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viernes, 8 de junio de 2012

Jueves contigo. Por Susana García Rodríguez, "Suskiin".



Bianca no era su nombre, pero eso no importaba. Cuarenta años, dos niños, una casa y un marido que echaba tripa. La colada, la plancha, el super y sellar en la oficina del paro. Llevar a los niños a clase de música los miércoles y el polvo semanal los sábados por la noche. Una vida como cualquier otra, marcada por el tedio y la rutina. Pero Bianca, que no se llamaba Bianca, tenía un secreto que la ayudaba a seguir tarareando canciones mientras se ocupaba de todas esas obligaciones.

Los jueves por la tarde, después de fregar los platos y antes de recoger a los niños, Bianca, que no se llamaba Bianca, se duchaba, cambiaba los pantis por unas medias de blonda negras y salía de casa con gafas de sol y un largo abrigo negro. Cogía el metro, mezclándose entre el anónimo pasaje, bajaba en una estación que llevaba a un barrio del que solo conocía una dirección. Llamaba a un timbre de una escalera anodina y subía al tercer piso primera puerta.

Toni no se llamaba Toni pero eso no importa tampoco. Toni se duchaba y arreglaba su pequeño apartamento porque sabía que, todos los jueves a la misma hora, Bianca, cuyo verdadero nombre desconocía pero no le importaba, llamaría al timbre. Aquella breve visita, carente de conversación, le mantenia de viernes a jueves a salvo del aburrimiento de una vida carente de emociones.

Bianca entró por la puerta que Toni dejó ajustada. Dejó el largo abrigo y el bolso colgados del perchero del recibidor. Bajo la ropa de calle, solo vestía un escueto conjunto de sujetador y tanga, y sus preciosas medias de blonda. Se movió por la penumbra del pequeño apartamento, donde todas las persianas estaban bajadas, con el silencio de todos los jueves. Toni, sentado en el sofá, desnudo, la esperaba. Bianca se arrodilló entre las piernas separadas de él y acarició el miembro que, debido a la anticipación, ya estaba completamente erecto. Oír el ligero chirrido de las bisagras de la puerta lo excitaba. La lengua de ella buscó la entrepierna masculina, lamiendo la tierna carne y haciendo gemir a Toni. Sus labios acariciaron la punta de su miembro como quien come un helado sabroso, haciendo que él gimiera con más pasión y apoyara sus manos sobre la cabeza de ella. El miembro de él se adentraba cada vez más profundo en la boca de ella, hasta que el sensitivo glande tocaba el fondo de su boca, produciéndole un ligero amago de náusea. Incrementaban la cadencia de los movimientos de su boca sin mirarse hasta que él lanzaba un grito gutural y ella, impasible, saboreaba los latigazos de semen que inundaban su boca.

Mientras ella se aseaba en el baño, él se reponía de aquel orgasmo, preparado para seguir jugando hasta que, a las cinco en punto, ella se vestiría en silencio y marcharía sin decirle adiós. Nunca follaban en la cama, siempre sobre el raído sofá de su apartamento de divorciado. Nunca hablaban, solo gemían. No se abrazaban, no se besaban, ni siquiera se acariciaban. Era sólo sexo. Puro y duro. Él se sumergía entre las piernas de ella, lamía su clítoris encendido hasta que ella, casi sin aliento, se colocaba a cuatro patas para que el la penetrase, por delante primero, por detrás después. Sus lenguas jamás se tocaban, aunque conocían cada centímetro del resto del cuerpo del otro. No se miraban a los ojos y no conocían sus voces. Todas sus conversaciones eran por escrito, a través del correo electrónico, que les ayudaba, a veces, a esperar con más ganas los jueves.

Tan puntual como siempre, Bianca, cuyo nombre podría ser cualquier otro, se duchaba rápidamente para eliminar el olor a sexo, se envolvía en su abrigo, cogía el bolso y salía de aquella casa con paso firme, sin mirar atrás. Toni no se duchaba, disfrutando del olor de ella en su cuerpo que, con algo de suerte, lo acompañaba a la cama por la noche. Algunas veces soñaba con ella... La soñaba en su cama e imaginaba cómo sería besarla, como sabrían sus labios.

Bianca regresaba entre los pasajeros del metro acurrucada en su largo abrigo, imaginando cómo sería besar a Toni en los labios. Enseguida borraba ese pensamiento y recordaba los momentos pasados juntos esa tarde, cosa que la excitaba. Antes de recoger a los niños en el colegio, se detenía en casa para cambiarse de ropa y regresar a sus pantis de lycra y sus bragas de los chinos. A veces, de tan excitada que llegaba, se masturbaba a oscuras en el baño, reviviendo la tarde pasada con él.

Cualquier tarde no volverían a verse, por el motivo que fuese, pero mientras tanto tenían sus jueves silenciosos, su lado oscuro, su secreto. Y aunque fuera tan breve, solo por ello, se sentían con fuerzas para sobrevivir a otra semana de aburrida monotonía.

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