Traducir página y relato

miércoles, 11 de enero de 2012

Secuestro pactado. Por Noelia Martín Montalbán.



—¿Un secuestro? De acuerdo, pero sólo seré la víctima si nos repartimos el botín. A medias —le dije.

—Trato hecho. Aún habremos de esperar unos cuantos días más. Te mantendré sobre aviso. Estate atenta al teléfono.

Con estas palabras nos despedimos. La idea del futuro crimen me rondaba en la cabeza. No iba a ser la autora, ni la instigadora, simplemente la cómplice, la supuesta damnificada. Pero lo único que me interesaba era sacarle la pasta a ese viejo seboso casado y con dos hijos que me quería a toda costa como amante. No sé qué pasa con los gordos millonarios, pero pierden la cabeza por las chicas del cabaret.

—¿Harías lo que fuese por mí? —le pregunté melosa antes de subir al escenario.

—Lo que fuese, con tal de tenerte, gatita.

—Me impresionan sobre todo los actos heroicos. Si corriese peligro, ¿serías capaz de salvarme fuese cual fuese el precio?

—¿Acaso lo dudas?  —dijo fervoroso, y expulsó una bocanada de su aliento fétido sobre mi cara, situada a pocos centímetros. Le sonreí inocentemente.

—Es la hora de mi número... ¡hasta la vista!

Me alejé sin darle más que promesas, como siempre. ¡Ja! Se lo había tragado, el muy bobo se había inflado como un pavo. El pobrecillo no sabía que tenía tratos con la mafia. Tampoco que pretendíamos engañarle. El plan no había salido de un día para otro. Habían hecho falta meses para asegurarme que podía confiar en mi aliado lo suficiente para embarcarme en una misión de tal envergadura, para asegurarme de que el plan estaba bien estudiado y era factible. Estaba dispuesta a correr el riesgo con aquel tipo, pese a que sólo conocía su apodo, “Nighthawk”. La sed de aventura es, si cabe, más fuerte que la sed de alcohol durante la Ley Seca.

El día llegó. Me puse el liguero, aseguré la Colt a mi muslo y dejé caer mi vestido. Me abrigué y salí a la calle. Pese a ser principios de mayo, todavía hacía frío, y más de noche. Seguí exactamente la misma ruta que de costumbre para acudir a mi trabajo. Hacía tiempo que me había prevenido de variaciones en el camino, para que pareciese fácil seguirme el rastro...

La noche era tranquila y las calles estaban poco concurridas. Cuantos menos ojos nos viesen, mejor. De pronto, cerca del lugar convenido, vi su Cadillac v16 aparcado. Él estaba dentro. Me guiñó un ojo justo antes de salir de él, agarrarme con fuerza y arrojarme sobre el asiento del copiloto. Huímos precipitadamente ante la atónita mirada de los pocos testigos que contemplaron la escena.

Una vez dentro del vehículo me despojé de mi abrigo. El bolso lo había dejado caer para que encontrasen mis documentos. Llevaba un par de billetes junto a mi piel, bajo mi pistola. No necesitaba nada más. El conductor me sonrió y acarició mi pierna. Era un hombre atractivo y de pelo negro, cercano a los 30, alto y musculoso, con una cara de bueno y una voz de chiquillo que engañarían a cualquiera. Pero era un mafioso, un delincuente, un traficante, y tenía las manos manchadas de sangre. Era lo más parecido a un guerrero antiguo que se puede encontrar en estos tiempos donde la mayoría son unos blandos.

La adrenalina producida por la fuga y las sirenas de la policía que sonaban a lo lejos me aceleraba el pulso, pero no sólo eso. Con la velocidad que llevábamos, las curvas juntaban nuestros cuerpos y nuestras miradas se cruzaban. Me sonrió y apoyó una mano en mi muslo mientras que con la otra dirigía su coche. Me puse tensa y miré a la carretera.

—No te preocupes, preciosa. Puedo conducir perfectamente de esta manera. Simplemente disfruta del paseo.

—¿Alguna idea para conseguirlo?

Se puso a trastear con mi liguero y con la rejilla de mis medias. Era un juego, un anticipo, y estaba consiguiendo que me ardiese la sangre. Cuando paramos, me atrajo con firmeza y me besó apasionadamente. Me sacó en brazos y me empotró contra la pared con su boca enlazada a la mía y mis piernas entorno a su cintura. Mi vestido crujió y se desgarró. Me dio lo mismo. En cuanto volví a estar en el suelo, le agarré y le estampé contra un buzón. Él tembló ligeramente y se le escapó un rugido.

—Entremos dentro.

Me llevó de la cintura hacia su refugio, un lugar pequeño en los suburbios, dotado del mobiliario justo y con una habitación destinada a almacenar cajas de alcohol. Acercó el dedo a sus labios para pedirme que guardara silencio y llamó al ricachón para decirle que me tenía y exigirle una suma por devolverme sana y salva. Después sacó una botella y un par de vasos. Me sentó de lado sobre sus fornidas piernas y brindamos por el éxito de nuestra empresa. Era ron, y del mejor que había probado hasta entonces. Nos emborrachamos mientras el alcohol se mezclaba en nuestras bocas, nuestras manos hacían de las suyas, nuestros dientes se clavaban en nuestros cuellos y sus musculosos brazos me apretaban contra su cuerpo.

Después me derribó y empezamos a arrancarnos la ropa. Mis dedos notaron alguna cicatriz mientras recorrían su ancha espalda y arrastraban sus uñas por ella. “¿Tipo duro, eh?”. Forcejeamos durante un rato, en distintas posiciones, mirandonos implacablemente a los ojos, imponiendo el control el uno sobre el otro hasta que llegamos al clímax.

—Parece que hace falta que te secuestren para tener un polvo salvaje  —le susurré.

Él rió y me acurrucó encima suyo. Deslizó su palma por mi espalda, volvió a besarme y nos dedicamos unas cuantas carantoñas. Tras cambiar unas palabras nos dormimos. El mafioso, el rufián, el tipo duro, me tenía apretada contra su pecho y descansaba plácidamente. Parecía mucho menos peligroso en aquella situación, no me imaginaba que un asesino fuese tan cariñoso, la verdad. En duermevela, notaba su calidez, su respiración calmada, el cuerpo fuerte y firme en el que estaba apoyada. “Esto sí que es un hombre”.

Abrí los ojos. Vi mi arma sobre su mesilla, al alcance de mi mano, y a él que me sostenía con su brazo y dormitaba ajeno a cuanto pasaba a su alrededor, en una posición completamente vulnerable. ¡Qué inconsciente! Podría cargármelo sin que llegara a enterarse jamás, a él, a un tipo peligroso y buscado por la policía en varios estados. Podría... me erguí levemente y le miré.

—Pero los dos sabemos que no lo voy a hacer, ¿eh gatito?  —le dije con un hilo de voz antes de rozar suavemente mis labios con los suyos y dejarme caer sobre él.

Horas después sonó el teléfono. Era mi incauto admirador, que se ofrecía para llevar la pasta al lugar que le pidiese. Me vestí con pereza, sí que se había dado prisa...

—Debemos irnos, nena. No me apetece en absoluto, pero el trabajo es el trabajo  —le miré y asentí.

Subí al Cadillac con mi captor y nos encaminamos al lugar de la cita. Nos besamos antes de bajar del coche. Allí estaba el gordinflón con la maleta, completamente sólo. Nighthawk me apuntaba a la sien con su pistola. Puro teatro. Era necesario para que colara, pero el brazo que rodeaba mi cintura era más el brazo de un amante que el de alguien dispuesto a volarme la tapa de los sesos. La transacción se consumó y él me liberó. Fingí unas lágrimas y corrí a abrazar a mi rescatador. Está claro que no le permití llegar más allá, era simplemente un peón en mi plan. Me giré para ver cómo se alejaba el coche, perseguido por las sirenas de la policía. Conseguiría escapar. Seguro.

Ahora leo las noticias de mi secuestro y tengo en mi poder mi parte del botín, así como el sabor del ron que compartimos. Fue una buena noche, realmente buena. Estos mafiosos, ya se sabe, son tramposos con el juego y las mujeres. También son como el viento, vienen y van, pero si tengo ocasión, le diré: los besos son como las balas de mi Colt, silenciosos y letales; como ellas, se clavan, muerden y abrasan, dejan huella y roban el alma... así que, si estás dispuesto a acercarte a mí lo suficiente, los usaré para matarte... otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...