y le pellizcó los pezones y se besaron, enrocándose, y con un teatral sonido de descorche la verga de Tony Thunders cambió la O mayúscula en las tragaderas de Anastasia por la O mayúscula en las de Hecuba, y Queral y Samoa D llegaron a un punto, juntas, que se parecía lo suficiente a un orgasmo como para que pasase por tal, perfectamente engrasadas en la maquinaria de la orgía, en la lógica binaria de los sistemas a dúo, trío y cuarteto del sueño húmedo codificado en la memoria digital de las filmadoras, y, hecho esto, Queral devolvió a Samoa D a Claw, que había estado masturbándose al compás de ambas y ahora alcanzaba su cúspide también y bañaba a la instantáneamente recuperada Samoa D con una eyaculación femenina en arco, y Samoa D se restregó la secreción transparente y pegajosa por esas mamas suyas tan grandes como su cabeza.
Y ahora Taylor Muff, enrojecida de sicalipsis su característica piel del color del almidón de maíz, abofeteaba a Anastasia, que le pedía más, por favor, más, que se estaba yendo, más, por favor, y ahora Claw se turnaba con Zindy y Flaxx para babear la ingle de Tony Thunders con el producto lechoso de las arcadas que les provocaba el hombre al taladrarles alternativamente la garganta, y ahora Queral y Samoa D se toqueteaban y arrastraban los pies despacio, tropezando, hasta el sofá, donde ahora era Furio X quien se follaba a lo perro a Hecuba, en un anal épico con el que dos de las tres cámaras se conjugaron en un zigzag de zoom abierto y zoom cerrado, hasta que Furio X se derramó dentro, y Queral y Samoa D se arrodillaron al borde del sofá y Furio X dio dos pasos atrás y Hecuba apretó el esfínter para que el esperma del actor manase de ella en una fina cascada de perlas sobre los entrecejos de las otras dos.
El par dinámico de la escena, establecido por los protocolos de la industria y refrendado por el caché de los actores, dejaba a Zindy y Flaxx recostadas como odaliscas y sacudiendo la polla de Tony Thunders, expectantes como a una milésima de segundo antes de una demolición controlada, y el resto de elementos compositivos, ya derrumbados, dejaron de existir para la lente, si bien aún se intuía la presencia fuera de cuadro de Anastasia, que embocaba con un quejido un clímax del todo auténtico, y Zindy y Flaxx sacudían y sonreían y sacudían y Tony Thunders ponía los brazos en jarras, y entonces la puerta del loft se abrió, dejando entrar una corriente fría y extática, un reflujo de azules sinestésicos móviles que agitaron la atmósfera del decorado poniendo en pausa toda acción, directriz y pensamiento, y tras la carga de iones que erizó el vello de los diez entró aquel al que llamaban el Pony Blanco, tan desnudo como ellos y bamboleando sus veinte centímetros de pene curvado por la enfermedad de La Peyronie, caminando resuelto a lo largo de aquel espacio de tiempo detenido, un Príncipe Azul del reflujo de iones, una corriente de músculos como tallados en madera, tendón y sangre tamborileando en todas las sienes a la vez, y el Pony Blanco se detuvo frente a Anastasia, once en pausa un momento, once respiraciones contenidas, dos momentos, tres momentos, y el Pony Blanco se agachó y miró a Anastasia a los ojos, la flacucha y elástica y galvánica Anastasia, que se había congelado pinzándose el clítoris con dos dedos, y entre ella y Él se instaló un efecto de retroalimentación que no podía leerse, ni siquiera la cámara podía, como sola y únicamente sexo, hubo un destello, ternura, piedad, compasión, inteligencia, piedad, ternura, compasión, el Pony Blanco besó a Anastasia en la frente, un beso de predicador, de predicador de vida, piedad, ternura, inteligencia y vida, que invalidaba la película entera.
¿Alguna vez dejará de sorprendernos este autor? Se mire como se mire, es un crack...
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