La primera boca que besa la de Naima huele a alcohol y a tarta de queso. La invade sin preguntar, sin que ella lo espere. Sin embargo, ella le deja hacer. No es un beso agradable. Él es brusco, empuja con la lengua como si quisiera alcanzar el intestino y le araña con los dientes. El hombre se aparta de la boca de Naima y le introduce dos dedos humedecidos con saliva en la vagina, y lo hace del mismo modo, sin atención, sin modales. Apenas unos segundos después, él le da la vuelta, y así, de espaldas, la empuja para que incline el tronco sobre una mesa. Entonces retira los dedos y le introduce el pene. Él es rápido y violento, y enseguida empieza a moverse. Los empellones tienen el sabor de las frases amargas. Y Naima le deja hacer, y gime, aunque no sabe por qué ni por quién.
Naima descansa en un sillón. Mira a una chica morena de pelo corto que gime de una manera mecánica, da igual quién la posea, cómo lo haga y cómo tenga el pene. Hay uno que solo quiere hablar. Se acerca a Naima y le hace mil preguntas: ¿Cuántas pollas has tenido en tu cuerpo al mismo tiempo? ¿Te lo has tragado? ¿A qué sabe? ¿Por detrás te gusta tanto como por delante? ¿Te lo montas con tías? ¿Te gusta que te sujeten con cuerdas? ¿Has cobrado alguna vez, aunque solo sea por saber qué se siente al hacerlo por dinero? Naima no responde y él se marcha llamándola cerda, una y otra vez. Eres una cerda, como esa que chilla, seguro que tampoco te importaría que te la estuvieran metiendo toda la noche.
Los que tienen principios y reglas morales y dedos con los que señalar también tienen la polla dentro de Naima y las que llaman putas a las que no siguen sus normas y principios tienen la lengua en los pechos de Naima y los que son celosos y las que son celosas esa noche lo toman todo como un juego que durará hasta el amanecer y los que dicen oh-querida-no sabes lo elegante que estás y las que dicen oh-querido-me gusta tu saber estar se propinan azotes y se lamen el culo y la única que duerme dentro de sí es Naima, y las pollas se deslizan una tras otra dentro de ella y diferentes manos la palpan como si su piel fuera un trofeo y a Naima le da igual porque hace rato que se acurruca dentro de sí y ha retrocedido en el tiempo y se ha convertido en aquella adolescente que se llevaba una mano a la ingle con timidez y soñaba con los dedos de mil chicos recorriéndola incansablemente mientras una luna blanca y más que blanca la miraba y se reía.
Una vez una chica vino a mi tienda y me dijo que lo haría conmigo por veinte euros, y yo le respondí que no. Veinte me parecía mucho. Le dije que por un plato de patatas con huevos. ¿Y sabes lo que respondió la chavala? Qué bien me conoces. Eso me soltó: qué bien me conoces. El hombre que cuenta esa historia deja de hablar y gime. Luego Naima se aparta de su entrepierna. La pelirroja tiene hinchado el interior de los labios. Dile al siguiente que no se acerque a mi boca, dice ella.
Uno de ellos sale del piso y se acerca a un pub cercano, lo único que hay abierto a esas horas. Entra a pedir hielo. Es para una fiesta, se nos ha terminado, dice. Mientras uno de los camareros llena una bolsa de plástico con cubitos, el otro escucha su chascarrillo: cómo le ha metido la polla dos veces a una tal Naima y cómo va a intentarlo una tercera vez, en cuanto beba algo y recupere fuerzas. ¿Cómo es?, pregunta el camarero. ¿Quién? Esa Naima. No sé, una zorra. ¿Es pelirroja? Yo qué sé, ¿tú crees que me fijo en el pelo?, si quieres te describo el coño. El camarero se quita el delantal y sale del mostrador. ¿Puedo acompañarle?, pregunta. El otro le mira muy serio durante un par de segundos, pero enseguida rompe a reír y se dobla y tose. Claro que puedes, esa tiene para todos. Entran en el piso y el camarero busca en las habitaciones hasta dar con Naima. Encima de ella hay un hombre muy obeso. Su carne hace un extraño ruido de acordeón al golpear el culo de la pelirroja. El camarero sujeta al hombre gordo por el cuello y tira de él hacia atrás, hasta sentarlo, y a continuación le da una patada en el tórax que le corta la respiración. Luego coge a Naima en brazos y echa a andar. La pelirroja tiene los ojos cerrados, como si durmiera, y se deja conducir. Alguien se le acerca y le pregunta qué hace, pero recibe una patada en la ingle y se dobla y se calla. Y Ángel sale con Naima de aquel piso.
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