Traducir página y relato

lunes, 23 de enero de 2012

Relativo. Por Ekaitz Ortega.





A


Cuando apareciste me extinguí, dejé de ser yo para convertirme en una extensión de ti. Es duro desaparecer. Hay dos clases de amor: el de quiero cambiarte y el de desaparecería por ti. Ya sé en cuál me convertiré. Te miro… no sé. Me basta con mirarte.


A+P


Me acerco por detrás cuando estás haciendo cosas y te bajo los pantalones mientras aprietas los omóplatos contra mi pecho y levantas el talón izquierdo para que tu culo sea más respingón. Luego caen tus bragas. Te agarro las caderas mientras jugueteo con mi glande en la entrada de tus aberturas, haciéndote dudar del camino que escogeré. Te beso y muerdo el cuello hasta que respiras fuerte y noto la humedad sobre mi polla. Entonces te penetro y paso una mano para manosearte y notar cómo aumenta de tamaño tu clítoris mientras, con la otra, te sujeto con fuerza para que no caigas cuando te empiecen a temblar las piernas. A veces aplasto tus pechos, en otras sólo te rodeo. Sé que no siempre te corres, yo tampoco. Cuando acabamos nos tumbamos en cualquier sofá y nos besamos tranquilamente mientras nuestra respiración se calma. Acaricio tu espalda, te quiero. Tus besos saben cómo nada en el mundo.


P


La elegí por los ríos de humedad que resbalaban por el interior de sus muslos. Durante los años anteriores estuve saliendo todas las semanas con intención de encontrar a la mujer perfecta. Nunca fui un conformista. Si encontraba algo que no me gustase, las dejaba al momento. Vale, admito que tampoco tengo demasiada paciencia. ¿Pero sabes qué? Me lo puedo permitir.

Recuerdo que por aquella época no hacía más que salir por la zona vieja de la ciudad. Iba con mis amigos hasta medianoche y después me separaba para ir de caza. Me metía en los bares llenos de gente, tomaba una cerveza, miraba con fijeza a una chica y, cuando se percataba de mi presencia, observaba su reacción y decidía si iba hacia ella o buscaba a otra. A veces eran ellas las que me asaltaban y todo era más sencillo. Solíamos acabar en mi casa. Dependiendo de sus características me proponía una fantasía a cumplir. Paso del explorador y la rutina del abrazo posterior mientras nos dormimos.

Tengo aquí arriba apuntados mis éxitos, no olvido nada. Morena, con flequillo, ojos alargados y muy pintados, labios grandes, según entramos en casa la aplasté contra la puerta y allí mismo le arranqué las bragas y follamos como animales. Morena con el pelo suelto, muy borracha, pechos demasiado grandes, en la cama la cogí del pelo desde atrás y estuve golpeando mi pelvis contra su trasero durante diez minutos hasta que me corrí dentro. Rubia teñida de ojos marrones, decía que veintitrés pero no serán ni veinte. Entramos al cuarto, la senté en la cama y le hice que me la comiese entera. Luego los defectos. Respira fuerte, no le gusta el sexo, está desesperada por ser querida... No te voy a decir el número de mujeres porque no me creerías.

Sabía lo que quería, pero no lo encontraba.

No me mires así. Ella no es perfecta, no. Pero… Bien, sé lo que estás pensando. Pero… es ella. Te lo cuento, aunque no quiero que tú se lo cuentes a nadie más.

La conocí en un bar a media tarde. Un día de esos normales en los que iba al centro a tomar un café y esperar que pasasen las horas hasta la noche. Estaba en la terraza y se sentó un grupo de universitarios en una mesa cercana. No me interesaron en principio, cuando la vi cruzamos las miradas y me sonrió con timidez; yo también sonreí, pero no me llamó la atención. Y entonces me empecé a dar cuenta de que no paraba con las piernas, las movía de un lado para otro. Dudé si le ocurría algo. Entonces se levantó y fue al baño, ni me miró al pasar junto a mí. Cuando volvió al asiento, unos minutos más tarde, sí me devolvió la mirada. Estuvo quieta, pero luego empezó a apretar las piernas y se sonrojó, parecía totalmente abstraída del grupo. La miraba extrañado. Se levantó y fue al baño de nuevo. Sentía muchísima curiosidad. Cuando oí el ruido de la puerta del baño al cerrarse, me levanté y entré dentro del bar. Ella me vio y bajó la mirada, pero me coloqué frente a ella para impedir su huída, pareció asustarse y sorprenderse por igual. Le pregunté si estaba bien, se sonrojó desde la mandíbula hasta las orejas. Respondió que sí. Hablamos un poco, le di algo de cancha. Ya sabes. Quedamos a la noche. Estuvimos bailando un poco y le dije para ir a casa. Admito que no me gustaba demasiado: no tenía nada que fuese especialmente bonito, más bien era normal en todo. Pero sentía curiosidad.

Nos besamos en el portal, y en el ascensor apenas salió mi lengua de su boca. Al entrar en casa la mano que tenía en su espalda empezó a bajar lentamente, por las caderas y luego entre las nalgas, recogiendo la falda en su entrepierna. Me sorprendió, encontré muchísima humedad. Ella se apartó un poco, sonrojada. Dijo que lo sentía, pero no entendí a qué se refería. Me arrodillé y le quité la falda con facilidad, bajé su tanga chorreante hasta los tobillos y empecé a lamer el interior de sus muslos. A lametazos largos. Estaba mojadísima, no sabes cuánto. Según lamía me iba excitando y ella empezaba a gemir y chorrear más. Fui acercándome a su entrepierna, que no estaba demasiado depilada. Embriagado por sus fluidos. Ella luchaba por mantenerse en pie, pero no quería tumbarla, me gustaba ver el líquido cayendo por el interior de sus suaves piernas. Cuando subí a su coño y empecé a lamerlo… Apretó mi cabeza y... bueno, ya sabes. Yo me puse más cachondo que nunca y empecé a pelármela.

Y eso es todo. Ahí empezamos. No es perfecta ni bonita. Pero esas piernas que tiene, esa humedad en cuanto se excita, el sabor… Cogerla y lamer sus piernas y el coño en cualquier momento. Ver cómo se corre muchas veces sin que llegue arriba… Lo demás está bien. Pero eso es magia, y la magia no es fácil de encontrar.


S - A


Tu lengua no es la mía, sabe a salmón. Lávate los dientes si quieres que funcione. No soy brusco, te digo, pero me gusta arrancarte la ropa. Mover tu cuerpo como el juguete que es. Muerdes mi hombro. Te vengas, ¿eh? Esperas que me ponga la goma para reventarte entera, sí, pues dame tu boca, que voy a coger tu coleta y convertirla en mi juguete, te moveré como quiera. Hasta que me corra en ella y mi leche te caiga por los labios. Ven, ven. Qué manía te ha entrado con mi recto, sabes que así retardas mi eyaculación. Sufro con ese cosquilleo. Qué zorra eres.


Sólo te gusta correrte en mi boca. Piensas que por pasar el día en el trabajo tengo que estar dispuesta a todo. Por mucho que desees mi culo nunca te lo voy a dar. Recuerdo cuando me besabas, qué ilusa era. En cuanto pueda te vas a colocar boca arriba y voy a saltar sobre tus caderas hasta que tus huevos se hinchen doloridos y explotes en la goma que tanto odias. Agarras mi cabeza y yo araño el interior de tus piernas. Puedo respirar. Aguantaré más que tú. Eres un hombre, por mucho que te joda, me voy a correr tres veces seguidas si quiero mientras tú expulsas tu semilla en diez segundos. Y eso cuando puedes. Bien, me toca. ¿Quieres que sea tu perra? Lo seré.



Más que extensión soy un tumor. Lo noto en tu sequedad, en la desgana de los besos y esas piernas preciosas que no parecen buscarme. Las noches se apagan antes de llegar. Tengo frío. Oigo que es el fin y no sé el motivo. Ya no me quieres, no me querrás. Mañana me habrás olvidado. Pero nadie te querrá como yo, aunque no lo creas. En fin, moriré de nuevo.

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