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viernes, 22 de junio de 2012

Todo empezó con un chat. Por Pity Saint James.


Todo empezó con un chat.

Había descubierto el interés por las redes sociales hacía tiempo pero, lejos de sentirlas como una necesidad afectiva, las utilizaba como medio de comunicación para sus problemas profesionales.

Comunicaba casi siempre intentando hacer llegar a sus compañeros de trabajo la información necesaria para estar al tanto de las tareas cotidianas que la empresa para la que trabajaba como comercial requería.

De pronto, unas facturas sin pagar que precisaban ingreso urgente a través del banco; los pagos a acreedores que se habían quedado olvidados en el cajón de su mesa; la reunión urgente con el gerente de la empresa y otras actividades tan poco lúdicas como aquellas.

Un día apareció en la pantalla de su ordenador un pequeño recuadrito en el ángulo inferior izquierdo de la pantalla en la que unas palabras invitándola a hablar le llamaron la atención. Contestó sin mucho interés con un simple "¡Hola!", y a partir de ahí se desencadenó una serie de diálogos apenas interrumpidos por la necesidad de atender las demandas de clientes y trabajadores que la llevaban del correo electrónico al teléfono de forma intermitente.

Apareció un deseo recóndito que pareció despertar de lo más profundo de su cerebro como una revelación destacando sobre todo, la curiosidad por lo que aquel tipo de conversaciones virtuales le pudieran aportar.

Todo siguió con normalidad aburrida propia de su trabajo, que más se parecía al de un contable hasta que a la otra persona del otro lado de la pantalla se le ocurrió escribir “oye, quiero conocerte”. No supo entonces que el término conocerte se refería concretamente a “quiero follarte”, lo cual supuso una desconexión automática de la red para evitar la sospechosa mirada de la gente que la rodeaba.

Estar trabajando en serio y sentirse en ese momento espiada y provocada por un desconocido del que apenas tenía una ligera idea de cómo era físicamente a través de la foto que aparecía en la página del chat, la turbaba demasiado como para continuar con aquello durante su horario laboral.

Se olvidó del asunto durante unas horas hasta que por la noche, mientras navegaba por Internet a la búsqueda de información sobre la Bolsa, volvió a recibir un inquietante mensaje en el que la invitaban a participar en una nueva conversación a través del chat. No pudo resistir la curiosidad y volvió a contestar nuevamente con un simple "¡hola!", desencadenando a partir de ese momento una vorágine de intercambio de frases insinuantes que la estaban poniendo cachonda.

Se olvidó de todo lo que tenía que hacer: de las cuentas, los números que tanto la desquiciaban, los objetivos de la empresa y el proyecto que sin falta tenía que presentar en la Junta Directiva a la semana siguiente, pues nada más abrir el ordenador allí se encontraba con su admirador informático que la llamaba para mantener una conversación de lo más excitante.

Siempre había pensado que las relaciones establecidas a través de las redes sociales eran causa de múltiples problemas en el núcleo familiar, ya que se había dado el caso de que hombres y mujeres habían dejado a sus mujeres o maridos para entregarse a otras relaciones adúlteras que acababan con la pareja legalmente establecida. Por esto el miedo era aún mayor.

Pero siguió prestando atención a lo que este chico le decía. En la ventanita del chat se produjo una conversación interrumpida apenas por el pitido sordo de un correo entrante que no tenía más remedio que abrir, para después de leerlo, entregarse absolutamente de nuevo al chat:

Él: me pareces una chica encantadora

Ella: no me conoces casi nada…

Él: sí que te conozco, estás deseando de que alguien te pegue un achuchón

Ella: ¿tanto se me nota?

Él: aunque lo disimules…; de todas formas y aunque no tuvieras ganas, yo sí, contigo… jajaja

Ella: me estás abrumando

El: si te molesto, no tienes más que decírmelo

Ella: no, no por favor, me gusta que seas directo

Él: ¿podremos vernos algún día?

Ella: oye, ¿pero tú no estás casado?

El: sí, pero en mi relación de pareja no tenemos problemas;

……el está escribiendo

somos muy liberales y nos respetamos mutuamente

Ella: es la primera vez que me pasa esto…

El: mentirosa, seguro que te lo han propuesto más veces

Ella: mmmmm

El: tienes que vivir la vida

Ella: estoy de acuerdo, pero así sin más…

El: quítate la mordaza y libera tus emociones

Ella: no sé, nunca había estado en una situación así; para mí el sexo requiere contacto físico, conocer, flirtear… pero me gusta la propuesta

Él: el sexo a secas no es tan malo y además no importa cómo lo practiques

Ella: entiendo, me pides sexo ¿solo eso?

Él: claro, solo eso y ni más ni menos que eso, que te quites las bragas y folles conmigo hasta la extenuación

……el está escribiendo

Ale, ya lo he dicho

Ella: por Dios, ¡qué heavy!

El: déjate de mostrarte tímida que sé que no lo eres tanto… el otro día vi como me mirabas

……el está escribiendo

y noté un destello extraño en tus ojos que me solicitaba algo..y estoy dispuesto a dártelo

Ella: lo siento tengo que irme, me abro más tarde, bye

El: eso es lo que quiero que te abras. Chao amore



Así siguieron varias sesiones hasta que llegó un punto en que ella consiguió presentarse ante él prácticamente desnuda, mintiendo, a veces, sobre su aspecto físico en ese momento.

Ella: llevo un camisón de “piel de ángel” que se me resbala solito

El: mejor sin camisón

Ella: te vas a enterar, hoy he ido a depilarme el chichi

El: me encantan los coños depilados, lamerlo así es mucho más placentero para ti y para mí

Ella: me estás poniendo tan cachonda que tengo el clítoris como el gálibo de la ambulancia...

Él: ¿te estás haciendo una paja?

Ella: ¿y qué si lo hago? Jajaja

……ella está escribiendo

No lo hago, pero podría hacerlo…

El: hagámoslo juntos mientras hablamos

Ella: noooooooo, no estaría cómoda y estaría fingiendo

El: ¿has fingido alguna vez?

Ella: no pienso contestar a eso

……ella está escribiendo

Cuando quedemos, verás si finjo o no…



Y entre esas dedicatorias y el deseo de la curiosidad que tanto la pierde acabaron entablando una cita que en cierto modo era a ciegas.

Ella se preparó a conciencia evitando pasar el día con el estrés habitual; se sacudió el cansancio con una siesta reconfortante y, cuando despertó, se metió en la bañera, en cuya agua había puesto una buena dosis de espuma; mientras tomaba el baño y percibía todas las sensaciones que la levedad del agua templada le provocaban, comenzó a pasarse las manos por entre los pechos, manoseando los pezones hasta convertirlos en dos piezas duras y prominentes; se sintió tan excitada que decidió continuar explorando su cuerpo como cuando de adolescente se masturbaba a solas; ahora era un poco diferente, pues conocía su cuerpo y las zonas donde el placer era más intenso; también sabía prolongar su estado de excitación lo suficiente para llegar al clímax en el momento que a ella le apetecía.

Así, bajó su mano derecha hacia el pubis y se acarició ligeramente el monte de Venus perfectamente depilado y tan suave que parecía el tacto de la seda; con la mano izquierda continuaba acariciándose los pechos y ya un cierto resquemor en su vulva la estaba llamando para que fuera más allá con la mano, que se introdujera sus dedos en la rajita cálida de su sexo para dilatar la vagina y conseguir el placer; jugueteó un rato con su clítoris, llegando a mostrarse tan grande y tan sensible que cualquier roce, incluso el del agua, le hacía vibrar; siguió hurgando hacia dentro y apretando su mano contra las paredes del chumino, volteándola y moviéndola de delante a atrás siguió excitándose hasta que sintió un súbito calor que la enrojeció hasta arriba y la sometió a la vibración espasmódica de un orgasmo. Recordó, entonces, que tenía un vibrador guardado en el armarito del baño. Aquel vibrador con el que a su pareja le gustaba jugar metiéndoselo por el culo bien lubricado con aquellos productos que compraba en el sex shop, pero estaba lejos de alcanzarlo por lo que simplemente confió más en su mano.

Chorreando agua y fluido vaginal salió despacito de la bañera y continuó bastante excitada ante la perspectiva de volver a mantener relaciones sexuales con un hombre después de casi un año sin haberlo hecho.

Había roto con su pareja unos meses antes porque él le confesó que le gustaban más los hombres. Aquello, que ya lo había sospechado, ante la insistencia casi enfermiza de su pareja por practicar el sexo con otro hombre junto a ella, en un intento de convencerla para practicar un trío, no tuvo más remedio que reconocer el trasfondo de su orientación sexual, cayendo esa revelación como una losa sobre la conciencia de ella dando paso a un sentimiento de desprecio por todos aquellos hombres que se le acercaban.

Durante ese tiempo había explorado otros mundos llegando a tener relaciones lésbicas con una conocida de un pub de ambiente.

El plan de esa tarde iba a hacer que volviera a reconciliarse con los tíos y casi tenía la esperanza de no necesitar de nuevo el uso del consolador.

Se arregló con esmero eligiendo aquel sujetador escondido entre sus ropas que por incómodo no utilizaba y aquella braguita brasileña, que se le metía entre la raja del culo y la incomodaba cuando iba a trabajar sobre todo al sentarse y tenía que ir tirándose del elástico de la ingle para acomodársela mejor. Era tan bonita, con el encaje rosa chicle que se le quedaba bien pegadito a la piel…

Se maquilló discretamente y se untó todo el cuerpo con el aceite perfumado con olor a jazmín que tanto le gustaba, deteniéndose en la hendidura rosada de su íntima locura.

Se encontraron en la puerta de un pequeño palacete reconvertido en hotelito de tres estrellas con tanto encanto que al estar inmerso en el ambiente otoñal parecía más una estampa del romanticismo que un simple espacio físico para conocerse de la forma más prosaica que ella jamás hubiera soñado.

Ella se había puesto un jersey de cuello alto color negro y una falda también de color negro, ajustadísima, que le marcaba el contorno del cuerpo pudiendo presumir de tetas y culo; no obstante, su aspecto externo no dejaba adivinar cual sería la ropa interior que calzaba en aquella tarde. Tenía un aspecto casi normal, casi de chica decente y trabajadora; es posible que nadie pudiera adivinar cuál era el propósito de su espera.

Cuando él vio a aquella mujer esperándolo sentada con las piernas cruzadas sobre el banco que había en la calle, rodeada de miles de hojas secas que los servicios de limpieza no habían tenido la precaución de limpiar, y con la luz dorada del atardecer de una ciudad del sur lamiéndole los rubios cabellos rizados que enmarcaban un perfil de su cara nacarado y con unos grandes ojos almendrados ribeteados de kohl negro que le daban cierta expresión felina, notó una repentina erección que le obligó a tirarse de la pernera del pantalón para disimular su excitación.

Apenas se hablaron siguiendo a la mirada de deseo de ambos un beso prolongado boca contra boca en el que la lengua fue la principal protagonista recorriendo los labios de ambos en un reconocimiento inicial del cuerpo del otro para pasar más tarde a otras cosas.

Perdieron la noción del tiempo desde ese momento y se fueron abrazados por la cintura donde ella notaba la presión cálida de una fuerte mano varonil que la contoneaba al ritmo que su deambular le confería. Ella se dejó llevar por una sinfonía de emociones arrastrada por los deseos de aquel desconocido que ya desde el principio le pareció conocer de toda la vida y que a través del chat le había prometido una experiencia excitante.

Sus manos cálidas la rodeaban con ternura y percibían la vibración juncaril de su talle acentuada por el temblor suave que la excitación le provocaba.

De pronto se dieron cuenta que fueron caminado directamente hasta la casa de ella. No había nadie pero un olor a flores que procedía de la sala de estar, una mezcla entre claveles, jazmines y nardos que envolvían el ambiente y provocaba cierta turbación de los sentidos, como si hubieran tomado alguna copa de más, y empezaron a acariciarse lentamente. Él la besó de forma descarada introduciendo su lengua en la boca de ella, que rápidamente se hizo a ella aceptándola con agrado y respondiendo mezclando sabores y explorando la boca de ambos para reconocerse mutuamente; el cuello, tan rígido siempre por culpa del estrés de la vida cotidiana, era el punto flaco de ella y la más mínima caricia que con dulzura recorría su nuca le hacía erizarse el vello; cuando él entendió que la zona erógena de ella estaba localizada en esa zona comenzó a besarla y lamerle tras las orejas, la nuca, el cuello, y bajó por su espalda hasta toparse con el sujetador de encaje y raso de copa baja que le insinuaba un canalillo interesante entre dos pechos turgentes de talla cien.

Le desabrochó el sujetador y ella notó una cierta liberación del corsé que la apretaba y se volvió hacia arriba poniendo al descubierto sus tetas. La areola turgente y prominente propia de la excitación hizo que llamara la atención del hombre deteniéndose en lamer los pezones durante un espacio de tiempo que a ella le pareció infinito mientras bajo sus bragas, de encaje rosa chicle y raso, sentía la humedad incipiente de la excitación sexual.

A partir de entonces, la situación que estaban viviendo, los introdujo de repente en un ritmo frenético de deshacerse de ropas, besos, abrazos y tocamientos.

Ella paró en seco y volviéndose hacia él prolongando sus delgados brazos y apretándolos contra su tórax le indicó que necesitaba ir más despacio.

La humedad de sus partes íntimas se había hecho casi insoportable percibiendo cómo el líquido espeso que manaba de su coño la empapaba entre la braga, incomodándola. El olor de sus propios fluidos se entremezclaba con el perfume de la loción que había utilizado después del baño y el olor del sudor del hombre, produciéndole una amalgama de emociones cada vez más excitante.

De pronto sintió cómo la mano de él se introducía por debajo de su falda, intentando encontrar el objeto de su deseo; apretó su culo con la mano y ella dio un respingo que no sabía interpretar si de placer o de falsa decencia. Ella sentía como el pulso se le había acelerado, latiéndole el corazón desbocado con un chute de adrenalina que la hacía aún más atractiva.

Parecía una gata encelada con las pupilas grises dilatadas, el pelo revuelto y atacando con abrazos, tirones de pelo, chupeteo del cuello y arañazos a la piel de la espalda de ese hombre que venía a reconciliarla con el mundo.

A la par, él se soltó la camisa, y ella comenzó a tocarle la bragueta percibiendo que debajo había una polla erecta que no recordaba desde hacia mucho tiempo; evitó comparar pero no tuvo más remedio que sonreirse recordando la mierda de picha que tenia el mariconazo de su pareja de antes. Le entró una urgencia de contactar su sexo con la verga de aquel macho hasta entonces virtualmente conocido. Comprobó que era real y que la polla del tío estaba tan dura y tan tiesa que no le hubiera importado metérsela directamente en la funda suave de su vagina si no hubiera sido porque su amigo el sexólogo le dijo en una ocasión que todo acto sexual debía de ir acompañado de un juego previo.

Observó que no estaba circuncidado, por lo que tomó la enorme manguera entre sus manos y, tras acariciarla suavemente sintiéndola crecer aún más y endurecerse hasta el extremo, le bajó el capullo apareciendo un glande inmenso, lubricado, enrojecido tendiendo a amoratado por la excitación, que le incitaba a chuparla; se la introdujo en la boca y con lametones más intensos a veces, menos fuertes otras, rodeando la punta y lamiéndola con la lengua, acariciándola con fuerza desde la base hasta la punta a la vez que a pequeños sorbitos la chupaba, él se sentía cada vez más excitado pidiéndole que parase a intervalos para evitar correrse antes de tiempo.

Él consiguió quitarle por fin la ropa y de un tirón le arrancó la braga quedando al descubierto su sexo. Él la miró sorprendido pues no había cosa que más le gustase que ver el coño de una mujer depilado, y ella lo estaba totalmente, presentando un sexo como el de una niña prepúber. Deseó entonces tumbarla y comerle a besos la conchita en un arrebato de excitación imparable pero ella nuevamente volvió a enlentecer el ritmo para evitar llegar a alcanzar el clímax antes de tiempo.

Él se paró, recreándose en el coño de ella, comenzó acariciando la parte interna de sus muslos, besando despacito y lamiéndola a intervalos, hasta que fue ascendiendo lentamente para llegar directamente a la cueva profunda donde el placer es más intenso; abrió los labios y allí encontró la perla maravillosa, el rubí centelleante del clítoris, lo lamió levemente, descargando en ella una corriente casi eléctrica que le provocó una sensación de placer inmensa deseando que él se acercara aún más y la penetrara ya, con una urgencia hasta entonces desconocida; pero él se separó un poco de ella, y volvió a abrirle los labios introduciendo su lengua por entre la rajita moviéndola en un sentido y en otro, subiendo un poco para alcanzar levemente el clítoris, con lo que ella percibía pequeños espasmos en su cuerpo que la excitaban cada vez más. Así siguió un buen rato hasta que cuando él comprobó que ella estaba más excitada y al borde del orgasmo se separó lentamente para ver el efecto que su caricia había provocado en ella.

El hombre paró en seco el ataque orgásmico que se le venía encima y comenzó a acariciarle los ojos, los pechos con la suavidad de una persona que conoce bien el cuerpo femenino mientras ella se dejaba hacer mordiéndole apenas el lóbulo de las orejas y tocándole en los huevos notando como la erección de la verga se acentuaba aún más.

De pronto ella sintió cómo un deseo urgente de estar llena de él, la descontrolaba obligándola a aceptar de inmediato la entrada del cuerpo del otro en el suyo propio y con un movimiento rápido consiguió ponerse encima y a horcajadas, se introdujo la polla en la abertura sonrosada de su conejito depilado.

El ritmo, primero cadencioso, después más rápido mientras él le acariciaba el clítoris, en un magma de fluidos que se solapaban en el olor excitándolos aún más, cambiando la postura para hacerse más cómoda, lanzándose a una vorágine de emociones y gritos apenas amortiguados por la necesidad de evitar que la oyeran los vecinos del piso de al lado, parando a intervalos manteniendo de esta forma el deseo extremo de llegar al orgasmo, se mantuvo al menos durante media hora hasta que por fin en un derroche de sentidos: olor, calor, sabor, ella sintió una oleada de fuego que la inundó entera y unas contracciones en su vulva que se irradiaban hacia su abdomen descargándola de toda la presión y de toda la ansiedad que la situación le había provocado desde el principio.

El, percibiendo como se corría, aguardó acariciándola suavemente en la espalda controlando el deseo irrefrenable de explotar dentro, y notando los espasmos de la vagina en su falo, volvió a moverse dentro de ella apenas cambiando de postura: ella con las piernas bien elevadas y él en un movimiento casi vertical hacia su vulva, moviéndose con fuerza hacia delante sintiendo la presión que las paredes del chocho hacían sobre su verga y excitándose aún más por esto. Ella había aprendido a controlar esta presión de forma que cuando él avanzaba hacia ella, contraía los músculos de la vagina y apretaba con fuerza el miembro haciendo mucho más placentero el acto; él no paró hasta que un derroche de esperma la invadió toda ya no humedeciéndola, sino mojándola literalmente.

Permanecieron abrazados un rato mientras ella percibía aún los espasmos a intervalos cada vez más largos de su abdomen, sudorosos, sedientos y tranquilos.

Recogieron un poco las cosas que habían quedado desperdigadas por la habitación y se sirvieron una copa de ron miel con nata y canela que ella había aprendido a hacer en uno de sus muchos viajes por trabajo que dejaban un resquicio para el divertimento.

Tras una pequeña pausa en la que comentaron banalidades que en muchas ocasiones eran mentira, se fueron introduciendo en la vida del otro, creándose una historia paralela sobre la que se iba a articular su relación más tarde.

Serían amantes, sólo eso y nada menos que eso…

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