—¿Y ahora qué, mamá? —preguntó hastiado Alejandro. Habían recorrido minuciosamente cada rincón de cada planta de aquellos grandes almacenes y no podría aguantar mucho más tiempo.
—Vamos a acercarnos un momento ahí —contestó ella con la vista puesta en su objetivo—. Necesito comprar ropa interior. ¿Vienes?
—¿Me queda otra opción? —inquirió el chico, mientras se distribuía las bolsas en sus manos inflamadas.
—Puedes quedarte ahí sentado.
—Está bien —dijo Alejandro, haciendo malabarismos con las bolsas—, pero no tardes.
Victoria se despidió de su hijo y se dirigió con paso decidido hacia los estantes de lencería. Primero se probaría sujetadores tanto para ella como para su hija, que le había pedido uno de ésos que realzaban los pechos, un wonderbra.
La mujer miró a ambos lados antes de coger de forma disimulada un par de esos sujetadores. Eran de color negro, elegantes. El ancho de la espalda parecía el adecuado, y la copa… Puede que también.
Escogió otro par de sostenes, esta vez para ella, ocultó los dos wonderbra bajo estos, y fue directa hacia la zona de probadores. Al encontrarse todos desocupados, entró en el más cercano.
Comenzó a desabrocharse la camisa blanca por la parte superior. Aunque cada botón se desprendía de su pequeño agujero con facilidad, se detuvo en el más bajo, jugueteando un poco con él antes de liberarlo de su prisión.
Se quitó la camisa y la dejó colgada, para a continuación deshacerse de su gastado y viejo sostén.
Estaba intentado precisamente unir el broche de uno de los sujetadores negros cuando oyó unas risas a volumen demasiado elevado por el corredor.
—¡Un poco más bajo, que nos van a oír! —murmuró una voz femenina.
—¿Pero no ves que no hay nadie? ¿Hay alguien? —gritó una voz masculina tras la cual se hizo el silencio durante unos instantes—. ¿Ves? Nadie.
—Pero mira que eres tonto —le riñó ella, más juguetona que enfadada—. Oye, ¿y si nos metemos en este probador unos… no sé… diez o quince minutos?
—Me parece una idea estupenda.
A Victoria le había dado una vergüenza terrible delatarse, y ahora, la pareja se había instalado a una pared de contrachapado de distancia. Además, por mucho que le costase admitirlo, sentía una morbosa curiosidad por lo que iba a acontecer.
A su lado habían comenzado los besos… Se imaginaba que algunos serían en la boca, por ese sonido húmedo tan característico que se produce cuando dos labios y dos lenguas entran en contacto y se entrelazan buscando Dios sabe qué. Pero otros debían ser en el cuello, en la oreja... puede que en la clavícula.
—Dani… ¿Llevas… llevas protección? —susurró la chica, aunque escuchó esas palabras como si se encontrase con ella en el probador.
El sonido de los besos quedó interrumpido por la pregunta de la joven.
—Mira en tu bolso, creo que te metí algunos ayer por la noche —contestó él, y tras eso, Victoria oyó a la chica, cuyo nombre aún desconocía, rebuscar entre sus cosas.
—¡Sí que hay, Dani!
—Perfecto... Y quédate así, no te muevas ni un poquito —añadió él.
—¿Así? ¿Inclinada?
—Sí, Andrea. Justo así. —Victoria comenzó a imaginarse a la chica, Andrea, inclinada sobre el bolso que habría dejado encima del asiento del probador nada más entrar. En su imaginación, ella vestía una minifalda de cuadros escoceses y un cinturón de falso cuero negro, casi más ancho que la propia falda—. ¿Te gusta?
Ella no respondió, o tal vez lo hizo pero Victoria no consiguió oírlo. Así que pegó su oreja a la fina y brillante madera que la separaba de la pareja, deseando conocer lo que le estaba haciendo el chico a la chica, mientras un pequeño chisporroteo de excitación nacía en la parte más inferior de su vientre.
—Están tan duros que podría morderlos… —murmuró él.
—Ni se te ocurra. Y ya podrías dejar de sobarme y pasar a cosas más interesantes, que no tenemos mucho tiempo…
—Como quiera la señorita —dijo, y se debió apresurar, pues ella soltó un quedo gemido de placer difícilmente contenido.
Victoria, continuaba con el oído pegado a la pared. Hacía unos instantes que había comenzado a sentir cierta inquietud bajo su pecho: el corazón se le aceleraba y comenzaba a sentir cierta humedad allá donde no debería haberla. Definitivamente, su imaginación, unida a las palabras de sus «vecinos», le estaban jugando una mala pasada.
«¿Quién me lo iba a decir?», pensó ella.
—Más… más adentro —aulló la voz de la mujer, y un fuerte golpe sacudió la madera sobre la que se apoyaba.
Era capaz de ver en su mente cómo la chica seguía encorvada sobre la silla, y cómo él introducía, al principio lentamente, varios dedos de su mano, ávidos de carne, por la pequeña rendija que quedaba libre entre las piernas de la mujer, mientras con la otra mano sujetaba con firmeza sus caderas.
La joven intentaba silenciar sin demasiado éxito sus gemidos… cada vez más audibles y rítmicos.
—Dani…Dani… quítate eso ya —consiguió articular Andrea.
La mano de Victoria se había ido dirigiendo casi en contra de su voluntad hacia su ingle… Su mente le prohibía seguir bajando, pero un burbujeo constante y cada vez más fuerte parecía haberse instalado en lo más profundo de su pubis instando a su propio cuerpo a aliviar su creciente excitación.
Sus pensamientos se nublaron en cuanto escuchó el sonido de la ropa cayendo al suelo, seguido de risas ahogadas. Victoria llevaba pantalones, pero podía introducir perfectamente su mano por debajo de la tela…
—¿Qué te parece? —inquirió él.
—Me parece que tienes que acercarte más… que te tengo que poner… eso…
—Pero sólo si lo haces como tú sabes —retó la voz masculina.
Su mano parecía haber ganado la batalla y descendía bajo el suave lino de sus pantalones, decidida. La humedad se había extendido por las braguitas que llevaba, y con la mente fuera de juego, sus dedos presionaron, sin penetrar hacia su interior, la parte más sensible de su cuerpo… Sentía algo similar al dolor… «Pero es tan dulce…».
Recobró la razón al notar la primera embestida a su espalda. Casi podía sentir el dispuesto miembro del chico dentro de ella, penetrando hacia lo más profundo de su vientre, a pesar de que sus dedos seguían debatiéndose entre el placer y la cordura.
Con la segunda acometida, su mano presionó con más fuerza entre sus piernas… El deseo crecía en su interior como si se desatase una tormenta, mientras que a su lado lo saciaban, ya sin disimulo. Los dos se habían entregado de forma completa y jadeaban siguiendo un compás predecible y en extremo placentero para los tres.
Lentamente se iba acercando al culmen… Lo sentía en su espalda y en su interior, más dilatado a cada momento… Estaba tan cerca, que su columna se arqueó sobre la madera y sus labios se entreabrieron dejando escapar un susurro apenas contenido.
Llegaba…
—¿Mamá? ¿Mamá, te falta mucho?
En el probador, a su lado, se oyó un gran estrépito seguido de insultos y maldiciones.
—No, hijo. Enseguida termino —contestó ella, introduciendo por fin sus suaves y delicados dedos hacia dentro—. Enseguida termino…
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