Traducir página y relato

miércoles, 25 de enero de 2012

Ley y moral. Por Víctor Miguel Gallardo Barragán.




Casi no hemos tocado las cervezas. Nos miramos a los ojos, con la confesión todavía flotando entre nosotros. Me sostienes la mirada un segundo, después ladeas la cabeza, fijas tu atención en un lateral y sonríes. ¿Acaso no esperabas escuchar algún día lo que te he dicho? Porque yo sí, yo había imaginado mil veces tus palabras. Tal vez no así, tal vez de mil maneras distintas aunque parecidas.


No me importa. Has dejado tu mano demasiado cerca de la mía, sobre la mesa, junto a las aceitunas, y yo me apresuro a tocarte. Tú no te mueves, te limitas a dedicarme esa mirada tuya de “no lo hagas, pero sigue”, y yo te obedezco y jugueteo con tus uñas y tus nudillos, y digo algo que enseguida olvido y que puede significar cualquier cosa, desde un “te quise para mí desde que te vi” a un “sólo quiero follarte una vez”. Ya hemos roto la barrera, y ya sabemos, aunque asistamos incrédulos a este simulacro de representación teatral mal dramatizada, que lo hemos jodido todo, que pase lo que pase acabamos de cambiar las reglas del juego, a peor. Será imposible volver a quedar, alegremente, como dos amigos que quieren compartir unas cervezas y un rato de charla, sin más. Ya no podré volver a llamarte sin ningún motivo en concreto, sólo esperando escuchar tu voz, haciendo bromas estúpidas sobre el tiempo que hemos pasado sin vernos, sobre las borracheras que nos debemos. Sobrará todo, en especial las preguntas sobre tu chico, el trabajo de tu chico, el coche de tu chico, la afición al aeromodelismo de tu chico, que maldita sea lo que me importaba, importa e importará. Tú tampoco podrás preguntarme en el futuro por mi novia, sería igual de cruel, de innecesario, de hipócrita, ahora que has abierto la boca, envalentonada por mis palabras, para martillear mi cabeza con frases que no olvidaré hasta la tumba.


Si las cosas fueran distintas dices, y yo asiento y trago saliva. Si las cosas fueran distintas, pequeñaja, yo ahora estaría de pie, levantándote en volandas, en vez de estar aquí sentado con la lengua rígida y la mano derecha sobre tu izquierda. Noto la erección que llega y río mentalmente, porque si las cosas fueran distintas te estaría empujando al callejón que hay tras el bar. Conozco un portal tan oscuro como todos los deseos que he ahogado desde que te conocí. Tiene la cerradura rota, tan rota como mi estómago ahora mismo, tras ella podríamos tocarnos a destiempo y de la manera más torpe que se nos ocurriera hasta aburrirnos de su penumbra. Allí yo podría morder tu lengua y tú podrías abrazar mi cuello.


Si las cosas fueran distintas, claro.


Son cosas que pasan y la manida frase sale, por fin, de mi boca, y no me arrepiento porque, por una puta vez, es la verdad. Son cosas que pasan, pero igual estoy loco por tus hombros, y por tu pelo, y por la graciosa forma que tienes de doblar la nariz cuando te gasto bromas de mal gusto. Tu manera de hablar, tu acento, me provoca, se me aparece en sueños una voz con distinto timbre pero gemela a la tuya que me genera certeras pasiones que mojan mis sábanas de cuando en cuando.


Miro tu cuello, y luego tu boca. Y me quedo ahí un instante, fija la vista en la transición entre tus labios y tus dientes, tu lengua apareciendo y ocultándose cada poco. Vuelvo a tu cuello moreno, e imagino lamerlo, besarlo, morderlo, en tardes de siesta o madrugadas de insomnio, ebrios tras tanto tiempo de forzada distancia y sexo con otras personas. Mi mano sigue acariciándote, y tú me devuelves el roce. Nos sudan las palmas, y la humedad se mezcla, se convierte en algo íntimo que nos une más de lo que jamás hemos estado.


No sabemos lo que pasará mañana murmuras, y sonrío para mis adentros. Qué estupidez plena el confiar en que un cataclismo nos arrancará de nuestras cómodas posiciones, de nuestras vidas planificadas milimétricamente, para arrojarnos a los brazos del otro, a una vida en común con pequeños hijos morenos de ojos claros revoloteando alrededor de un perro grande y tonto, tú haciéndome café por las mañanas, yo llamando desde el trabajo para dejarte mensajes subidos de tono en el buzón de voz de tu teléfono. Vacaciones en la montaña con los cuñados, paseos en bicicleta por la ribera del Genil, tardes de cine y palomitas, facetas de un futuro juntos que, lo sabes de sobra, no va a llegar. No al menos si seguimos aquí sentados, mano sobre mano, esquivándonos las miradas de una forma más evidente cada segundo que pasa, cada vez más presentes las fantasmales figuras de nuestras respectivas parejas en los asientos libres de esta terraza de verano.


—Yo sólo sé que no quiero morir sin besarte y me maldigo por ser brutalmente sincero, tanto que retiras la mano y abres la boca sin emitir sonido alguno; y sé al instante que tú también lo has pensado, no ahora, sino docenas de veces antes, y que sabes de sobra que son cosas que pasan, sí, y que si todo fuera distinto ya nos habríamos besado mil veces antes de ahora, mi lengua conocería tus caderas y tu ombligo, y mis dedos no ansiarían explorar por primera vez tu sexo y subir a mi boca después para poder saborearte.


Casi no hemos tocado las cervezas. El plato de las aceitunas está virgen, tanto como nuestros pensamientos al sentarnos a la mesa, hace veinte minutos. Ya ni recuerdo quién sacó el tema de las oportunidades perdidas, de lo que pudo ser y no será; posiblemente fui yo, pero asisto incrédulo al final de la escena, a tu mutis por el foro, cuando te levantas y te despides, con tu voz sonando a algo que está a medio camino entre un “hasta luego” y un “hasta nunca”.


Estoy convencido de que todavía te veré mil veces más. Y también de que no te tendré jamás más que en mis pensamientos o en los tuyos.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado muchísimo. Me encanta la forma en que está escrito y me toca mucho el tema, los amores imposibles es algo que me ha dado mucho juego (escribiendo se entiende) y que supongo, seguirá dando ya que es el pan nuestro de cada día. Tiene ese punto carnal, real y sensual, que lo adereza en su justa medida. Enhorambuena.

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  2. Muchísimas gracias por tus palabras, Edén. Creo que es un texto con el que se pueden sentir identificados muchos. ¿Quién no tiene alguna espinita clavada?

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