Ella cambia su tristeza por la más pura alegría cuando su cuerpo es amado sin urgencia. Es discreta y se deja hacer mientras su amante como un perro lame su vulva hembra. Le aprieta los glúteos y le muerde la piel hasta que sangra superficialmente. Mientras ella acaricia su centro, él relame las gotas de sangre que se deslizan por su pecho.
Ahora el abajo es arriba. Los dedos del pie, la rodilla, el muslo, el lado derecho del vientre, el círculo del ombligo y con tino se come la polla del que no ha detenido su discurso. Como dos animales desgarran un segundo de placer a su rutinaria existencia. Gimen y detienen la marcha voluntariamente.
Él se hospeda en el agujero que ella le deja libre como si fuera una madriguera y su anular lucha por existir en su agujero negro. La llama “puta” y ella obedece al ritmo de sus latidos. A la inversa, caminan en un lecho de rosas y espinas hasta que sinuosamente llega la serpiente cascabel sin hacer ruido. Silban al unísono. El orgasmo nace por selección natural mientras sus pechos aprisionan al capullo macho. Su lengua dibuja el camino de la lluvia dorada que traga y calla.
Extasiados se besan todos los poros abiertos y se palpan todas las respiraciones animales antes de revivir la virginidad de sus cuerpos. Duermen desnudos y a la mañana siguiente se despiertan con la luna llena atravesando su balcón coloreado. Ella le concede un deseo: "ahora, puedes pedirme lo que quieras". Y él sella su boca en honor a la evolución de las especies.
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Nota: El vídeopoema que acompaña al texto pertenece al colectivo Impar(3 en 1), al que la autora pertenece.
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